El dramaturgo caraqueño y su obra teatral La Mamma
Esperamos que el texto que habla de la obra de Luigi Sciamanna invite a ver una de sus obras de teatro y no la reemplace.
“Mi responsabilidad es que La Mamma te llegue, esa es mi responsabilidad, que te diga algo, esa es mi responsabilidad, ojalá te pase algo mañana”.
Cuando hicimos esta entrevista, su obra La Mamma terminaba temporada y sí nos pasó algo después de acudir a su invitación.
La Mamma
La Mamma tiene una reflexión final: “lo hice por mi hijo y lo volvería a hacer”. Es un mundo de mujeres, un pequeño espacio muy marginado transitoriamente liberado, única alternativa para resistir a la violencia del hombre y a la privación a la que las somete su juego de machos. En ese espacio se espera a un hijo, en ese espacio se habla de un Duce, se reflexiona sobre el Papa, sobre un Rey, se deja entrar a un amante capitán, se buscan hombres para nuevas madres y se auxilia a un joven soldado.
El hijo tiene nombre de dictador, pero no importa. La resistencia femenina no está libre de contradicciones, pero siempre termina redundando en algo fértil.
Solo un hombre puede participar del diseño de ese mundo: un sacerdote, el Padre. Los otros son invitados, son acogidos, pero siempre en un espacio que no reglaron, que no dispusieron. El sacerdote con su capacidad de escribir puede tener un trono transitorio, puede tener un papel central efímero, puede ordenar la mesa porque lleva el vino y puede hacer breves dictados porque es cómplice de la madre -finalmente- en todo.
El sacerdote vive siempre pequeños y grandes golpes de estado, hasta que sufre el final -que le enseña lo que siempre está pasando en la obra-: lo sagrado depende de lo femenino y el lugar más sagrado solo lo puede adquirir un hombre de la mano de una mujer (o lo masculino del lado de lo femenino).
Los hombres, “incluso los hombres de dios”, son los políticos, los mensajeros de un mensaje que ya está demasiado difuso o atrancado y como dice Woody Allen, las soluciones políticas no funcionan (political solutions don’t work) o -como dice la gente en cualquier ciudad de Latinoamérica- los políticos no funcionan.
Los hombres son básicos, casi bidimensionales y las mujeres pueden estar en mil cosas. La mamá quiere que su hijo regrese, entonces desarrolla estrategias reales, imaginarias y simbólicas, pero le queda tiempo para sobrevivir, dirigir una casa, ocuparse de la realidad y la psiquis de otros y hacer otros arreglos y conjuros para que la novia eterna quede embarazada. Cuando la realidad está hecha de lo real, lo imaginario y lo simbólico (Lacan), se puede ser novia sin novio, padre sin hijo y madre con el hijo muerto.
La tercera mujer termina teniendo el destino de la crueldad y -antes- de la rebelión. Es otra sabiduría, ya no la de la inocencia, ya no la de un orden, sino la transgresora y la metamorfosis: la capacidad femenina de cambiar de piel y fluir entre la sanción y el perdón.
La escasez, el hambre, los cuerpos, el género, la ropa, los remedios y las yerbas, ¡y el tiempo se acaba! Se sabe por el tic tac o porque no ocurre nada. Desde la diminuta cotidianidad pareciera que se puede parar de tajo una simulación que nos separa, cambiar todo si dejamos de fingir.
Casi al final o ante uno de los finales, entra en escena alguien que es como un híbrido -o un hermafrodita- para llevar a cabo el ritual final con el que se pueda dar el cambio de hábitos, desenmascaramientos, poner todo en su sitio, sacar a la puerta lo que dejamos entrar, abrir otras puertas, crear nuevos sitios para lo que siempre estuvo y se ocultó.
El arte -y en este caso el teatro- no sirve para el facilismo de encontrar un culpable, no hay un personaje con el que nos podamos identificar a gusto: nos resta olvidarnos de los bandos y volvernos a encontrar en el fondo y apostarle a que nazca algo nuevo, porque no nos podemos quedar en esa esterilidad de rabia circular, ciega, -finalmente- estática.
