Observar con tristeza criterios que se desgarran, una pizca de respeto que nos recuerde la sensatez de ser ciudadanos a pesar de vigentes batallas que las dignidades humanas socaban, la civilidad ha sido desechada en la polarización de moralidades malsanas.
Horizontes – Antonio Cano
La ciudadanía es un atributo político fruto del diálogo entre diferentes, posibilidad de reconocer a otro ser humano como un igual; importante, faltante, aportante, soñante y frágil, pensante. En la ciudadanía se manifiesta el acuerdo racional entre personas naturales que determinan el rumbo del Estado, blindado en el imperativo de la moral pública, manifiesta en la legitimidad que permite la gobernabilidad.
La ciudadanía como derecho humano fundante, es la configuración política de la idea de que ninguna envestidura construida en el imaginario social, está por encima de lo humano mismo. Con la ciudadanía nace el individuo; la institucionalización de la libertad, la autonomía y el libre albedrío. La ciudadanía crea la república y le da sentido al sistema democrático, como aquel modelo político-económico más perfecto para la imperfección de los seres humanos.
La corrupción reside ahí, en la propia ciudadanía hecha dialéctica que configura el Estado, ¿cabe afirmar que hoy todos somos ciudadanos?; seguramente no.
Los primeros ciudadanos conquistan su categoría en la antigua Grecia, deliberando en el Ágora, los diálogos de Platón o el banquete, la ética a Nicómaco o el juicio de Sócrates; son retratos de tal noción. La ciudadanía es una conquista en tanto desvirtúa la imposición tiránica, el favor de Antígona a la justicia, que termina por llegar trascendiendo a la muerte, la luz al final del túnel es la razón.
Seduce a Rousseau y humanamente la implementa, tratada por Hobbes induce al alma del Leviatán protector y fiereza, vista por Maquiavelo que tácticamente con su determinación juega, Locke aboga que hay que tener para saber tenerla, elevada por Kant es la madre de la paz, la poesía de Madison llamada constitución. La ciudadanía es la joya por la que Luther King se revela y Mandela perdona sus años en prisión. Es objeto en el arma de fuego dotada al estadunidense y en el voto determinante de las minorías excluidas cuando superan la segregación.
El abstencionismo y la apatía cívica, son simples trampas del poder político a favor de la explotación. La perversión de los valores ciudadanos, lesiona la civilización.
El ser humano, como animal político, está predispuesto para el ejercicio del poder, pero, sobre todo, es naturalmente dependiente de la manada. Crea mercados para equilibrar el hambre de la carencia con la potencia creadora, espacio para encauzar las pasiones a partir del servicio a terceros, la utilidad como retribución a la existencia. Convivimos lo público porque es absurdo intentar separarse de los otros y su hacer prolongado que provee.
Las dinámicas privadas están protegidas por voluntades particulares, sin embargo, estas voluntades se amparan en la ciudadanía. Interesarse por lo público es una acción de autocuidado, intervenir en lo político que determina el orden público es responsabilidad cívica para preservar la estabilidad y la armonía. La estructura cívica está determinada en la educación, el hogar es la primera escuela.
Hasta matar la memoria, morada de la honra, se ha normalizado, ¿qué cosecharán las mentiras si improperios van sembrando?
El honor del servicio público es comprendido cuando el ciudadano envestido de tal categoría, humildemente reconoce al pueblo como dador y dueño del mandato que ostenta, a quien toda autoridad que este ejerza, le pertenece. En ese sentido, respeta con la verdad y el ejemplo en palabras, omisiones y actos. La honorabilidad de personas capaces de gobernarse a sí mismas, aun cuando la tentación de las circunstancias pareciese más fuerte.
El buen gobierno se ha teorizado y se ha aplicado con éxito en sociedades capaces de trabajar solidaria, participativa y cooperativamente a partir de la confianza entre sectores público, privado y organizaciones civiles, capaces de construir consensos como ciudadanos, desde la transversalidad y la diferencia, para la vida íntegra, evidenciando la ciudadanía en la cotidianidad de las relaciones humanas y la creación efectiva de valor público generando bien-estar.
Clamor de afecto, una patria fracturada. La ciudadanía es amor al prójimo y propio, como premisa pragmática.