Dos casos de estudio aparentemente distantes proponen una reflexión global, desde experiencias locales, sobre el cuidado de los ecosistemas.
Son literalmente unos tesoros para la vida, para que la humanidad palpite y las ciudades y territorios sean más humanos y sostenibles.
Algunos listados usados por académicos afirman que los humedales ofrecen nada menos que 22 servicios ecosistémicos que van desde la provisión de alimento hasta el disfrute espiritual. Y eso pasa a lo largo de todo el mundo, sea rural o urbano.
Por ello, para nutrir el debate sobre si los humanos hacen parte del ecosistema o estos debe estar fuera de él y observarlo como una simple despensa; el Centro de Estudios Urbanos y Ambientales URBAM, de la Universidad Eafit en Medellín, invitó a su tradicional Cátedra Abierta, a un par de expertos de origen diametralmente opuesto: Japón y Colombia.
Los doctores Akiko Okabe, arquitecta, artista y urbanista japonesa docente de la Universidad de Tokio; y el biólogo, ecólogo y Coordinador de Gestión Territorial para la Biodiversidad del Instituto Von Humboldt, el colombiano Wilson Ramírez Hernández; fueron los invitados para compartir experiencias y reflexiones sobre la relación humano – humedal; la recuperación de ecosistemas y la importancia de la ética para proteger los humedales como una de las manifestaciones más maravillosas de la naturaleza.
De la Mojana sucreña hasta el último humedal de la Bahía de Tokio
La Mojana, como se le conoce en Colombia a una amplia región de humedales en el sur del departamento de Sucre, fue objeto de un trabajo de dos años por parte del equipo de Gestión Territorial para su recuperación, luego de padecer inundaciones por el fenómeno de La Niña en 2010 y 2011, y una terrible sequía en 2015 por El Niño.
Fueron situaciones extremas que causaron pérdida de vidas y afectaciones graves al ecosistema como destrucción de especies vegetales cruciales para el equilibrio y el sustento humano. Luego de un trabajo de dos años con un equipo multidisciplinario de 32 personas, la Mojana está recuperada y es ejemplo de resiliencia frente al cambio climático en el país: 700 hectáreas recuperadas directamente y 2.000 indirectamente.
“La principal lección que sacamos en estos dos años cortos es que si quiero hacer restauración integral de un ecosistema lo primero que tengo que hacer es fortalecer la gobernanza para la sostenibilidad. Es decir, sobre lo que tengo que trabajar es cómo la comunidad está relacionada con su ecosistema. Generamos tejido social, era el que se necesitaba recuperar, no tanto el ecosistema mismo sino las relaciones entre las personas y su ecosistema”, indicó el doctor en Biología.
Por su parte, Okabe compartió la situación actual de la disputa de los ciudadanos de Tokio frente al gobierno, por la conservación del último humedal de la Bahía de Tokio. Una pequeñísima franja de 100 hectáreas que hasta hace poco fueron 200, pero que en 2011 por causa del terremoto y la licuefacción del terreno se redujo.
Indicó la profesora japonesa que la historia de degradación de la bahía se desató tras la industrialización japonesa de la posguerra a mediados de siglo. En ese momento, la bahía estaba circundada por miles de hectáreas de humedales que fueron desapareciendo bajo las toneladas de desechos de los tokiotas y del engranaje económico que llevó a Japón a ser líder mundial.
Los servicios ecosistémicos de los humedales, de la relación de estos con el mar, alimentaron a la capital nipona desde 1.600 según la académica. De ello hoy no queda sino el debate: el gobierno dice que el museo que muestra el ecosistema del humedal es suficiente para satisfacer las nostalgias de otros siglos con más naturaleza. Por su parte, los ciudadanos dicen que hay que luchar al menos por esas 100 hectáreas.
“Teníamos una biodiversidad. La línea de costa era bastante adentro y ahora es tierra artificial. El gobierno considera que los movimientos cívicos de preservación son nostálgicos pues todo el ecosistema está totalmente destruido”, relata la arquitecta quien destaca que hoy se quiere hacer una autopista que requeriría el relleno del humedal.
Y aunque los casos estén a 15 000 kilómetros de distancia, están fuertemente unidos por nada menos que los seres humanos, la cultura, un biólogo y una arquitecta como expertos, pero también como ciudadanos del mundo en una misma conexión.
“Al referirnos al ecosistema debemos tener en cuenta que hay una relación con él (…) Tenemos en Japón el concepto de Satoyama, en el que el hombre está dentro del ecosistema: la naturaleza más el humano. Las actividades humanas son regeneradoras del ecosistema: recibimos los servicios ecosistémicos y ese consumo de los seres humanos contribuye a la biodiversidad, eso es innovador. Tenemos un solo ecosistema integral global”, explicó Okabe.
“Los ciudadanos nos debemos entender como parte del problema. Hoy podemos reparar ecosistemas, pero se necesitan otras escalas de compromiso”, sentenció Ramírez.