Un tercio de las zonas protegidas en el mundo se encuentra bajo una intensa presión por parte de los seres humanos, debido especialmente a la urbanización acelerada, según los resultados de una investigación hecha por científicos australianos.
En 1951, el 79 % de las personas en todo el mundo vivía en las zonas rurales y el 21 % en las ciudades. Para 1967, la mitad de la población mundial era urbana. En 2014, el 54 % de la población del planeta ya vivía en ciudades. Y hay casos como el de América Latina, en donde el 80 % de su población vive en áreas urbanas.
La urbanización y crecimiento de las ciudades sigue a un ritmo acelerado, por lo que, se estima en 2050, que el mundo será un tercio rural (34 %) y dos tercios urbano (66 %), todo lo contrario de la distribución de la población rural-urbana de mediados del siglo XX. Solo fueron necesarios 100 años para tal transformación de las condiciones de vida.
Las mayores desventajas en relación con este proceso de urbanización están relacionadas con el impacto en el medio ambiente: la contaminación es mayor debido al tráfico; las ciudades muchas veces exceden la capacidad natural de absorber los residuos sólidos, lo que perjudica la salud; las ciudades demandan tierra, agua y recursos naturales que son desproporcionadamente más altos que la superficie que ocupan, debido al gran tamaño de la población.
Y es en este escenario, que una reciente investigación alerta sobre la enorme tensión que se está ejerciendo en torno a las áreas de protección de la biodiversidad. Según este estudio, un tercio de las tierras protegidas a nivel global se encuentra bajo una intensa presión humana debido a procesos como la construcción de carreteras, el pastoreo y la propia urbanización.
Es importante señalar que las áreas protegidas se crean para detener la pérdida de la biodiversidad; sin embargo, los resultados del citado estudio sugieren que muchas regiones no se encuentran tan bien protegidas como se creía, lo que supone un golpe de realidad para los países que buscan cumplir sus compromisos frente a la pérdida de la biodiversidad, contemplados en el Convenio sobre la Diversidad Biológica, mediante la creación de tierras protegidas.
La última evaluación global del impacto de la actividad humana dentro de las áreas protegidas se realizó en 1992 y no incluía importantes factores como carreteras e hidrovías navegables.
En este estudio, el investigador Kendall R. Jones y sus colegas de la Universidad de Queensland (Australia) buscaron evaluar de forma más exhaustiva el estado actual de estas áreas. Para ello, analizaron un mapa global que combina datos sobre entornos construidos, agricultura intensiva, tierras de pastoreo, densidad de población humana, iluminación nocturna, carreteras, vías de ferrocarril e hidrovías navegables.
Los investigadores informan que, como promedio global, el 33 % de las tierras protegidas se encuentra bajo una intensa presión por parte de los seres humanos, mientras que el 42 % están libres de cualquier tipo de presión humana medible.
En cuanto a los sectores designados como áreas protegidas (en lugar del promedio global), solo el 10 % está completamente libre de actividad humana, si bien la mayoría se encuentra en lugares remotos de países de altas latitudes, como Rusia y Canadá.
Curiosamente, las áreas protegidas designadas con posterioridad a 1993 sufren un nivel de presión humana menor dentro de sus límites que las designadas previamente: Los autores de la investigación sugieren que esto podría indicar que las áreas más recientemente designadas fueron elegidas debido a que ya se encontraban bajo una menor presión humana.
Los autores no encontraron ninguna relación entre el grado de presión humana y ciertas categorías de conservación (es decir, monumentos naturales, áreas de manejo de hábitat/especie, etc.), lo que podría indicar que algunas áreas protegidas podrían categorizarse mejor a fin de restringir la actividad humana.
La investigación es un llamado a los gobiernos locales, nacionales y también a los planificadores urbanos, para implementar políticas que protejan estas tierras ricas en biodiversidad, promover corredores biodiversos, cinturones verdes e igualmente definir un modelo de ciudad más equilibrado y sustentable para que los procesos de urbanización no terminen agotando el medio ambiente y en consecuencia, el bienestar y la vida de los habitantes.