Así lo plantea la reflexión del urbanista y planificador Jorge Pérez Jaramillo en su primer libro ‘Medellín: urbanismo y sociedad’.
Justo cuando egresaba de la universidad estallaba la crisis social más grande que haya vivido una ciudad colombiana y entre las más graves de Latinoamérica: Medellín, la segunda ciudad colombiana, se develaba como el centro de operaciones del Cartel de Medellín, de aquella cruel organización que claro, era también la representación de una grave crisis nacional de ausencia total de instituciones sólidas, de justicia social, de inexistencia de líderes coherentes y proyectos que promovieran cohesión.
Se llama Jorge Pérez Jaramillo, es arquitecto, urbanista con acreditación internacional del Royal Institute of British Architects, decano y quien se ha desempeñado en cargos públicos de planificación de la ciudad durante años y que en los últimos cuatro se dedicó a la construcción de su primer libro, ‘Medellín: urbanismo y sociedad’, el que define como una reflexión sobre las últimas tres décadas de su ciudad y en el que plasma una conclusión para debatir: “Estoy plenamente convencido de que Medellín está entrando en una etapa de crisis que difícilmente podremos superar si no lo abordamos desde una perspectiva de autocrítica, de análisis amplio, de generosidad con el proceso y de mirar en qué acertamos, pero también en que estamos fallando. Si no, me temo que muchos de los indicadores que ya evidencian retroceso, van a ir aumentando gradualmente y nos van a llevar a una nueva etapa de grandes dificultades”.
Para conocer más a fondo su texto y la polémica propuesta a debatir –teniendo en cuenta que Medellín es referente mundial y regional de transformaciones urbanas, sociales y como ciudad resiliente-; LA Network dialogó con el urbanista en una sala de abordaje de Argentina, luego de participar como experto invitado en el Primer Congreso de Parques Urbanos en Salta.
Es su primer libro, ¿por qué la inquietud de poner en un libro sus reflexiones?
“Es mi primer libro, no soy un escritor pues solo he escrito muchos artículos cortos sobre temas arquitectónicos y de organismos. Pero ahora decidí escribir porque me parece que el interés global que hay sobre Medellín y todo lo que ha pasado desde la profunda crisis urbana y de diversos niveles que tuvo la ciudad en los años 80 y 90, durante las últimas tres décadas ha evolucionado de una manera muy especial y se ha convertido en un ícono de cómo gestionar las ciudades”.
¿Y qué plantea sobre estas tres últimas décadas alrededor de su ciudad?
“Medellín no es una ciudad que haya resuelto todo, ni que sea mucho menos perfecta, pero la evolución positiva que ha tenido, lo que ha construido en términos de equidad urbana, democratización, desarrollo institucional, políticas públicas; la planificación y el desarrollo de infraestructura, proyectos de urbanismo y arquitectura, como elementos catalíticos del cambio ha sido muy valorado en el mundo entero.
Sin embargo, pienso que después de una etapa de profundo diálogo social, después de un trabajo colectivo amplio, Medellín está entrando en una fase de autocomplacencia, de populismo y demagogia que está destruyendo las bases de lo que se construyó y que estamos en una crisis aún no percibida pero que para mí ya es evidente”.
Pero si ya superamos la crisis del narcotráfico en los 80-90, ¿de qué se trata la actual?
“Estructuré el texto en tres grandes tramos. Uno podría decir Medellín vive una crisis urbana que fue reducida al narcotráfico y la violencia y a la figura de Pablo Escobar, pero era una crisis estructural: una polarización, de extrema precariedad, con comunidades profundamente excluidas y segregadas, en una etapa de pobreza, de declive industrial, después de perder el ferrocarril género un empobrecimiento, una crisis económica muy fuerte; además, la crisis cafetera. Pero también había un asunto que era muy crítico: nosotros no teníamos democracia local y no había instituciones capaces de gestionar la ciudad y todo eso derivó en una sociedad muy conflictiva y muy violenta.
Después vino una fase de diálogo social, de construcción de la democracia, de convergencia de los sectores académicos, sociales, políticos, económicos y con la Consejería Presidencial, el Plan Estratégico y otros procesos durante los 90, digamos se gestó un proceso de acuerdo colectivo muy interesante que derivó después en acciones sobre la ciudad.
Y esa acción derivó en una etapa, un conjunto de gobiernos que inician con Juan Gómez, con Luis Pérez, Sergio Fajardo, Alonso Salazar y Aníbal Gaviria en qué hubo una especie de continuidad y coherencia en el proceso de gestión de la ciudad, pero después, hubo una especie de fractura, otra vez una división de la sociedad entre buenos y malos y que nos ha llevado a una etapa donde se acabó ese diálogo social, se acabó la participación colectiva y hemos vuelto a la idea del ego y del populismo y del alcalde dueño de la ciudad que nos tiene en una crisis que ya empezó y que seguramente no se nota, pero que pronto generará muchos impactos sobre la sociedad, sobre la ciudad”.
Resulta polémico para una ciudad que sigue recibiendo elogios, que es nombrada sede para la Cuarta Revolución, que es sede de numerosos eventos mundiales y que expertos siguen tomando como referente…
“Medellín ha abandonado sus grandes preguntas y ha entrado en una fase donde esa idea de continuidad, de coherencia y proceso colectivo de largo plazo ya no existe, y ahora lo que importa es la agenda particular de un mandatario y no la agenda general de la sociedad. Hemos creído que, en esta onda populista que se ha impuesto en el mundo actual, que el proyecto pertenece a la coyuntura de un alcalde y eso se ha exacerbado de manera extrema actualmente.
Este es un libro para la gente, no es un libro para expertos, es una narración para que lo leamos entre todos y no pretende ser en ningún caso la síntesis, ni la última palabra, pero sí la contribución de un ciudadano que ha tenido la ciudad en el alma y que he vivido y trabajado en Medellín toda la vida y entonces me parece que es interesante que muchos empecemos a discutir, a revisar, pues creo que Medellín ha tenido poca autocrítica. Merecíamos embriagarnos de progreso, pero ahora necesitamos revisarnos”.