La célebre frase del escritor y pensador italiano Antonio Gramsci atraviesa el tiempo y nos recuerda muy justamente que “la crisis surge cuando el viejo mundo se muere, el nuevo mundo tarda en aparecer y en este claroscuro surgen los monstruos”. Él dijo también, en la misma época, los años 30 en los que se vio el inicio del fascismo, “soy pesimista por inteligencia, pero optimista por voluntad”. En menos de un mes, con los cambios profundos que están ante nosotros, el año 2017 nos presenta un resumen de esta visión.
Las primeras decisiones tomadas por el Presidente Donald Trump, sobre el nombramiento de su equipo, la renuncia al plan de acción sobre el Cambio Climático o el relanzamiento de las energías fósiles, afectan profundamente no solo a los EE.UU. sino que tienen, de hecho, repercusiones en el mundo entero. Un evento planetario tuvo lugar el sábado 28 de enero con la promulgación del “Protecting the Nation From Foreign Terrorist Entry Into the United States” que prohíbe la entrada a los Estados Unidos de los nacionales y binacionales de 7 países por un período de 90 días, suspende la llegada de refugiados durante 120 días (y de forma indefinida para los sirios), anula la protección de los datos de los extranjeros, la Privacy Act, y extiende todas las medidas igualmente a los titulares de una “Green Card”, aunque esta les autoriza a vivir y trabajar en EE.UU. En todos los aeropuertos del mundo, en pocas horas, las situaciones de emergencia han tenido lugar respecto al embarque, o más bien desembarque, de pasajeros con destino EE.UU. Contra estas disposiciones, una creciente movilización ciudadana se ha elevado en ese país, acompañada de una lucha jurídica, que por el momento ha tenido éxito, al un juez federal bloquear ciertas medidas.
En unos minutos, por primera vez en la historia americana, las sociedades tecnológicas emblemáticas, creadoras de riqueza y de nuevos modelos de valor en el siglo XXI, se manifiestan públicamente en la persona de sus CEOs, no solo para condenar esta decisión, sino para también combatirla. Los CEO de Facebook, Google, Microsoft, Apple, Netflix, Tesla, Amazon, AirBnB, Twitter, entre otros, han condenado la prohibición, incluyendo la participación de algunos en las manifestaciones espontáneas, tanto en los aeropuertos como en los centros de las ciudades. Ellos han explicado igualmente las repercusiones desastrosas que esta decisión tendrá para cada una de sus empresas, pero también para la actividad económica en el interior de EE.UU. y a nivel internacional. Hecho único: la famosa conferencia “Game Developers Conference” (GDC), que tiene lugar en estos momentos en San Francisco, ha llamado a unirse a las manifestaciones en los aeropuertos.
El Presidente Obama ya había puesto en práctica una política de fuertes restricciones para la obtención de visados para EE.UU. contra los ciudadanos de estos 7 países, en particular tras los ataques terroristas en Francia y en el marco de un combate justo contra el obscurantismo islámico, pero la radicalidad, el carácter brutal y totalmente ciego y discriminatorio de esta decisión se justifica por Donald Trump sobre la visión tripartita de la cuestión migratoria, los refugiados y la lucha contra el terrorismo. Bajo el pretexto de “Make America Great Again” estamos en realidad ante la puesta en órbita de uno de estos monstruos de las crisis evocadas por Gramsci.
En realidad, más allá del choque que significa, esta crisis pone de relieve los profundos cambios planetarios relacionados con nuestro modo de vida, de consumo, de producción, de acceso a la ciencia, a la cultura, al saber, a las relaciones sociales, en un mundo en transición sobre la omnipresencia de los principales vectores de su transformación: la urbanización y la tecnología.
En efecto, 120 años después de la segunda revolución industrial, 100 años después de la revolución bolchevique, 75 años después del fascismo, 50 años después de la guerra fría, 30 años después de la caída del Muro de Berlín, ésta es una doble revolución que tiene lugar en los últimos 25 años. Se trata de un poblamiento del planeta en las ciudades, al mismo tiempo que se opera la convergencia de la revolución tecnológica de lo digital, de la biotecnología y de los materiales, con unas profundas transformaciones en nuestras vidas. La situación ha cambiado. Solo la comprensión del crecimiento de esta doble revolución permitirá sentar las bases necesarias para anticiparse a los cambios que se amplificarán en los próximos años.
