Necesitamos una cura para los ciudadanos indiferentes

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Andrés Felipe Bustamante
1 diciembre, 2020 - Alianzas y Comunidades

“Ninguna ciudad, en ninguna época, ha podido desvincularse de su contexto real, simbólico y cultural para reinventarse a sí misma”.

Medellín al Sur

Son las 12:35 del mediodía. A esa hora, la ciudad de Medellín, en el departamento colombiano de Antioquia, es más que un hervidero de gente que corre, se atropella, arremete y estorba entre sí, en una orgía de afán por hacer sus cosas con la mayor premura. Siempre el tiempo nos gobierna en desmedro de la razón.

A esa misma hora, pero en las vías, los carros y las motos luchan por un centímetro de avenida. La guerra, casi literal, es por quien llega primero, quien rebasa antes que el otro o quien tiene mayor capacidad de maniobrar. Hasta ahí, el día es normal en Medellín. Siempre tan indiferente.

Pero, si esos peatones se supieran dar su espacio, los carros ocuparan el suyo sin soberbia y los motociclistas simplemente aprendieran –porque no lo no saben- a transitar en el lugar que les corresponde ¿Qué ciudad tendríamos?

Recientemente, un amigo de la infancia me hablaba sobre la “utopía de ciudad” y yo, en mi saber más con el querer que con la cabeza fría que amerita el tema, atiné a responderle: la mía, mi utopía de ciudad, es una que no se comporta con indiferencia.

Luego, me encontré un viejo reportaje en el diario El País de España titulado “Terror sin teoría: la ‘ciudad indiferente’. Y con este texto entendí, por ejemplo, que la indiferencia es propia de una ciudad como Medellín, que ni bien se opacó el terrorismo ya buscaba como levantarse, lleva impregnado un sínodo impactante que más allá del recuerdo, dejó una huella intangible pero presente.

“Ninguna ciudad, en ninguna época, ha podido desvincularse de su contexto real, simbólico y cultural para reinventarse a sí misma”1. La frase, compuesta de una realidad que toca a muchas de las ciudades de Latinoamérica, delata a una Medellín esforzada, con actores que buscan y buscan levantarla, pero con otro tanto –la mayoría- que no desvincula su contexto cultural y real para hacer una seria reinvención.

En el texto de El País, los ejemplos impactan y nos detienen por un rato a verificarnos como ciudad: Fráncfort, Múnich, Jerusalén, Rotterdam, entre otras, son ciudades que han aprendido a vivir interiormente con sus temores y, aunque presentes, no los viven con zozobra como se ven en Latinoamérica.

Y es que el texto termina siendo un epígrafe bien ilustrado sobre lo que somos: ciudades muertas de miedo. Otro gran error, no somos una ciudad resiliente. No sabemos recuperarnos y tenemos por delante mucho más camino del que pensamos.

Hace poco acabamos de salir de un largo periodo de confinamiento y nuevamente la ciudad indiferente salió a relucir. La ciudad que no apaga motores, que no detiene la cabeza cotidiana por intentar comprenderse, porque la primera falla al no entender la ciudad es que no nos entendemos como ciudadanos, no somos partícipes, no somos ciudanía activa.

Era muy paradójico como los espacios se conjugan y los sentimientos paralelos bullen en un mismo entorno: de un lado, un grupo de personas intentan entender por qué nos seguimos matando en nubes de humo llenas de partículas de CO2 que nos acaban no tan lentamente como pensábamos. Al otro lado, están los tan indiferentes del “eso no es conmigo” que pasan por la calle esperando un mejor mañana trabajado por otros, y hoy, esperan seguir con buena salud pero porque el otro hace lo mínimo: usas tapabocas.

Yo, que tuve la fortuna de llegar a la ciudad y aprender a quererla como es, espero más ciudadanos intentando mejorarla. Espero menos buses de diésel y más transporte limpio. Espero más “Días de Playa”, sueño con “Calles Compartidas”, deseo ver cada rincón con una estación de EnCicla, anhelo contemplar de nuevo las montañas, pero, más que nada, espero una ciudad activa e interesada, sin indiferencias.

Por los que viven activamente la ciudad para buscar mejorarla, este pedazo de tierra debería ser más grato, pero a veces creo que a los ciclistas se les paga con menos espacios, a los peatones se les gratifica llenando las calles de semáforos y al medio ambiente se le siguen elevando enormes nubes de indiferencia sin cura.

  1. Terror sin teoría: la ‘ciudad indiferente’. EN: http://elpais.com/diario/2003/12/13/babelia/1071273973_850215.html. Sábado 13 de diciembre de 2003.