El Carnaval solamente dura, desgraciadamente, unos pocos días antes de la cuaresma de cada año. Durante todo el año previo, las comunidades se auto-organizan para asegurarse de que todo sea perfecto durante esos días. Lo que vemos como espectadores es solo la punta del iceberg de un admirable trabajo colectivo orientado a una meta común. Las escuelas de samba paulistas, las comparsas de Barranquilla o Oruro son sólo algunos de los ejemplos de lo que los científicos sociales denominamos capital social.
Como dice Putnam (1994), el capital social es la capacidad que tienen algunas comunidades para coordinar acciones colectivas de manera más eficiente. Puede tener muchas formas: de la fiesta al deporte, pasando por la solidaridad en la protección social o el apoyo en momentos de dificultad.
Estas redes sociales formales e informales de intercambio de información, cooperación y confianza mutua dentro de muchas comunidades de nuestra región pueden ser un excelente aliado en situaciones de riesgo. En la línea de lo establecido por la Política sobre Gestión del Riesgo de Desastres (OP-704) del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), las medidas de prevención juegan un papel central para reducir los impactos humanos y materiales de los desastres naturales. Problema acrecentado por las consecuencias del Cambio Climático.
A menudo no bastan con las medidas estructurales clásicas como la elevación del terreno o la construcción de protecciones. En otros casos, el desastre se ve magnificado por una insuficiente comunicación entre los responsables de los operativos de emergencia y las comunidades afectadas. Por ello es importante aplicar una sabia combinación entre las denominadas medidas “estructurales” y las “no estructurales” para la gestión del riesgo de desastres. Estas segundas, para ser más eficaces, deben tener en cuenta este capital social de partida, tratando de empoderarlo y orientarlo hacia una cultura de la prevención y alerta temprana.
Este enfoque combinando medidas preventivas duras y blandas se está aplicando con éxito en múltiples proyectos financiados por el BID. Algún ejemplo reciente de operación en fase preparación son:
- En Belice, el Programa de Reducción de la Vulnerabilidad Climática, con intervenciones en la capital y en las islas de Key Caulker y Goff’s Key; o
- En Argentina, para el Proyecto de Drenaje y Control de Inundaciones en la Provincia de Buenos Aires, cuyas primeras intervenciones se realizarán en Pergamino y en Areco.
Ambas ponen en práctica este enfoque integrado que supone una fuerte implicación de las comunidades locales, bomberos, fuerzas de orden público y de los grupos locales de protección civil buscando tanto una mayor eficacia en las actuaciones, así como un uso más eficiente de los limitados recursos.
Las encuestas nos dicen que las comunidades no confían demasiado en el Estado, pero sí en sus familias y en sus redes de amigos y conocidos. Como muestra el caso de la organización de los carnavales, son posibles en nuestra región espacios cívicos de confianza y cooperación desinteresa. Si se les apoya, también pueden crearse para ayudar a prevenir y dar mejor y más rápida respuesta al riesgo de desastres. Es importante tenerlo bien en cuenta cuando diseñemos nuestros Planes de Emergencia o Planes de Mitigación de Riesgos.
Publicado originalmente en el Blog del Banco Interamericano de Desarrollo BID