No se trata de una revolución por el control de los medios de producción, sino de la transformación misma del sentido del trabajo y de sus expresiones sociales y relacionales en un mundo convertido, en pocos años, en urbano, metropolitano, y ahora hipermetropolitano y al mismo tiempo ubicuo. Es la revolución ecológica, no como una representación idealista de la naturaleza, sino como una transformación de las relaciones de los seres humanos con los cuatro elementos que forman parte de su vida cotidiana, el agua, el fuego, la tierra y el aire; con el espacio urbano y su modo de ocupación y desarrollo. Está en el corazón de nuestro futuro ciudadano, de nuestra salud, de nuestra supervivencia, cuando el 2% de la superficie planetaria, que es lo que representan las ciudades y metrópolis en el mundo, acogerán en 2050 al 70% de una población mundial de 9.000 millones de habitantes.
Pero también entraña la revolución de nuevas relaciones sociales urbanas, en particular los derechos de las mujeres. La vida urbana interviene como un poder catalizador de la energía liberadora de las mujeres. En algunas décadas, la masificación urbana ha permitido también a algunas tener un nuevo canal de expresión, de socialización, para expresarse y luchar por sus derechos, al aborto, contra el machismo, por la igualdad, y por el reconocimiento de su trabajo. En pocas décadas, la mujer urbana ha avanzado en la lucha contra opresiones centenarias, a veces más. La Women’s March con el Pussy Hat Project que han movilizado masivamente en el mundo entero la mañana siguiente de la investidura de Trump, es un ejemplo.
Y más globalmente, son los derechos sociales del otro, de la vida en la ciudad, de amar a quien se quiera, lo que cada cual ha elegido, abiertamente, como él o ella considere, de construir su entorno familiar como bien le parezca, de procrear, de no procrear o adoptar, rompiendo el modelo de una familia estereotípica que obedece a modelos de otros tiempos, a las jerarquías sociales anticuadas y rotas por la fuerza de una cultura urbana que se abre a nuevas formas de expresión y de relaciones sociales.
Es también la apertura al mundo, donde la mezcla es más que virtual. Las ciudades se han convertido en multiculturales, cosmopolitas, y aunque tienen una identidad urbana propia están igualmente marcadas por esta diversidad y acogen muchas formas de expresión. El que antes era un extranjero, un inmigrante, se convierte en un ciudadano urbano, que ha echado raíces en un territorio que ama sin renunciar a sus orígenes, y al que aporta su contribución en la creación de valor. Las redes sociales, la instantaneidad, le permiten vivir su cultura de origen sin disminuir su socialización urbana, que se extiende sobre muchas generaciones.
Las decisiones tomadas por Trump deben leerse a la luz de esta crisis que enuncia Gramsci: un mundo que no quiere morir y se debate en este claroscuro, golpeando con prohibiciones, deseando a toda costa volver a viejos modelos económicos y sociales, de propiedad, de producción, de consumo, que irremediablemente han quedado atrás. Sí, es un verdadero choque que tiene lugar con ondas que se propagan y se continuarán propagando bajo múltiples formas. Sí, su fuerza reside en su capacidad de hacer creer que otros tiempos fueron mejores y que volverán. Se apoyan en esta manipulación de la miseria, de la pobreza, de los excluidos y de los dejados de lado, de aquellos que sufren estas crisis violentas, convirtiéndolos en instrumentos de un poder populista, pero también elitista, que no les aportará un confort mañana, que tampoco les aportó ayer.
Pero la máscara no podrá ser exhibida durante mucho tiempo porque este mundo urbano, metropolitano, trae consigo no solamente la resistencia, sino también el cambio. Trump y todos sus seguidores, apartan la mirada de la cuestión de fondo: es un choque entre proyectos de vida y de sociedad, y prefieren ocultarlo señalando, pero también imaginando, fabricando, estigmatizando a los enemigos, lejanos o cercanos, antiguos o nuevos, a fin de justificar lo injustificable con medidas tan extremistas como ineficaces, tales como las que se han tomado. Más que nunca, son las fuerzas del progreso, presentes en las áreas urbanas quienes son el motor del nacimiento de este nuevo mundo. La batalla será larga, dura y severa, pero se trata de la capacidad de hacer emerger otra manera de vivir, de existir, de compartir nuestras vidas, recursos y territorios.
En 1917, la revolución bolchevique tuvo lugar con esos días que sacudieron al mundo bajo el eslogan “proletarios del mundo, uníos…” 100 años después, es otro mundo el que se sacude y que pide a los ciudadanos del mundo que se unan para forjar un nuevo destino: el de las ciudades humanas, incluyentes y portadoras de altruismo… Sí, ciudadanos del mundo, ¡uníos, unámonos para construir las ciudades por la vida, las ciudades para todos!
Esto debe ser el corazón de nuestra lucha hoy.
“Texto original escrito en francés para el diario La Tribune.
Derechos en español para el portal I-Ambiente, con traducción de @Guille_Mas
Cortesía de Carlos Moreno para su publicación en La Network, en particular para los lectores de América Latina”.