Bo Lidegaard
COPENHAGUE – Las fuerzas que combaten el calentamiento global y luchan para fortalecer la protección del medioambiente deben prepararse para recibir fuertes daños colaterales como resultado de la victoria de Donald Trump en la elección presidencial en los Estados Unidos. A juzgar por la retórica de campaña de Trump, y por declaraciones de sus aliados republicanos, se avecina una oleada de desregulaciones e incentivos a la producción local de gas, petróleo y carbón que desvirtuarán por completo la protección medioambiental en Estados Unidos.
Los ambientalistas han comenzado a evaluar los posibles daños y elaborar estrategias para evitar una embestida de las fuerzas antisostenibilidad más extremistas que jamás hayan controlado el Congreso estadounidense. La lista de posibles víctimas es larga y deprimente. Si se hacen realidad los peores pronósticos, Estados Unidos se volverá mucho menos ecologista, y la cooperación internacional resultará seriamente afectada.
En la reciente reunión sobre el clima (COP 22) en Marrakesh, se habló mucho de los diversos modos en que el gobierno de Trump puede matar el acuerdo climático alcanzado en la COP 21 de París el año pasado. Puede usar el asesinato: que Trump lisa y llanamente rompa el acuerdo. O el hambre: que Estados Unidos se niegue a hacer o pagar su parte. O la tortura: exigir al resto de los países hacer más.
Seguro que hay otras formas, pero no estamos obligados a contemplarlas, no necesitamos hacerlo, ni deberíamos. Por el momento, nadie sabe qué medidas reales tomará Trump tras su asunción. Algunos esperan que prevalezca cierto grado de razón, sobre todo ahora que los mercados impulsan una transición a tecnologías no contaminantes. Pero otros temen que eso no suceda.
Básicamente, no sabemos lo que hará Trump porque él tampoco lo sabe. La política medioambiental de su gobierno no está escrita en piedra, sino en agua, que siempre busca el camino más rápido para llegar al punto más bajo. Cuán bajo podrán llevar ese punto los fanáticos y los intereses de la industria del carbón depende en parte de las barreras que les pongamos los demás.
Eso implica concentrarnos en movilizar fuerzas que ayuden a defender la permanencia de Estados Unidos en la campaña mundial para la sostenibilidad medioambiental; aunque esto no convencerá a los halcones del nuevo gobierno, servirá de apoyo a los sectores más moderados.
¿Quiénes integran ese “nosotros” que debe actuar ya?
En primer lugar, “nosotros” son en Estados Unidos los gobiernos y las legislaturas de los estados, las organizaciones no gubernamentales, las comunidades locales y las corporaciones. Todos deben movilizar el apoyo de los estadounidenses a la protección de los entornos locales y la contribución a las soluciones mundiales.
En segundo lugar, “nosotros” es la comunidad internacional: los casi 200 miembros de las Naciones Unidas que en 2015 aprobaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el acuerdo climático de París. Es fundamental que todos los miembros de la ONU, sin importar su tamaño, insistan en que la acción internacional seguirá guiándose por estos acuerdos, haga lo que haga Trump.
Hay que hacerle entender al nuevo gobierno por todos los medios que el interés económico y ecológico en la agenda de la sostenibilidad seguirá impulsando a países y empresas en esa dirección. Ayuda mucho que China haya declarado que no dejará pasar las oportunidades que ofrece la transición ecológica, y que asumirá el liderazgo internacional si Estados Unidos se retira.
Y China no estará sola. Aunque muchos lamentarán la ausencia de liderazgo estadounidense o la toma de medidas contrarias por el gobierno de Trump, el peso internacional de Estados Unidos ya no es determinante. Si no participa, otros países ocuparán su lugar y cosecharán los beneficios; y eso deben dejárselo bien en claro. Nada impide al Estados Unidos de Trump bajarse del tren; pero no podrá detenerlo. El resto del mundo seguirá avanzando por el mismo camino.
Las corporaciones estadounidenses y los mercados de capitales deben reforzar ese mensaje, no como mera enunciación política, sino como advertencia: si la economía estadounidense sacrifica las oportunidades implícitas en la agenda de sostenibilidad, será menos atractiva para los inversores y, por consiguiente, menos próspera. El mes pasado, 365 grandes empresas y grupos inversores estadounidenses dieron el primer paso, al emitir un llamado público a Trump para que no abandone el acuerdo climático de París. Si Trump pretende cumplir la promesa a sus votantes de más empleo y aumento de ingresos, un modo de hacerlo es promover la agenda ecológica de la eficiencia energética y la adopción de fuentes renovables.
El cuarto integrante del “nosotros” que debe actuar son los consumidores comprometidos de todo el mundo. Pero salir a manifestarse en las calles coreando consignas contra los gobiernos no bastará para lograr cambios; organizar a los consumidores en los niveles local, nacional, regional e internacional, tal vez sí. Y el mensaje no deben enviarlo solamente los consumidores por separado, sino también organizaciones con capacidad para alentar y amplificar ese mensaje: “No compraremos productos y servicios que se opongan a la agenda de sostenibilidad; preferiremos productos y marcas de calidad que respeten y promuevan esa agenda”. Cualquiera sea su forma final, el mensaje debe ser directo y transparente, y también debe apuntar a las corporaciones estadounidenses que se aprovechen de cualquier flexibilización de las normas locales en materia de medioambiente y emisiones.
La mayoría de nosotros no votamos por Trump, y no estamos obligados a seguirlo. Al contrario: cuanto más firmemente nos organicemos para mantener el rumbo y reforzar las acciones dirigidas a detener el calentamiento global y promover la sostenibilidad, más probable será que los miembros pragmáticos de la nueva mayoría puedan minimizar los daños dentro y fuera de Estados Unidos.
Traducción: Esteban Flamini
Bo Lidegaard, ex jefe de redacción del diario danés Politiken, es un historiador y diplomático danés, autor de varios libros, entre ellos el recién publicado Countrymen [Compatriotas].
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