Foto de Vinícius Caricatte: https://www.pexels.com/es-es/foto/personas-sosteniendo-pandereta-2231987/
A finales de la década de 1980, el antropólogo Néstor García Canclini hizo notar cómo la política y la cultura pasaron de ser “campos adversarios” en la visión de los gobiernos, a una fórmula integrada a los discursos políticos. Cuando la cultura adquirió un significado evidente en los sistemas políticos, estos comenzaron a incluirla en los modelos de transformación social.
En el 2022 el binomio política y cultura no está a debate, pero el significado de la cultura como factor económico en las políticas culturales si lo está; y es necesario ampliar la discusión para encontrar soluciones que permita integrar la cultura al desarrollo sostenible de nuestra región.
Actualmente, es posible distinguir dos agendas principales en las políticas culturales de América Latina. Por un lado, la llamada “economía naranja” gestada desde el Banco Interamericano de Desarrollo, impulsada por el saliente Ministerio de Cultura de Colombia que apuestan a que las industrias creativas generen cadenas de valor que transformen las ideas en bienes y servicios, basadas en la propiedad intelectual y en el desarrollo de distritos creativos. Su máxima expresión es la “Ley Naranja” del 2017, que promueve inversiones y alianzas intersectoriales en la economía creativa. Esta agenda reconoce el alto impacto que tiene la cultura en la economía, sin embargo, la principal crítica a la economía naranja es que carece de una visión incluyente.
Por otro lado, la agenda regional de la “cultura viva comunitaria” que es impulsada por la Secretaría General Iberoamericana consiste en el fomento de las expresiones culturales de base territorial, cuya inspiración fue Brasil con sus “puntos de cultura”. Los programas de Ibercultura fomentan políticas culturales que den visibilidad a las vidas culturales -diversas- de América Latina. Podemos afirmar que países como Argentina, Costa Rica, Colombia, Chile, Ecuador, México, Perú y Uruguay, están tomando acciones que ponen en el centro a la cultura viva comunitaria, y en el caso reciente de Chile, están apropiando a sus políticas culturales a los puntos de cultura. A este escenario se suma el futuro de la política cultural en Brasil, país que tendrá elecciones en octubre próximo y en el que se disputan dos visiones antagónicas sobre cómo abordar la cultura.
Las políticas culturales en América Latina siguen siendo marginales. Es deseable que los tomadores de decisiones expandan su narrativa hacia una mejor comprensión de los alcances de la cultura en otros sectores. Además, los estados deberían contemplar estrategias para promover y proteger las expresiones culturales, pero también consolidar el desarrollo de industrias creativas.
En ambas agendas es fundamental el aporte de las industrias creativas para el desarrollo sostenible, pero como en toda mirada se requiere un ajuste a la lente para mejorar la visión sobre las políticas culturales con una perspectiva transversal y de género.