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Con cierta preocupación, y seguramente confundida entre la vergüenza y la ignorancia, recientemente experimenté una interesante reflexión acerca de los colores, específicamente del color piel. ¿Quién y cómo llegamos a definir, de manera universal, que el color piel es ese rosadito pálido que nos enseñaron en la paleta de colores en el colegio? ¿Dónde queda el discurso anti racial y de inclusión social que predicamos hoy en día? ¿Cómo se estará educando y hablando del tema en los colegios?
Y no se trata de un tema de culpa sobreviniente, se trata de la convicción de apartarnos de los estereotipos, la ignorancia, el miedo o la mala formación de la que en algún momento fuimos víctimas y donde actuamos como alumnos juiciosos de nuestros mayores, quienes a su turno también pasaron por la pizarra de la vida instruidos por sus antecesores. Con ocasión del 12 de octubre, fecha en la que se conmemora el “Día de la Raza” celebrando la llegada de Cristóbal Colón a América y con él el encuentro entre dos mundos, me surgen reflexiones como las siguientes. En primer lugar, dicha denominación puede resultar cuestionable si consideramos que, dentro de la condición humana, raza hay una sola…la humana.
Así mismo, me ha llamado poderosamente la atención el reciente testimonio que a viva voz llegó a mí de lo que parecía una conversación de rutina con el coautor de este artículo. Dicho diálogo tuvo un ingrediente especial al describir un episodio reciente que puede llegar a ser, aparte de injusto, muy incómodo, doloroso y desafortunado: desde las aulas escolares se instruía a todos y cada uno de los niños a escoger de su caja de lápices de colores el de “color piel”, advirtiendo la profesora que se trataba éste de aquel color rosa pálido asemejado, sin causa, a la tez blanca de algunas personas.
Ella olvidaba una elemental y sustancial condición que nos hace únicos y convergentes en medio de la diferencia, la diversidad racial y étnica de nuestro país, de nuestro planeta. Además, ignoraba la realidad afortunada del común de la población colombiana y de otra no tan afortunada minoría que se reflejaba en un salón de clases compuesto por una amplia diversidad y mestizaje de etnias y tonos de piel que enriquece orgullosamente el valor y patrimonio inmaterial que son nuestras gentes. Sea esta una buena ocasión para dejar de lado cualquier iniciativa que, bajo el afán de ocultar inseguridades y a lo mejor oportunidad de conocer el mundo en su esplendor, nos lleven a discriminar y apartar personas por su color de piel. A pesar de la globalización y la mezcla de culturas alrededor del mundo, este tipo de detalles pueden generar tensiones que se convierten en la motivación para la exclusión y marginalidad de millones de seres humanos con efectos incalculables que ya conocemos.
La aceptación, comprensión y disfrute de las diferencias, que a la larga es lo que nos hace a todos importantes, son la base imprescindible para una sociedad justa, cosmopolita y universal. Resulta mucho más valioso distinguirnos entre personas por cualidades, atributos y virtudes, que por su apariencia y color de piel.
¡El color piel puede ser de muchos colores!
Artículo en coautoría con Yanlicer Pérez, analista