La obra logra tumbar muchos tótem, pero abajo todos se humanizan, se reconcilian y se pueden volver a encontrar, no sin una o dos discusiones viscerales primero. Ya sin ninguna posibilidad de disimular nada volvernos a encontrar con una nueva originalidad, esta vez femenina, que rompe torpes tabúes después de tanto dolor, de habernos mancillado, de haber llamado desviación a la diferencia de Guiseppe, de haber diagnosticado demencia donde había amor; de tanta humillación, de haber sido ablacionados, emasculados.
El final de la obra está en cada espectador, para nosotros un triunfo amargo: la comida, la fiesta, los novios y la preñez a pesar de tanto dolor. Se celebra el fin de la guerra y se tiene la valentía de la reconciliación no por resarcir algo que es irreversible, los muertos no volverán, sino por lo que renace, por las madres que parirán sin guerra.
El triunfo del erotismo bucólico para desatarse de la represión y el conjuro de un tren donde los rieles, el marco, son parte del vacío del que está hecha la amargura.
Uno de los Sciamanna
Luigi es protagonista de cine con Reverón, actor de reparto en El Abrazo de la Serpiente, actor y director de teatro y libretista. Más allá de la dirección en la que no ha parado desde los 29 años y los arreglos (escritura propia del director sin ser libretista), en el 2019 ajusta seis obras de su autoría expuestas: La novia del gigante, El gigante de Marmol, Cuatrocientos Sacos de Arena, Monalisa, Tres Edificios en Berlín y La Mamma.
La Mamma y Tres Edificios de Berlín echan mano de la segunda guerra mundial, algo que está en el hueso de su familia italiana migrante. El Gigante de Marmos es el David de Miguel Ángel, La Novia del Gigante es una cuidadora de la estatua y se unen a Cuatrocientos Sacos de Arena y Monalisa para el recurso de las historias y el contexto de un arte renacentista con el que Luigi puede decir sus cosas sobre religión, censura, el estremecimiento del arte y la dictadura -con sus guerras, sus ejércitos y su represión-.
Con la Novia del Gigante Luigi hace un hermoso reconocimiento a los judíos para no olvidarnos de la barbarie. Cuatrocientos sacos de arena fueron usados para salvar La Última Cena de un bombardeo y con ello Luigi nos habla de la belleza triunfando a la atrocidad y Tres Edificios en Berlín viajan en el tiempo para mostrarnos los absurdos de la guerra como la continuación de la política de unos hombres básicos y confundidos.
Para el proceso de escritura lee mucho, le gusta la historia, es claro que en la historia encuentra una carne para su dramaturgia y de ahí van surgiendo los personajes como un eje sobre el cual poner a girar un mundo.
“Hablar sobre esta realidad a través de otras realidades”.
Explica que escribe lo que siente que debe decir “y luego se lo muestra al público”, pero que hay que escapar de una tiranía del entretenimiento, algo así como una popularidad que obliga a estar demasiado pendiente del público.
“(…) No puedes estar todo el tiempo pensando en lo que el público dice, lo que el público piensa y en lo que el público siente. Hay cosas que tú las tienes que decir como las tienes que decir, al que le guste que le guste y al que no, muchas gracias. Tú no puedes estar todo el tiempo complaciendo al público porque entonces terminas haciendo lo que el público quiere y a veces lo que el público quiere no es lo que tú quieres. Ahhh, ¡cuidado ahí! (…). Hago lo que siento que tengo que hacer, no digo que sea perfecto, no digo que no sea perfectible (…)”.
El director espera agazapado, esperando si la gente se sale antes, si aguanta el intermedio, luego casi sin respirar el momento en el que se desatan los aplausos, su ritmo y su aliento como la promesa de lo que va de un público formal a un público entusiasta. De ahí siguen los días sin vértigo de la exposición a la crítica erudita, a la tiranía de las comunicaciones desmedidas y arbitrarias por la digitalización de los mensajes y reseñas.
En el caso de Sciamanna el trabajo es bastante de casting y reclutamiento porque le gusta siempre trabajar con gente nueva y entonces estar yendo constantemente a teatro para ver gente nueva es parte de su método.
