De cómo una asociación de jóvenes en El Salvador trabaja por la defensa de los derechos humanos con la cultura y el arte como armas de defensa contra la estigmatización, la persecución y el éxodo.
Al otro lado de la línea telefónica se escuchaba un tono de voz que no podría ser distinto: era de tristeza, y no era necesario ver algún gesto, porque todo tenía el rostro de la indignación. La imagen de Óscar Alberto Martínez, de 25 años, bocabajo, abrazado a su hija de 23 meses, ambos enredados en una camiseta que quiso ser un salvavidas, era la del dolor universal.
Se trataba de dos inmigrantes de El Salvador que, como cientos de miles, no habían logrado llegar con vida a una de las dos orillas del río Grande, que separa a México de Estados Unidos.
La dramática fotografía remueve el alma, pero para un hombre que ha arriesgado su propia vida en la defensa de los derechos humanos de sus compatriotas, esa imagen duele mucho más.
Por eso, la voz de Gustavo Martínez, uno de los líderes de la Asociación Azul Originario, no tenía el tono tranquilo y pausado de quien todos los días sale de su casa sin saber si va a regresar sano y salvo. No porque esté buscando emigrar a los Estados Unidos, sino por todo lo contrario: jamás ha pensado en irse de El Salvador y hace más de un lustro trabaja por la defensa de los derechos humanos de cientos de miles de jóvenes, muchos estigmatizados por la propia justicia o perseguidos por los organismos de seguridad del Estado que los ven como una amenaza para el Establecimiento.
Óscar Alberto y su pequeña hija no eran pandilleros, pero fueron condenados a ser exiliados, porque en El Salvador, como pasa en buena parte de América Latina, ser joven no es una ventaja, sino una condena, sobre todo sí se es pobre o se lucha por la igualdad. En consecuencia, las opciones son pocas: o te quedas y luchas por sus derechos, y te arriesgas, o te vas en busca de un sueño ajeno, que más bien parece una pesadilla.
De ese dilema conoce bien Gustavo y sus otros siete compañeros de Azul Originario. Pero, a diferencia de muchos otros, él y su equipo siempre apuestan por la primera opción: quedarse para tratar de cambiar la historia y luchar por un país con más justicia, más oportunidades y menos corrupción.
Hace casi siete años comenzaron esa cruzada por la vida. Una especie de Instinto de Vida que los acompaña y les alcanza para contagiar a muchos otros jóvenes que se resisten a perder los sueños. Y si es cierto, como lo es, que la esperanza es otra forma de resistencia, a Gustavo y su equipo de Azul Originario, les sobran de ambas.
No de otra forma se entiende que insistan en liderar todo un movimiento de jóvenes, hombres y mujeres, en busca de la libertad. Sí, de libertad, porque en El Salvador, como en casi todo Centroamérica y esta parte del sur del Continente, ser libre significa algo más que estar vivo.
El contexto en el que se mueven los defensores de derechos humanos, acá y allá, está determinado por décadas de violencia armada (guerra de guerrillas), dictaduras o “dictocracias”, corrupción, nepotismos, lucha de clases y, en especial, profundas inequidades en torno a la redistribución de las riquezas.
En El Salvador la copia es el original. Unos índices de homicidios por encima de 25 por cada 100 mil habitantes, niveles de desempleo por encima de los 20 puntos, y de 40 cuando se trata de los jóvenes en edad de trabajar, impunidad por encima de 90 por ciento, hacinamiento carcelario del 80 por ciento, violencia intrafamiliar y fenómenos ligados al narcotráfico como herencia maldita. Y de colofón, un sistema político permeado por intereses, abundante corrupción y desconfianza institucional.
Aún así, Azul Originario le apuesta a la vida. Con argumentos y mucha valentía, ha logrado llamar la atención y el acompañamiento de muchos otros movimientos defensores de derechos humanos y hoy hace parte de una red colaborativa en casi toda América Latina, liderada en Colombia por Casa de las Estrategias que, desde Medellín, se la juega por abrir espacios de diálogo y construcción de tejido social, con los jóvenes como motor de transformación y reivindicación de derechos.
“Hace casi un mes se posesionó el nuevo Presidente (Nayib Bukele) y logramos que nos incluyera en algunas mesas de trabajo para analizar la situación de los derechos humanos en el país y poner en conocimiento suyo el aparato de represión estatal que hace año se viene presentando, en especial contra los jóvenes y las mujeres”.
Y eso ya es un avance, porque la violencia en El Salvador no sólo golpea a siete de cada 10 jóvenes, sino que en los últimos dos años ha cobrado la vida de cerca de 300 mujeres, por razones de distinta índole, pero sobre todo por problemas de violencia intrafamiliar y machismo.
De ahí que el nombre que Gustavo y su equipo le dio a la Asociación, Azul Originario, no es casualidad, sino que representa la búsqueda de su esencia. El Azul, que es el añil que limpia y aleja los malos espíritus, y Originario, que es la reivindicación de los indígenas y los afrodescendientes, históricamente excluidos, estigmatizados y perseguidos en buena parte del Continente.
Luego, no resulta casual que Azul Originario lidere hoy en El Salvador una red colaborativa de ocho asociaciones que luchan por los derechos humanos y tenga una visibilidad en México, Colombia, Honduras, Guatemala y Brasil, donde la violación de las libertades a los grupos más vulnerables se convierte en amenazas más latentes que la propia necesidad de migrar en busca de proteger la vida y dignificarla.
El reto, entonces, es mucho mayor para Azul Originario, porque muchos jóvenes prefieren vivir en el anonimato que ser visibles y convertirse en un blanco fácil, no solo de los organismos del Estado, sino de las pandillas que aún funcionan y controlan vastas zonas en Centroamérica.
Pero Gustavo y su “ejército” de siete soldados tienen su estrategia para romper ese círculo. Conformaron una escuela de defensores y a través del arte y la cultura comenzaron a multiplicar el mensaje de esperanza que significa quedarse en el país y movilizarse de forma pacífica en busca de más oportunidades, más educación y más espacios de participación en la toma de decisiones que tienen que ver con sus proyectos de vida.
El cambio de Gobierno y la llegada de un “político joven” resulta una oportunidad para Azul Originario, pero sus integrantes tienen claro que el cambio solo se dará cuando los ciudadanos, en bloque, se unan en un solo grito de libertad y de respeto por la vida.
“Tenemos que trabajar sin descanso para que, en El Salvador, como en el resto del mundo, ser joven no sea una posibilidad, sino un derecho”.
Y sí, el derecho que también debió tener Oscar Alberto Martínez, su hija, y tantos otros migrantes, antes de perder la vida en busca de un sueño en tierra ajena.
Mientras haya gente como Gustavo y asociaciones como Azul Originario, la esperanza de una ciudadanía consciente y activa está vigente.