Más de una vez se puede escuchar la expresión “la pobreza tiene rostro de mujer”. En una reciente investigación realizada por TECHO, en 42 asentamientos populares de once países de la región, con un total de 4.413 familias encuestadas, se identificó que en 6 de cada 10 casos (57,1 %) la jefatura del hogar es asumida por mujeres. Así aparecen rostros e historias como la de Juana, por ejemplo, mujer de 40 años, jefa de hogar, con un nivel educativo correspondiente a primaria, desempleada y habitante de un asentamiento popular en situación de pobreza y exclusión, en algún rincón de América Latina.
Verónica, hija de Juana, también vive esta realidad: con dieciséis años ya es jefa de familia y forma parte del grupo de mujeres que, entre sus catorce y diecisiete años, se encuentra asumiendo este mismo rol.
Avanza marzo y Verónica se dirige en el bus a una entrevista a un puesto de trabajadora doméstica. Una entrevista que finalmente concretó después de haber llevado su hoja de vida a incontables lugares. Nada le da certeza de que ahora sí la aceptarán, pero no puede perder la oportunidad de intentarlo: su mamá está desempleada y el ingreso a través de las actividades esporádicas de lavado y planchado que realizan no es suficiente para las dos familias. Mientras sigue su viaje, sube un vendedor de periódicos. Por estas fechas, es posible que uno de los titulares comente sobre realidades como la que viven Juana y Verónica, la que la investigadora Diana Pearce (1978) definió por primera vez en los setenta como “feminización de la pobreza”. Hace ya más de cuarenta años, la investigadora evidenció en sus estudios la relación entre el aumento de las jefaturas de hogar femeninas y el deterioro de las condiciones de vida.
En la actualidad, gracias al desarrollo de investigaciones con enfoque de género y desagregación de los datos por sexo, se ha podido observar que el camino de la mujer está atravesado por variables como religión, raza, procedencia, edad, discapacidad y otras, que se suman y repercuten de acuerdo con el contexto. Según el informe El progreso de las mujeres en América Latina y el Caribe (2017), publicado por ONU Mujeres, entre 2002 y 2014, la pobreza en América Latina disminuyó un 16%. Sin embargo, el índice de feminidad de la pobreza creció en once puntos.
Los datos son aún más rotundos al señalar que el desafío de superar la pobreza es mayor para las mujeres. En el informe Hacer las promesas realidad, la igualdad de género en la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible, publicado en febrero de 2018 por ONU Mujeres, se reporta que, en América Latina, de cada 100 hombres en situación de pobreza extrema, hay 132 mujeres en esta misma situación.
La historia de Juana y Verónica comparte matices con la de tantas mujeres que llevan años tejiendo su propia historia y luchando por transformarla. Son mujeres que llenan de sentido el llamado urgente a la movilización y el trabajo en conjunto. Son quienes nos recuerdan las grandes deudas de nuestra sociedad, para superar la situación de pobreza y exclusión que millones de personas viven en los asentamientos populares y que alcanza con más fuerza a las mujeres. Por eso el llamado es a repensar nuestra sociedad y a asumir las oportunidades de transformación que cada uno y una tiene en sus espacios diarios: en las relaciones intrafamiliares, las laborales y en las de otras actividades que realicemos. La transformación de esa cotidianeidad y el llamado masivo a que estos cambios se promuevan desde los grandes espacios de toma de decisión, serán los que reconfigurarán paradigmas, y sumarán finalmente al trabajo incansable que muchas mujeres ya emprenden cada día desde los asentamientos. Para que la historia no tenga que ser la misma, incluso más de cuarenta años después.
Fernanda Arriaza López
Directora de Gestión Comunitaria
TECHO Internacional