¿Qué huella para la ciudad?

derecho_1
Carlos Moreno
ciudad-desde-el-espacio
Foto del astronauta francés Thomas Pesquet desde la Estación Espacial Internacional.

Por Carlos Moreno.

Cada día las impresionantes imágenes tomadas por el astronauta francés Thomas Pesquet nos muestran la importancia que las ciudades suponen para nuestro planeta. Ocupan el 2% de la superficie del planeta, pero concentran al 50% de la población mundial, consumen el 70% de la energía mundial, son responsables del 75% de las emisiones de CO2 y producen el 80% de la riqueza.

En el momento en que estas imágenes, y muchas otras, nos ponen de manifiesto la vulnerabilidad de nuestras vidas urbanas por la polución y la fragilidad de nuestros recursos en múltiples ciudades en el mundo, las reflexiones en profundidad y las acciones concretas al respecto están caracterizadas por intentar cambiar el paradigma y ofrecer otro marco de vida. Se trata de privilegiar la calidad de vida de los ciudadanos, comenzando por el aire que respiramos, pero también el agua, la biodiversidad, y toda una cadena de aprovisionamientos, de logística y de forma de vida en la ciudad.

Al ritmo de esta urbanización mundial acelerada sin cambios profundos, es la salud misma de los humanos, su supervivencia, lo que está en cuestión en el horizonte de las próximas décadas.

No hay duda de que en el momento de la llegada de Donald Trump y de las incertidumbres respecto a la continuidad de los Acuerdos por el Clima de Paris, es urgente tomar consciencia, con gravedad, de la inmensa responsabilidad que recae sobre las ciudades y los territorios, y sobre el alcance de este combate. Esto hace aún más dramática pero esclarecedora la acción de los Alcaldes y las redes internacionales de alcaldes que se encuentran en el centro de la vida de nuestras ciudades y metrópolis.

Más allá de debatir sobre el tipo de transporte urbano, y sobre la urgencia de abandonar el coche individual y el motor térmico, es esencial comprender que se trata de cambiar de modo de vida y de cultura urbana heredada del siglo XX. En primer lugar respecto de la huella energética global que causamos, todas las acciones conjuntas, en nuestros territorios. El GIEC de la energía, el « Global Energy Assessment, GEA », precisa1 4 criterios principales en este sentido: la economía geográfica urbana, los modos de consumo, la eficiencia en la demanda final y la forma urbana con sus infraestructuras2.

En el momento de la aparición y consolidación de la dimensión metropolitana, incluso hyper metropolitana, para todas las vidas urbanas en el mundo, es imperativo tener una mirada lúcida respecto a los impactos de las decisiones políticas sobre el triángulo socio-urbano constituido por la fragmentación espacial el territorio urbano, la densidad de sus constituyentes y el peso de las tendencias de su geografía y su estructura sociológica.

Lejos de los enfoques oportunistas, o de los argumentos demagógicos utilizados para rechazar, por ejemplo, las medidas indispensables, tales como el cierre de las autopistas urbanas y la recuperación de estas zonas, a menudo cercanas al agua, para que los ciudadanos – peatones descubran la interacción con su biodiversidad, un estudio científico del desarrollo urbano sobre la «alta calidad de vida», cruzando los 4 criterios citados por el GEA con el triángulo socio-urbano, ofrece sólidas bases de análisis y reflexión.

La combinación de lo que ha sido denominado «la vida periurbana» con el automóvil, se traduce habitualmente en el desarrollo de «metrópolis difusas», caracterizadas por fuertes discontinuidades tanto espaciales, en términos de densidad, como de fuertes disparidades sociológicas. Agravadas por los efectos mono-funcionales, Norte-Sur, Este-Oeste, por la oposición geográfica trabajo/domicilio, aumentada por los modos de vida «consumista» y agravada por la ausencia de zonas verdes/descanso, inevitablemente da lugar a la «trombosis urbana»: la asfixia de la circulación y los atascos de tráfico, en particular de los vehículos individuales, convertidos en un modo de vida a tiempo completo.