“(…) nuestro arte es gregario (…): desde el momento en que digo quiero hacer una obra de cuatro o cinco personajes tengo que decir, bueno a quién quiero llamar, quién hace el vestuario, quién hace la música… y a partir de ahí empieza a ser gregario. Comienza a necesitar la conjunción de personas”.
Luego están los ensayos que con actores muy jóvenes o novatos se puede convertir en una verdadera escuela y el aprendizaje -con el tiempo- de cómo reaccionar pronto a la renuncia de un actor o actriz.
“A veces tienes que entrar por otros caminos, si es un actor joven de repente puedes asumir una posición de guía, decirle pienso que está pasando esto, pienso que el camino es este (…), pero también hay gente que a la semana se va, que al mes se va, que a las dos semanas se va, pero entonces tú qué dices, ¿te sientas a llorar? Tú dices quién es el siguiente (…) ¿Quién es el siguiente? El importante no es el que se fue sino el que viene. Porque es un arte en presente, porque la fecha de estreno sigue siendo la misma. (…) Eso se aprende en el camino porque uno no es un ser On / Off”.
Luigi es caraqueño y viene de una familia italiana profundamente católica. Explica que él es italo-venezolano, que no puede ser ninguna de las dos solas. Luigi es exponente del enriquecimiento cultural venezolano por las distintas migraciones.
“Yo soy italo-venezolano: ni solamente venezolano, ni solamente italiano, eso no me lo puedo arrancar al momento de escribir, al momento de ser, eso es lo que yo soy”.
“Yo soy Latino” en “(…) la manera de ver la vida, las comidas, las relaciones, el tacto, besar a alguien, cómo te comunicas (…), la forma de abordar el trabajo”.
Los cuestionamientos que hace de su realidad van de la ciudad, al país, del país al continente. Analiza que en Latinoamérica es como si hubiéramos siempre buscado culpables de lo que nos pasa, culpables históricos o culpables afuera. Se imagina una Latinoamérica “más plural, sin corrupción”.
“(…) Estamos llenos de pillos por todas lados, estamos llenos de pillos por todos lados, ¡qué increíble! ¡qué increíble!”.
Nos dice que en la Caracas del 2019 se siente útil. “Nunca fue fácil, pero nunca ha sido tan difícil”: el valor de la boleta de su obra estaba a dos dólares, lo que puede ser medio salario mínimo venezolano en épocas de hiperinflación, ya no hay como imprimir programas de mano por la escasez de papel.
“El arte se nutre de todo, el arte no se nutre de la felicidad: el arte se nutre a veces, muchas veces, de las cosas más dolorosas, de las más humillantes, de las que más te queman, te cuecen”, pero “(…) uno no puede ser testigo sin ser participe: a mí también se me va el agua… en mi casa ya van tres días sin agua”.
“Estamos en los niveles más básicos y humillantes: agua, luz, comida”, pero “(…) soy feliz de hacer lo que hago, de seguir haciendo lo que hago en estas circunstancias”.
Fuentes
Entrevista a Luigi Sciamanna en octubre del 2019 en Caracas.
Trabajo en campo en octubre de 2019 en Caracas y asistencia a la obra de teatro La Mamma.
https://www.venezuelasinfonica.com/noticias/400-sacos-de-arena-de-luigi-sciamanna-en-el-teatro-chacao
Sobre Jaques Lacan: https://www.youtube.com/watch?v=p58G_n1dZeQ (Recuperado: 19 de octubre de 2019).
https://iiccaracas.esteri.it/iic_caracas/es/gli_eventi/calendario/2012/04/la-sposa-del-gigante.html
http://www.el-teatro.com/luigi-sciamanna-erige-tres-edificios-de-berlin/
Fotografías
https://www.facebook.com/luigi.sciamanna.3
http://elestimulo.com/climax/luigi-sciamanna-no-puedo-tener-la-arrogancia-de-dar-un-mensaje/
Anotación:
Este texto es escrito en el marco de un proyecto llamado Latinoamérica Imaginada por Artistas con el cual se está realizando un libro virtual sobre la percepción de las realidades latinoamericanas desde la visión de artistas de Río de Janeiro, El Salvador, Caracas, Medellín y Cúcuta.