Tenemos la idea equivocada que eliminando el carro vamos a superar los problemas de movilidad en las ciudades. No se trata de satanizar el auto, se trata de aplicar estrategias inteligentes y fortalecer el transporte público masivo. Europa nos sirve de referencia.
De entrada debo advertir algo amigo lector: soy un defensor de la movilidad sostenible, del transporte público masivo, de la bicicleta. Pero también me encantan los vehículos, me gusta tener mi propio auto. Es ante esta realidad que quiero proponer la siguiente reflexión, para demostrar que un elemento no tiene por qué excluir al otro, ya que la movilidad de nuestras ciudades latinoamericanas debe ser inteligente, no excluyente.
Hoy tenemos una idea preconcebida sobre la mayoría de ciudades europeas: que allí la bicicleta es la reina de la movilidad y el vehículo particular está de salida. Como decimos en América Latina “ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre.”
La realidad es que el auto particular sigue siendo muy importante en Europa. Es más, la mayoría de familias tiene un vehículo. Hoy por ejemplo, Holanda (país reconocido por el uso intensivo de la bici), tiene una tasa de 512 vehículos por cada 1.000 habitantes. Eso significa que un país con 17 millones de habitantes, tiene 8 millones 700 mil automóviles. Un número alto.
La cifra de Holanda representa el promedio de la Unión Europea. Según la OMS (Organización Mundial de la Salud), en Luxemburgo la tasa de automóviles es de 740 por 1.000 habitantes, en Finlandia 649, en Austria 555, en Suiza 526, en Suecia 518 y en Dinamarca 465 por cada 1.000 habitantes, solo por mencionar aquellos países en los que creemos se ha ido desechando el carro particular. De otro lado, un país latinoamericano como Argentina tiene una tasa de 409 autos por cada 1.000 habitantes, Brasil 270 y México 197.
La diferencia en Europa es que allí el vehículo particular se usa mayormente para las salidas los fines de semana o de vacaciones, porque la movilidad en las ciudades está diseñada para incentivar el uso del transporte público. Una característica de urbes como Zúrich, Ginebra o Lucerna –donde he tenido la oportunidad de residir-, es que un ciudadano no tiene que caminar más de 500 metros para llegar de un sitio a otro utilizando todos los sistemas de transporte disponibles. Ese es un gran incentivo para el usuario del servicio público.
A la par de sistemas públicos de transporte masivo, también en estas ciudades se toman medidas para regular de manera asertiva el uso del auto. Una de ellas, por ejemplo, es incrementar el costo del servicio de parqueo en el centro de las ciudades, de tal forma que el usuario no tenga otra opción que ingresar en bus, tranvía o metro porque le resulta más económico. Otra estrategia es que los grandes parqueaderos de las ciudades estén al lado de las estaciones principales del tren, de manera que dejes el auto allí, vayas a trabajar en el sistema masivo y regreses a casa en tu auto, sin generar congestiones en la red viaria. El transporte público es tan eficiente en estas ciudades, que no es extraño que alguien recorra 50 kilómetros diarios de su casa al trabajo, gracias a la intermodalidad, segura y con calidad.
Otra forma asertiva de regulación se ve en Berlín, donde según el grado de contaminación que produzca tu vehículo, puede o no entrar a los anillos establecidos en el centro. Ante esto, solo los autos de última tecnología pueden ingresar a esta zona. Así se protege el patrimonio histórico, la calidad del aire y también se evita congestiones.
Al comparar con nuestras ciudades latinoamericanas es inevitable enfrentarnos a una realidad: ellas no ofrecen, en su mayoría, alternativas de calidad distintas al vehículo particular. En muchos casos para tomar un bus hay que caminar por calles que ni siquiera tienen un andén. Además se ha creído que el taxi es el transporte público que reemplaza el auto, pero no. La clave es incentivar el transporte masivo, no el individual. La mala calidad del aire incluso tiene su mayor peso en el transporte público con buses chimeneas y con la proliferación de taxis.
Incluso el problema ha crecido tanto en la región que ha motivado la aparición de un fenómeno complejo: el uso creciente de la motocicleta, que no es otra cosa que la expresión del descontento de las personas al montar en un bus o en el transporte público. Además es un medio ágil y económico cuando ni siquiera en la ciudad se ofrece una tarifa integrada de transporte. Eso sí, se ha convertido en un gran aportante a la contaminación del aire.
Ahora bien, estos males no son exclusivos de América Latina. El mejor ejemplo de la falta de gestión inteligente de movilidad es Estados Unidos. El país tiene 769 automóviles por cada 1.000 habitantes y en muchas ciudades sistemas deficientes de transporte público masivo, lo que genera grandes congestiones. Hay muchos vehículos y poco transporte público conectado.
Queda claro que no es el carro el culpable de que la movilidad no funcione en nuestras ciudades. Mientras no fortalezcamos el transporte público masivo, no generemos intermodalidad y desarrollemos políticas creativas para que sea mucho mejor y cómodo viajar en el servicio público que en el auto particular, las cosas seguirán empeorando. Es fácil echarle la culpa al vehículo. Pero queda demostrado que en países y ciudades europeas tener muchos vehículos por persona no necesariamente significa más tráfico, si hay políticas públicas inteligentes de movilidad. Políticas centradas en el bienestar de los seres humanos.