Los habitantes de Bogotá reconocen más los elementos culturales, de infraestructura y las situaciones caóticas de la capital, que la riqueza de los ecosistemas naturales y la biodiversidad que rodea a la ciudad.
Así lo percibió Luisa Natalia Contreras Quevedo, magíster en Hábitat de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), quien por medio de palabras, dibujos y símbolos llevó a 75 habitantes de Bogotá a identificar lo que su imaginario reconoce del lugar en el que viven.
Un 41 % identificó elementos culturales como el Festival de Teatro, la Basílica del Señor de Monserrate, los festivales de música y otros elementos sociales como aquellos que permiten evidenciar un enfoque diferencial y poblacional, como por ejemplo los grupos etarios, las minorías y los habitantes en condición de discapacidad.
En segundo lugar, identificaron el elemento físico con un 34 % de recordación, nombrando edificios titulados como bancos, universidades, hospitales y vías de la ciudad.
Un 11 % reconoce elementos termodinámicos, referidos tanto a los medios de transporte –como el TransMilenio y las bicicletas– como a los centros de mayor actividad y concentración de personas, y a situaciones caóticas como la hora pico.
Los tres elementos menos nombrados fueron el biótico, el económico y el político, representados por el 5, 4 y 5 %, respectivamente. En el ámbito biótico se evidencia el divorcio del hombre y la naturaleza que ha sido acentuado por las grandes urbes; el poco reconocimiento de ecosistemas naturales en medio de la ciudad como humedales y bosques, y de los animales y la flora que los comprenden.
“Es innegable la importancia de los Cerros como referente de identidad y ubicación de la ciudad. También fueron relevantes las iglesias o los lugares religiosos nombrados por los encuestados, y también la visión del TransMilenio lleno y el mal trato dentro del sistema”, señala la magíster.
Por otro lado, muchos de los encuestados señalaron que como transporte alternativo se movilizan en bicicleta, y a través de las ciclorrutas.
Estas respuestas, logradas a través del estudio, llevan a la investigadora a proponer que se replantee el concepto de educación ambiental de la capital.
En el aspecto económico –el más bajo de todos– se reconocen las dificultades económicas que se percibe en gran parte de la población de la ciudad; y en el político se evidencia poca participación en los procesos gubernamentales y planes de mediano plazo como el Plan de Ordenamiento Territorial (POT), lo cual muestra las dificultades que se han tenido en la construcción social del hábitat en los diferentes sectores de la ciudad.
Con base en estas apreciaciones, la magíster Contreras propone una política pública de educación ambiental en Bogotá, en la que se formulen estrategias que permitan iniciar procesos de reconocimiento de los cuatro elementos con la percepción más baja: termodinámica, biótico, económico y político, para afianzar así los aspectos identitarios y de apropiación del espacio.
“Debemos replantear el concepto de ambiente y el de educación, el cual tiene que ser un proceso de incorporación de aprendizajes que modifican la vida propia”, subrayó.
Al respecto, recordó que en el Distrito se han formulado interesantes apuestas por una educación ambiental integral y holística, pero los cambios de gobierno y la falta de planeación en el largo plazo (20 años) dificultan la continuidad de los procesos.
La investigadora propone que partir de los avances obtenidos en materia de identidad y reconocimiento físico de la ciudad se fortalezcan procesos de apropiación territorial, cultura ciudadana y construcción social del hábitat.
Igualmente plantea la promoción en las entidades distritales de los efectos de la situación ambiental distrital actual en la economía de Bogotá, de la región y del país, y el empoderamiento de las comunidades para que estas sean generadoras y dueñas de sus procesos locales y regionales, con el fin de asegurar su permanencia en el tiempo y potencializar los impactos de dichos procesos.
Agencia de Noticias UNAL