No hay declaración en ciudad, empresa o institución que no incluya entre sus premisas –al menos las más vanguardistas– la diversidad como principio esencial. Diversidad cultural, biológica (biodiversidad), de género, funcional… diversidad, en cualquier caso.
Suele ser confuso y sospechoso cuando ciertas palabras se repiten en toda presentación, exposición o texto. Especialmente, si la realidad contrasta en forma contundente en la calle, en las organizaciones y en las relaciones, con la obviedad de la incoherencia.
La diversidad, en cuyo origen está el latín diversitas y el verbo divertere (girar en dirección opuesta), se refiere principalmente a aquello que es múltiple, abundante y, sobre todo, diferente. Los seres humanos tenemos mayor facilidad para comprender los dos primeros conceptos.
Con un sistema educativo, social y –en algunos casos– empresarial que privilegia la homogenización y la unicidad, y que no procura ambientes propicios para la creación y la innovación, ¿de dónde crear si todas las miradas se parecen? ¿Cómo aportar, sin que antes haya habido divergencia?
En lo múltiple y abundante no reside el problema. La asignatura que reprobamos definitivamente es la diferencia. A esta le hemos dado respuesta mediante la inclusión, concepto que termina siendo limitado, porque incluir significa aceptar a alguien o algo en un sistema ya existente. Por ejemplo, la inclusión de género, no ha sido otra cosa que pretender diversidad de género admitiendo a las mujeres en un sistema diseñado para hombres. Tal vez sería mejor ampliar el asunto y “feminizar” los sistemas, llenándolos de cuidado, estética, delicadeza, consideración y fragilidad.
Igual ocurre con lo biodiverso. Nos enorgullece lo múltiple y lo abundante del ecosistema planetario, pero nos es difícil aceptar que funciona con condiciones diferentes a las nuestras. Cuidar de la naturaleza sin atender hábitos de consumo responsable, es prácticamente una ilusión.
Esta es la obviedad incoherente que rodea la declaración sobre la diversidad. El reto comienza entonces por hacer conciencia sobre la diferencia entre declarar una apuesta por la diversidad y hacerlo sin reconocer y respetar la diferencia. La individualidad y la autonomía a la que tenemos derecho en una sociedad liberal se equivoca en algo cuando busca convencernos de que nuestra visión del mundo es la correcta y que incluir es aceptar que el otro se incorpore a ella.
Hoy, en tiempos de debates polarizados, no debemos preocuparnos o, al menos, no por las razones equivocadas. Los argumentos diferentes no pueden ser un drama. ¡Viva la diferencia! Pero no debe ser “que viva lejos”, como dice la frase popular, sino que pueda vivir cerca, en nuestra casa, en la empresa y entre amigos. Lo que nos debe preocupar es la ligereza de nuestro pensamiento para comprenderla, mirarla, contrastarla y respetarla.
Los tiempos de la diversidad exigen conciencia intelectual y moral para comprender la amplitud de la multiplicidad y la diferencia. Porque lo diferente no implica incluir al otro en mi sistema. Es admitir que mi sistema cambie con el otro.
Claudia Restrepo
Experta en educación y ciudad