Nos enfrentamos a un doble desafío: luchar contra una cultura de vida denominada «periurbana» dedicada al automóvil como medio de transporte (al mismo tiempo que en las primeras zonas en un radio de 20 Km, la fragmentación de los territorios se emborrona por el desarrollo urbano), sin haber ofrecido, generalmente, en paralelo a este crecimiento, una multimodalidad «suave» y un policentrismo funcional.

Esto requiere una verdadera intervención política para decidir la manera en que debe desarrollarse esta nueva compacidad cualitativa urbana. No se puede dejar al libre albedrío del sector privado o de los promotores. Es indispensable una regulación del espacio público, la biodiversidad y los bienes comunes, a escala de barrio, de ciudad y de metrópolis.

Es entonces urgente:

  1. Fomentar la continuidad espacial compacta asegurando al mismo tiempo una política que privilegie la mezcla funcional y el reagrupamiento de diversas actividades económicas y de vida.
  2. Ofrecer un enfoque cualitativo indispensable, con la recuperación del agua, de los cursos de agua, de las zonas verdes, para crear auténticos parques urbanos y desarrollar una cultura del hombre en la ciudad.
  3. Favorecer la conectividad y reencontrar una vida local, dando poder a la vida del barrio, que significa también, desarrollar su descubrimiento, caminando y a través de modos de movilidad suaves, la bicicleta en particular.

Facilitar el vínculo físico y social con otros barrios para ofrecer la mezcla y la diversidad, implica también, poner en primer lugar de la hoja de ruta los “bienes comunes”, sobre todas sus formas, incluyendo repensar el mobiliario y el desarrollo urbano.

En el momento de la desaparición de un gran pensador que ha marcado nuestras mentes, Zygmunt Bauman, creador del concepto de la «modernidad líquida» en homenaje aquí, una cita al respecto de la vida en nuestras ciudades, y la huella cultural indispensable también para su transformación: «La globalización no se desarrolla en el «ciberespacio», en ese lejano «por allí», sino aquí, a tu alrededor, en las calles donde caminas y en el interior de cada uno… Las ciudades de hoy son como los vertederos donde se depositan los procesos de globalización. Pero también son escuelas abiertas todos los días, 24 horas los 7 días, donde se aprende a vivir con la diversidad humana, pudiendo ser placentero y dejando de ver la diferencia como una amenaza. Hace parte de los habitantes de las ciudades aprender a convivir con la diferencia y afrontar tanto las oportunidades como las amenazas que plantea. El «paisaje coloreado de las ciudades» suscita simultáneamente sentimientos de «mixofilia» y de «mixofobia». Interactuar cotidianamente con un vecino de un «color cultural» diferente puede, sin embargo, permitir dominar y domesticar una realidad que puede parecer amenazante cuando se enfoca como un «choque de civilizaciones »… » 

Las acciones tomadas en este sentido por algunas ciudades a la vanguardia de este combate, de la red C40 y otras, tales como Paris, Nueva York, Los Ángeles, Chicago, Portland, Tokio, Medellín, Buenos Aires, Sydney, Auckland, Vancouver, Toronto, Montreal, Kigali, Colonia, Chennai, Guangzhou, son muy alentadoras aunque al mismo tiempo, el camino a recorrer es todavía largo.

[1] « Toward a Sustainable Future », International Institute for Applied Systems Analysis, Cambridge, 2012

2 A lire également l’excellent rapport préparé par l’Institut des Morphologies Urbaines et Systèmes Complexes, pour la CDC, Nov 2013

“Texto original escrito en francés para el diario La Tribune.

Derechos en español para el portal I-Ambiente, con traducción de @Guille_Mas

Cortesía de Carlos Moreno para su publicación en La Network, en particular para los lectores de América Latina”.