La región es la segunda productora de esta clase de carbón en el mundo, detrás de África. Cambiar esta realidad para cumplir los compromisos para reducir el calentamiento global, es un imperativo. Pero ¿cómo hacer la transición de manera apropiada?
No es un secreto que el carbón es un recurso de gran utilidad en el mundo. Sus más importantes usos están relacionados con la generación de energía, la producción de acero y la fabricación de cemento. Y de igual manera algunos de sus subproductos son utilizados para elaborar jabones, aspirinas, lápices, colorantes, plásticos o fibras.
Pero los compromisos asumidos en el Acuerdo de París de 2015 hacen necesaria una transición más limpia en la extracción, carbonización, distribución y uso de este recurso, una tarea que para el caso de Latinoamérica será compleja, a la luz de los resultados de un reciente informe de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
El informe, denominado “La transición del carbón”, revela que América Latina y el Caribe producen cerca de 9 millones de toneladas de carbón vegetal, un 19.6 por ciento de la producción global, lo que tiene un impacto profundo en la atmósfera y el calentamiento de la Tierra.
Se trata de la segunda región del mundo con mayor producción y uso de carbón vegetal por persona, después de África, que genera 32 millones de toneladas, el 62.1 por ciento del total mundial.
El informe también señala que Brasil genera la mayor cantidad de carbón vegetal en el nivel regional y mundial, con un poco más de 6 millones de toneladas, lo que representa el 12% del total global. Este carbón que deriva de la madera se usa principalmente para el sector industrial, siendo la metalúrgica la que más lo consume, en un 80%.
Pero quizás lo que hace más complejo abordar esta transición en la región y en el mundo es que se prevé que la producción mundial de carbón siga aumentando en las próximas décadas. El sector del carbón vegetal, que tiene principalmente carácter informal, genera ingresos para más de 40 millones de personas, aunque está comprobado que la falta de regulación promueve la ineficiencia y lleva a los gobiernos a perder miles de millones de dólares en ingresos.
En Latinoamérica los combustibles fósiles representaron alrededor del 74 por ciento de las necesidades de energía primaria. El petróleo aporta el 40 por ciento, el gas natural el 30 por ciento, la hidroelectricidad aporta el 8 por ciento, otros combustibles no fósiles como el viento y la energía solar 4 por ciento, y la madera alrededor del 7 por ciento.
Y, en términos de emisiones, América Latina y el Caribe es responsable de arrojar a la atmósfera 371 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono por el consumo de madera y el uso de carbón, lo que contribuye al calentamiento global.
Deforestación, otra consecuencia del uso del carbón vegetal
En el contexto global, es difícil cuantificar el área deforestada o degradada únicamente por el carbón, porque la deforestación rara vez es causada solo por un factor. Sin embargo, el informe de la FAO incluye una investigación que señala cómo la producción de carbón fue responsable de 540 hectáreas de deforestación en Oceanía en 2009, 39.000 en Centroamérica, 240.000 en Suramérica, 510.000 en Asia y 2´976.000 hectáreas en África.
Sobre la base de estas estimaciones, África representa casi el 80 por ciento de la deforestación basada en carbón en las regiones tropicales del mundo. Pero en Latinoamérica países como Brasil, México, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Honduras también aportan a este escenario desafortunado de destrucción de bosques, capa vegetal y biodiversidad.
Salud, una prioridad
Pero la transición más limpia en la producción y uso del carbón también urge por el impacto profundo a la salud pública.
La investigación “El impacto del carbón sobre la salud humana”, adelantada por la organización Médicos para la Responsabilidad Social demuestra cómo el carbón daña los sistemas respiratorio, cardiovascular y nervioso a través de agentes contaminantes que actúan directamente sobre el cuerpo.
Otros estudios indican que los hogares que utilizan estufas de carbón vegetal regularmente tienen concentraciones de material particulado (PM10) de aproximadamente 500 microgramos por m3, y los hogares que utilizan madera en fuegos abiertos tienen concentraciones de PM10 de más de 3.000 microgramos por m3, niveles considerados nocivos.
Además, la combustión de carbón también tiene efectos indirectos sobre la salud a través de sus aportes a las emisiones de gases de efecto invernadero. El calentamiento global ya está afectando negativamente la salud pública y se predice que tendrá consecuencias generalizadas y graves para la salud en el futuro.
El informe de Médicos para la Responsabilidad Social pone de ejemplo cómo las centrales eléctricas alimentadas por carbón representan más de un tercio de las emisiones de CO2 en EE. UU., por lo que el carbón es uno de los principales factores que contribuyen a los impactos sobre la salud que se prevé que tendrá el calentamiento global.
La ruta correcta hacia prácticas más ecológicas
No hay duda que los países de Latinoamérica deben tomar medidas para hacer más ecológico este sector y lograr una transición hacia el uso de energías limpias.
Un primer objetivo propuesto y a la vez viable es el cambio de hornos industriales tradicionales a tecnologías más modernas, lo que reduciría en un 80% las emisiones, a su vez, abandonar las formas rudimentarias de cocinar con leña y carbón, reduciría esa contaminación en un 60%.
También ya como una medida estructural está promover intervenciones múltiples simultáneas a escala en toda la cadena de valor para reducir considerablemente las emisiones de Gases de Efecto Invernadero.
Igualmente, es mandatorio garantizar la viabilidad financiera de una cadena de valor ecológica del carbón mediante la mejora de los mecanismos de tenencia y acceso legal a recursos para producir y comprar madera y otros tipos de biomasa destinados a la producción de carbón vegetal; “la elaboración de evaluaciones basadas en datos objetivos sobre los beneficios de una cadena de valor ecológica del carbón vegetal para las economías nacionales; la fijación de un precio justo para los recursos madereros; el fomento de prácticas sostenibles, y la atracción de inversiones que faciliten la transición” a una cadena ecológica del carbón vegetal.
Además, es necesario elaborar amplios marcos normativos nacionales para la gestión sostenible de la cadena de valor del carbón vegetal e integrar esta en iniciativas intersectoriales más amplias para mitigar el cambio climático, en particular mediante la conversión de la cadena de valor del carbón vegetal en un componente específico de las contribuciones determinadas en el nivel nacional en cada país.
Y por último, apoyar a los gobiernos nacionales y otras partes interesadas en sus esfuerzos para hacer más ecológica la cadena de valor del carbón vegetal. La ecologización puede llevarse a cabo en todas las etapas de la cadena, especialmente en las de extracción y carbonización de la madera, pero también en las de transporte, distribución y eficiencia del uso final. Está claro que la ecologización de la cadena de valor ofrece amplias posibilidades para reducir las emisiones de Gases de Efecto Invernadero a escala mundial. En este sentido, también hay que crear un clima de inversión atractivo para pasar a energías limpias.
Es así como Latinoamérica tiene enormes asignaturas pendientes para disminuir su dependencia en la producción y el uso del carbón vegetal. La tarea apenas comienza. Pero hay que hacerla. La Tierra no da más espera.