Hace poco pronuncié un discurso en la Universidad de Columbia, y se puede decir que pasé toda mi vida preparándome para ello. Estudié Antropología; fui médico y cuidé a personas pobres en los lugares más pobres del mundo; ocupé el cargo de presidente de una universidad, y ahora tengo el honor de ser el actual presidente del Grupo Banco Mundial.
Toda esta experiencia me ha llevado a creer que combatir la pobreza es la misión más fundamental que toda organización puede tener, y que poner fin a la pobreza extrema es algo que finalmente podemos hacer.
Mis raíces, que se remontan a la Corea de la posguerra, me convencieron que ningún país es una causa perdida. Nací en 1959 en un país que entonces era uno de los más pobres en el mundo. La mayoría de la riqueza minera y de la industria se encontraba a lo largo de la frontera en el norte. Menos del 20 % de la población sabía leer y escribir. Hoy, Corea del Sur es uno de los países más avanzados en el mundo. Su economía no se basa en los recursos naturales, sino en los talentos, las competencias y los conocimientos de su población.
Creo que todo país pobre tiene hoy el potencial de salir de la pobreza como lo hizo Corea. Cada persona pobre merece una oportunidad de superar la pobreza, de la misma manera que 1100 millones de habitantes lo han hecho en los últimos 25 años. No obstante, 800 millones de personas viven aún con menos de USD 1,90 al día. ¿Cómo pueden ellas también escapar de la pobreza extrema?
La esperanza debe ser la opción moral
Debemos empezar creyendo que vale la pena ayudar a cada país, cada comunidad y cada persona. La esperanza no puede ser el resultado del análisis; la esperanza, la convicción y el optimismo deben ser la opción moral.
Entiendo que esto es cierto sobre la base de la experiencia adquirida. Como uno de los cofundadores de la organización Socios en Salud, tuve la intención con Paul Farmer y Ophelia Dahl de proporcionar atención de salud a las comunidades pobres en Haití, Perú y otras zonas. Nos encontramos con que la comunidad médica consideraba que el tratamiento del VIH y la tuberculosis farmacorresistente era muy difícil y demasiado costoso en los países en desarrollo. Casi toda la comunidad médica dijo que no había suficiente dinero para financiar los tratamientos. Algunos argumentaron que las personas pobres en África no tenían relojes por lo que no podían adherirse a la farmacoterapia.
Con la ayuda de trabajadores sanitarios de la comunidad, tratamos a los pacientes, a personas como Joseph Jeune en Haití. Joseph padecía de VIH y tuberculosis no resistente a fármacos. Con medicamentos antirretrovirales, su transformación fue milagrosa. Su caso cobró fama y él inspiró a muchos: personas en diversos países reivindicaron su caso como su propia causa. Joseph era haitiano, pero se convirtió en zambiano y en namibio. Llegó a ser el símbolo de lo que era posible hacer. Hoy, millones de personas con VIH en los países en desarrollo llevan una vida productiva gracias a las terapias antirretrovíricas. Joseph Jeune ayudó a demostrar que no deberíamos perder la fe en las personas pobres.
Sentar nuevas bases para la solidaridad humana
La misión de Socios en Salud —proporcionar atención, con una opción preferencial por los pobres— era en el fondo un esfuerzo por forjar nuevos cimientos para la solidaridad humana. El personal del Grupo Banco Mundial, durante su labor destinada a combatir la pobreza en el mundo, sienta las nuevas bases para la solidaridad humana todos los días.
El Banco Mundial se fundó después de la Segunda Guerra Mundial y su creación se basó en la idea de que lo que afecta a una ciudad, un país o una región puede tener impactos inmediatos y duraderos en todos nosotros. Esto es tan cierto hoy como lo fue hace siete décadas.
En 2013, nuestros189 países miembros respaldaron dos objetivos: poner fin a la pobreza extrema a más tardar en 2030 e impulsar la prosperidad compartida en el 40 % más pobre de la población mundial.
Hoy, nos estamos concentrando en tres formas en que lo lograremos: acelerando el crecimiento inclusivo y sostenible; creando resiliencia ante conmociones y amenazas, e invirtiendo más —y más eficazmente— en las personas.
Estamos cumpliendo un papel decisivo en la búsqueda de soluciones favorables para todas las partes, en que logremos la maximización del financiamiento para el desarrollo y creemos oportunidades para que los dueños del capital obtengan una mayor rentabilidad. Usaremos la gama completa de nuestros instrumentos financieros para impulsar el crecimiento económico, proteger a los países de crisis coincidentes, y ayudar a los países a realizar un volumen mayor de inversiones más eficaces en su gente.
Ayudar a las personas a desarrollar su potencial puede impulsar el crecimiento económico
Siempre supimos que invertir en las personas es lo que corresponde; ahora estamos aprendiendo que, desde el punto de vista económico, esa bien puede ser la decisión más inteligente.
