No es ciencia ficción sino una realidad palpable de la vida contemporánea. Las tecnologías de mejora humana están abriendo nuevas y maravillosas posibilidades a las personas. Pero también están proponiendo interrogantes importantes sobre lo que significa ser humano, y qué es bueno o malo para el bienestar individual y colectivo. Un equipo interuniversitario europeo cuestiona ciertas aplicaciones.
El Centro de Investigación Pew -un think tank estadounidense- hizo en 2016 una encuesta a casi 5 000 adultos sobre tres tecnologías que parecen futuristas, pero que están a la vuelta de la esquina: la primera, la edición genética, que podría brindar a los bebés una vida con mayor bienestar y menos riesgos de enfermedades; la segunda, la implantación de chips en el cerebro que potencialmente darían una mejor capacidad de concentración y procesamiento de la información; y la última, transfusiones de sangre sintética que podrían dar a los seres humanos que las reciban más fuerza, resistencia y velocidad.
Lo llamativo de los resultados obtenidos, es que la mayoría de los estadounidenses consultados estuvieron «muy» o «en cierta medida» preocupados por la edición genética (68 %); los chips cerebrales (69 %); y la sangre sintética (63 %), mientras que menos de la mitad dijo que lo entusiasmaban estos avances.
No es casual que en Estados Unidos ya se propongan este tipo de preguntas o sondeos. De hecho, es uno de los países con mayores avances en materia de ciencia y tecnología. Y, sobre todo, de una práctica cuyo debate se viene haciendo cotidiano en el escenario científico: Las tecnologías de mejora humana.
Estas tecnologías están actualmente orientadas a mejorar o restaurar las capacidades físicas y psicológicas de los seres humanos con fines médicos. Sin embargo, está surgiendo una aplicación que está diseñada con otro objetivo en mente: mejorar el rendimiento humano. Aunque el uso de esta tecnología es una opción individual, tiene un impacto en la sociedad en general.
Es por ello por lo que un equipo internacional de investigadores liderado por las universidades de Ginebra (UNIGE) y Oxford ha estado examinando los problemas éticos que surgen de estos experimentos.
Las nuevas tecnologías de mejora humana de hoy se utilizan principalmente de forma restaurativa después de un accidente, enfermedad o discapacidad de nacimiento. Un estudio reciente en EE. UU. demuestra que la tecnología con esos propósitos recibe una aprobación casi universal: el 95 % de los encuestados apoya las aplicaciones de restauración física y el 88 % de las aplicaciones de restauración cognitiva.
Sin embargo, este porcentaje se reduce al 35 % cuando el sujeto recurre a intervenciones destinadas a mejorar una capacidad física o cognitiva con el único objetivo de mejorar el rendimiento. ¿Por qué? «Porque estás tocando la esencia misma de la humanidad, y eso genera una avalancha de cuestiones éticas», explicó Daphné Bavelier, profesora de la Facultad de Psicología y Ciencias de la Educación (FPSE) de UNIGE.
¿Hasta dónde autonomía y competencia?
Quizás las principales reflexiones de este equipo internacional, formado por genetistas, éticos, filósofos, ingenieros y neurocientíficos, tienen que ver con los elementos que generan el bienestar del ser humano, entre ellos la autonomía.
La autonomía es tomar la propia decisión informada sobre cómo dirigir la vida de uno, sin ser coaccionado por otra persona. De ello se deduce que una persona puede elegir si actualiza o no sus facultades. Pero, sugiere la profesora Bavelier, eso puede conducir rápidamente a ciertas aberraciones. “Si a un piloto militar se le mejora la vista, es posible que esta mejora de la agudeza visual sea obligatoria para hacer el trabajo. Entonces, alguien que quiera convertirse en piloto, pero no esté interesado en operarse, sería automáticamente eliminado de la profesión.»
Otro ejemplo cabe para el análisis: «Si los padres pudieran elegir ciertos rasgos para su bebé, como fuerza muscular, color de ojos o inteligencia, esto podría tener un impacto severo en la diversidad humana», explica Simone Schürle, profesora del Departamento de Ciencias de la Salud y Tecnología en ETH Zúrich. «Ciertas tendencias podrían favorecer rasgos particulares, mientras que otras podrían desaparecer, y eso tendería a reducir la variabilidad genética». Y, sin embargo, cada grupo de padres solo elegiría los rasgos de un solo bebé. «Cada modificación individual tiene consecuencias para la sociedad», añade la profesora Bavelier.
Lo mismo se aplica a la competencia. ¿Qué pasaría si algunas personas tienen los recursos para comprar nuevas habilidades, mientras que otras no? ¿Cómo lograrán las empresas mantenerse competitivas si estas ventajas se convierten en una herramienta de negociación? ¿Cómo podremos competir contra alguien que ha sido mejorado? «El dopaje en el deporte es un excelente ejemplo de cómo la mejora individual impacta en el colectivo», argumenta el profesor Julian Savulescu, de la Universidad de Oxford. «Cuando un atleta toma una sustancia que mejora sus resultados, presiona a otros para que los imiten por su rendimiento. Para ser competitivos, los individuos ya no tienen libertad para decir no a la mejora del rendimiento.
Es ante estos escenarios que los investigadores llamaron la atención sobre la necesidad urgente de introducir regulaciones unificadas entre los diferentes gobiernos antes de que el uso de estas nuevas tecnologías se torne en asuntos peores o degenere.
«Uno de los grandes enigmas éticos no resueltos es cómo reconciliar los intereses del individuo y de la sociedad en caso de conflicto. Las tecnologías de mejora humana requieren que los responsables de las políticas encuentren un cierto equilibrio.” Sentencian los investigadores.
Por lo pronto, si escucha hablar de cíborgs humanos, de biohacking, de tecnologías de mejora humana, preste atención, infórmese, sintonice o asista a este tipo de debates. En el futuro, cuando camine por las calles de su ciudad, habrá personas que llevarán dispositivos o estarán utilizando estas ventajas tecnológicas. Lo que no sabemos es si seguirán siendo humanos o estaremos asistiendo a la deshumanización en nuestras ciudades.
Con información de la Universidad de Ginebra