Recorrimos el centro de la capital oriental boliviana con Richard y su perra adiestrada Mali. Una travesía que refleja cómo el peatón se ha visto obligado a circular por las calles. El Derecho a la Ciudad, expresado en el acceso y la movilidad segura para el peatón, es una deuda pendiente de la ciudad.
Por: Rocío Lloret Céspedes – Periodista (Colaboradora LA Network – La Paz)
Mali, la perra guía de Richard Mateos Rodríguez (40), está en apuros. Adiestrada para evitar que su amo ciego tropiece con obstáculos, se ha detenido en una céntrica esquina de Santa Cruz de la Sierra (Bolivia). Frente a ella, hay una acera estrecha de ladrillos que se mueven y al medio, una tabla que alguien puso para que la gente pueda transitar en días de lluvia. A un costado, en la calle, autos y microbuses disputan el espacio entre sí y sortean a los vehículos estacionados al costado derecho. Finalmente, el can sube a la acera y avanza lento por delante, mientras el dueño se aferra al arnés que atraviesa el pecho del animal, y toca el suelo con la punta los pies, como si estuviera al borde de un abismo. Sabe que no camina en terreno seguro.
Esta mañana a Mali le ha tocado guiar a Richard de la plaza principal, 24 de Septiembre, a la oficina de Migración. Las cuatro cuadras de recorrido se han convertido en diez por una confusión y ello la ha dejado ansiosa.
De tamaño mediano, la labradora negra no solo debió esquivar promontorios de arena, escombros, pilares de cemento y puestos callejeros de golosinas y comida rápida, sino también pararse de golpe porque en las intersecciones sin semáforo, los autos no ceden el paso a los peatones.
En las aceras, la falta de uniformidad ha provocado que varias veces el amo tantee el suelo con los pies antes de dar un paso. Es que algunas son muy altas, para evitar que los aguaceros inunden las viviendas, y otras más bajas para que los autos puedan parquearse aunque esté prohibido. Están las de cemento, muy deterioradas, y otras de cerámica, muy resbalosas. Si hay suerte, en algunas de ellas es posible disfrutar del espacio y caminar acompañado, pero en otras, las de las casonas antiguas, se debe pasar de a uno, cuando no hay que cruzar al frente, porque directamente no hay acera.
Para Richard, cada vez que Mali se detiene, significa que hay que tener precaución, así que cada cierto tiempo la jala y le pide que esté atenta, cuando se da cuenta que algo la distrae. Juguetona como es, la perra suele saludar a gente que recién conoce u olfatear comida que encuentra a su paso.
Tras sortear el tramo de la acera de ladrillos, el más difícil del recorrido, el panorama se torna aún más complicado. El edificio de Migración está en la esquina de las calles Sucre y Quijarro, donde una fila de gente que espera hacer trámites ocupa gran parte de la acera, mientras vendedores de jugos y hamburguesas copan el resto del espacio. Si Mali evitó avanzar por la calzada en la cuadra anterior, en esta no hay otra opción que bajarse y transitar en medio de vehículos estacionados al lado izquierdo y microbuses que pasan raudamente. Pese a todo, ha sabido sortear muy bien esta carrera de obstáculos. “Bien hecho, Mali”, le dice su dueño.
Un espacio para todos
“El problema es que esta ciudad ha normalizado el hecho de caminar por la calzada porque las veredas (aceras) están ocupadas y nadie dice nada. El entorno en sí no está adaptado para que cualquier persona pueda moverse en la ciudad. Por ejemplo, una abuelita de 70 años, también la pasa muy mal caminando”, dice Richard, activista e historiador español que vive en Santa Cruz desde 2015.
Ya en su casa, con pantuflas y Mali jugando, explica que bajo esa perspectiva, la solución no pasa por adaptar espacios para determinados grupos de la sociedad, sino reconstruir urbes acordes a la diversidad de gente que vive en ellas. Mientras no se plantee el tema desde esa lógica, será difícil generar espacios inclusivos.
Hace algunos años en la capital oriental boliviana, se construyó ramplas en el primero de los ocho anillos “para la personas con discapacidad”. Ninguna de ellas, sin embargo, cumple estándares internacionales –explica Mateos- porque al cruzar al frente no hay otra similar en línea recta, con lo cual el peatón queda en media calle. “En un debate radial conmigo, un concejal admitió que las hicieron por si en algún momento llegaba algún turista no vidente”.
Desde la municipalidad se habla de planes de reordenamiento de mercados, ampliación de vías y otras medidas para aliviar el tráfico vehicular, pero no se menciona mejorar las veredas (aceras), por ejemplo, para que el ciudadano que prefiere caminar no se exponga a peligros a cada instante, porque con frecuencia debe bajar a la calzada. “Santa Cruz de la Sierra es una ciudad llana, que con el clima que tiene (entre 27 y 32 grados centígrados gran parte del año), no está pensada para caminar como pasatiempo. Acá no pasa, la gente sale porque tiene algo que hacer, no encuentro gente que salga a pasear, y eso es inhumano. En general el contexto es agresivo”.
La realidad no es muy distinta en otras regiones. El activista ha estado en La Paz, Cochabamba y Sucre. En la primera, donde el municipio trabaja más en políticas de inclusión, la orografía es un factor que no permite trabajar mucho en cambios, pero ello no quita que se busque otro tipo de soluciones. En la segunda, sí hay veredas bien hechas, por lo menos en el centro, pero en la tercera, es en la única en la que Mateos y Mali se han sentido seguros a la hora de caminar por las calles. “Quizá sea porque es una ciudad pequeña, la gente te ayuda y los conductores se paran para que pases”, afirma.
En la meta
La carrera de obstáculos para llegar de la plaza principal a la oficina de Migración ha terminado. Al entrar al edificio, Richard es atendido en Informaciones y le piden subir a un tercer piso para recoger el pasaporte que certifica su estancia legal en el país. Junto a Mali ingresa en el elevador y ¡oh sorpresa!, su trámite aún no está listo, así que debe volver en dos días.
Tras bajar, frustrados, nuevamente ambos se enfrentan a un gentío, a vendedores ambulantes, vehículos mal estacionados y choferes de microbuses que intentan avanzar pronto sin importar si las maniobras que hacen están permitidas. Deben volver a casa, pero pocas veces viajan en transporte público, porque los conductores no están acostumbrados a dejar pasar a un perro adiestrado.
Esta vez un taxista acepta llevarlos y entiende que Mali debe ir a los pies y no en el maletero, porque no es una mascota. En unos días más a Mali le tocará nuevamente guiar a su amo, y sortear pisos inestables y escombros en las veredas. Ya está acostumbrada a esta ciudad donde “es normal” que autos y peatones compartan espacios.