El producto final del proceso es útil para objetivos agrícolas y es la resultante de someter a altas temperaturas lodos residuales.
“El 90 % de las aguas residuales de las ciudades de los países en desarrollo se vierte directamente sin tratar en los ríos, los lagos o el mar”.
Así lo indicó el Informe del Agua de la ONU en 2015 por lo que las ideas para realizar un tratamiento adecuado de los desechos humanos resultan clave para reducir un impacto tan fuerte en la calidad del agua de Latinoamérica y por supuesto sus costos.
Ese es el caso que llega desde la ciudad australiana de Logan (en el estado de Queensland) en la costa oriental de la isla y que, con cerca de 180.000 habitantes produciendo desechos humanos residuales, ahora está proponiendo convertir los lodos residuales en biocarbón.
Con esta acción, la ciudad podría ahorrar o reducir los costos operativos de su planta de tratamiento de aguas residuales (PTAR) en hasta un 30 %.
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Y la labor no es una buena práctica que se pueda dejar de lado para pensar implementar en la región ya que el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP, por sus siglas en inglés) ya advertía que las emisiones de gas metano y óxido nitroso relacionadas con este tipo de aguas residuales aumentaría, desde 2010, hasta en un 50 % para este año.
De allí que la planta de tratamiento de la ciudad, llamada Loganholme se considera la primera en el país oceánico en convertir los desechos humanos en energía,
El proceso es el siguiente: hornear los lodos residuales restantes de las plantas de tratamiento de agua (biosólidos) exponiéndolos a temperaturas extremas de lo que resulta biogás.
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Posteriormente ese biogás se aprovecha como combustible principal para la conversión de los residuos biosólidos restantes en biocarbón, producto de interés de la industria agrícola pues su aplicación en las tierras de cultivo puede aportar humedad en zonas de climas secos o desérticos y además ayuda en la absorción de minerales. Incluso en México, en Aguascalientes, se vienen aprovechando sus características.
Pero hay más ventajas. Según informa el ayuntamiento y el concejo de la ciudad australiana, la PTAR Lohanholme, la más grande de la ciudad, genera una cantidad de 34.000 toneladas de biosólidos anuales.
La eliminación de ese volumen les genera a los recursos un gasto de US$1.8 millones anuales, un 30 % del total de los costos operativos de la planta: es decir ganancias económicas y ambientales (no verter aguas residuales a los ríos, aprovechamiento de los biosólidos generados y ahorros económicos). A ello se suma la reducción de hasta 4.800 toneladas de CO2 anuales y claro, la disposición de esos biosólidos contaminantes al suelo.
Ahora, incluso esas ganancias pueden ser potenciadas a través de la comercialización del biocarbón, tarea que podría resultar obvia pero que no carece de retos debido a la percepción que pesa sobre este producto por su procedencia.
“Se reconoce que el aprovechamiento de las aguas residuales tiene un potencial considerable en muchos Estados miembros de la UE, pero se ve limitado por la falta de normativas y por las preocupaciones acerca de su seguridad y sus posibles efectos en la venta de las cosechas”, indica el Informe del Agua de la ONU.
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Si embargo, en la ciudad ya sus autoridades celebran los resultados de la innovadora idea que les ahorrará hasta US$500.000 anuales a los contribuyentes, reduciendo el volumen de biosólidos en un 90 % y la huella de carbono de Logan.
La concejala local Teresa Lane señaló a medios que “usar gas sintético de esta forma no se ha probado antes y hay una gran cantidad de interesados en saber cómo funciona”, indicó respecto al proyecto que requirió una inversión de US$17 millones de los cuales la Agencia Australiana de Energía Renovable del gobierno federal, contribuyó con US$6 millones.