El tiempo dirá la última palabra sobre la Ciudad de México que tanto amaba González de León. Mientras tanto esa misma ciudad le rinde tributo al gran arquitecto.
Murió este 16 de septiembre. Teodoro González de León (Ciudad de México, 1926), pero su existencia, pródiga, deja un legado arquitectónico que perdurará por siglos y servirá de referente para la formación de las nuevas generaciones que habrán de concebir en el ambiente urbano nuevas edificaciones, conjuntos residenciales y espacios públicos, todos ellos para el disfrute de la cotidianidad, el fortalecimiento de la convivencia y la interrelación con el arte, como fueron siempre los ideales del maestro González de León, cuya partida enluta a México y, por supuesto, a Latinoamérica entera, que encuentra en su obra una fiel aplicación de los conceptos de la universalidad y el bienestar.
En la época de estudiante universitario y gracias a una beca del gobierno francés, González de León tuvo la oportunidad de estar vinculado al taller de Le Corbusier, en Francia, y allí empaparse de fuente directa del proceso que consolidaría al gran arquitecto, teórico del urbanismo, decorador y escultor que fue Charles-Édouard Jeanneret-Gris (Le Corbusier), como uno de los más grandes renovadores de la arquitectura moderna.
La arquitectura no la encriptó González de León en estudios académicos, no la asumió como un discurso para el brillo y el ascenso en la presuntuosa escala social: la acometió como forma de vida. También la encaró como fundamento de la crítica juiciosa y argumentada, ante la arremetida del gremialismo profesional que se enseñorea en todos los ámbitos, anteponiendo los intereses particulares y oficiales a las necesidades de las comunidades.
En cada ocasión que su obra fue exaltada, aprovechó el momento para cuestionar las torpezas que desde los gobiernos locales y nacionales han convertido las ciudades de hoy en espacios que disocian y no integran, en monumentos de cemento hostiles a la naturaleza, en territorios que se asemejan más a extensos corredores y estacionamientos de automotores y no a hábitats donde la vida humana sea prioridad.
Falleció no enemistado con su ciudad por el caos creciente de movilidad y salubridad, o por la precariedad de la vivienda en manos de la iniciativa privada, o por el deterioro de las infraestructuras urbanas, o por la falta de visión de la clase política para solucionar esos y otros problemas (temas que abordó hasta los últimos días de vida), sino con el optimismo de que llegará el día en que, de la mano de la gente, las cosas habrán de tomar el rumbo adecuado. Al fin y al cabo, durante las siete décadas de ejercicio de su profesión, Teodoro González vio cómo Ciudad de México pasaba de tener dos millones de habitantes a más veinte millones. Dos millones que, como lo confesaba, sabían lo que era, en aquel entonces, recorrer y disfrutar la ciudad a pie. Todo lo contrario del inmovilismo, el apretujamiento y la asfixia actuales.
Además de obras monumentales como el Auditorio Nacional, el Museo Tamayo y el Conjunto Urbano Reforma 222 que llevan su impronta, a González de León se le recordará y agradecerá haber participado en el anteproyecto del campus de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), declarado en 2007 Patrimonio de la Humanidad, por su riqueza arquitectónica y artística, y por ser un ejemplo modernista del siglo XX. Asimismo, por luchar con persistencia, aunque sin éxito, por rescatar el lago de Texcoco, al suroeste del valle de México, actualmente en proceso de desecación.
En cuanto a las críticas que hizo públicas con motivo del proceso que convertirá en Estado a Ciudad de México, la racionalidad de sus opiniones lo llevaron a calificar como “una locura” la nueva constitución, y a proponer que, más que normas y experiencias salidas de tono, las ciudades latinoamericanas necesitan fortalecerse, articularse entre sí, crear redes de solidaridad, esforzarse por solucionar problemas graves como el transporte y el saneamiento.
El tiempo dirá la última palabra sobre la Ciudad de México que tanto amaba González de León. Mientras tanto esa misma ciudad le rinde tributo al gran arquitecto.