Con demasiada frecuencia seguimos oyendo a los líderes decir: “Primero promoveremos el crecimiento de nuestras economías y después invertiremos en nuestra gente”. Pero invertir en las personas es invertir en el crecimiento económico.
En una nueva investigación se concluye que el capital humano —la reserva de conocimientos técnicos y generales, y las competencias de un país— es una parte mucho más importante de la riqueza general de las naciones de lo que se había pensado. En resumen, esto es lo que descubrimos.
El capital humano representa la mayoría de la riqueza en los países de ingreso alto; una proporción menor de la riqueza general en los países de ingreso mediano, y una proporción incluso mucho menor en los países de ingreso bajo.
Si se examina el cuartil superior —el 25 % de países que han mejorado en mayor medida el capital humano— y se lo compara con el 25 % más bajo —los países que han mejorado en menor medida el capital humano—, se percibe una diferencia enorme.
Examinamos la situación imperante en los 25 años comprendidos entre 1991 y 2016 y constatamos que la diferencia en cuanto al crecimiento económico representó el 1,25 % del PIB por año a lo largo de ese período. Tenemos que seguir trabajando y continuar las investigaciones, pero en visión retrospectiva esos datos llevan a pensar que las inversiones en los seres humanos han tenido un enorme impacto en el crecimiento económico.
Esa idea ha estado vigente desde hace algún tiempo, sin embargo ahora, con mejores datos y más transparencia en su divulgación, y con herramientas de análisis nuevas y más eficaces, estamos comprendiendo que la relación entre capital humano y crecimiento económico podría ser mucho más profunda de lo que jamás habíamos imaginado.
En mi discurso en la Universidad de Columbia, anuncié el proyecto de capital humano, una iniciativa acelerada de ayuda a los países para que inviertan más —y más eficazmente— en su gente. Es urgente porque estamos encarando varias crisis de capital humano: en todo el mundo, 155 millones de niños sufren retraso del crecimiento, lo que significa que no se desarrollan de manera apropiada; 250 millones de niños no saben leer ni escribir, pese a tener un cierto grado de escolarización; 400 millones de personas carecen de acceso a servicios de salud esenciales, y solo un tercio de los pobres del mundo cuenta con cobertura de redes de protección social.
Además de estas crisis actuales, los países necesitan de manera urgente invertir para desarrollar el capital humano porque los avances tecnológicos están cambiando la naturaleza del empleo. En algunos estudios se estima que no menos del 65 % de los niños matriculados actualmente en la enseñanza primaria trabajará en empleos o ámbitos que aún no existen. Por lo que los países deben invertir en el desarrollo de competencias que las personas necesitarán en la economía del futuro, tales como el pensamiento crítico, la resolución de problemas y el aprendizaje permanente.
La movilidad económica genera una sociedad más productiva
Invertir más en las personas para desarrollar el capital humano puede ayudar también a abordar uno de los principales desafíos de nuestra época: la falta de movilidad económica.
Publicaremos un estudio en que se usaron nuevos conjuntos de datos que abarcan el 95 % de la población mundial y la mayoría del mundo en desarrollo. Averiguamos que la condición social de uno de los padres tiene tanta influencia hoy como hace 50 años en las perspectivas económicas de una persona. Los 15 países que registran el nivel más bajo de movilidad económica son países en desarrollo, y en la economía en desarrollo promedio los niveles de educación actualmente no son mejores que en la generación previa.
Aumentar la movilidad económica será crucial porque las aspiraciones están creciendo en todo el mundo. En casi todos los sitios que visito, veo personas mirando sus teléfonos inteligentes. Nuestros economistas descubrieron que mientras más acceso tiene una persona a Internet y está más expuesta a saber cómo viven los demás, su ingreso de referencia —el nivel de ingresos con respecto al cual una persona compara su propio nivel de ingresos— comienza a cambiar. Debido a Internet, los teléfonos inteligentes y los medios sociales, existe una convergencia de aspiraciones.
Este nuevo conocimiento puede ayudar a crear sociedades más vibrantes y prósperas. Las aspiraciones, unidas a las oportunidades, pueden generar pujanza y crecimiento económico inclusivo y sostenible. Pero si faltan oportunidades para colmar esas aspiraciones, es muy posible que la frustración resultante lleve a los países a experimentar fragilidad, conflictos, violencia, extremismo y, posteriormente, migración.
Necesitamos hacer todo lo que podamos para ayudar a las personas a alcanzar sus máximas aspiraciones.
En mis cinco años como presidente del Grupo Banco Mundial nunca como hoy había contemplado con mayor optimismo nuestra capacidad para ayudar a las personas a superar por sí mismas la pobreza, y que el mundo puede sentar nuevas bases para la solidaridad humana.
Si invertimos los recursos apropiados y actuamos con la cruda urgencia que estos tiempos requieren, creo que podemos ser la primera generación de la historia en erradicar la pobreza.