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Las políticas y medidas que apoyan la creación, producción, distribución o empleo de bienes y servicios culturales del mundo, actualmente se encuentran en un punto crítico. De acuerdo con el informe “Culture in Times of COVID-19. Resilience, Recovery and Revival” publicado por la UNESCO y el Gobierno de Emiratos Árabes Unidos, en 2020 hubo una disminución global del 25% del Valor Agregado Bruto en el sector de la cultura como consecuencia de la pandemia.
Por su parte, la CEPAL indica que el actual conflicto bélico es la principal fuente de incertidumbre económica a nivel mundial durante el 2022. Entre sus efectos están el alza de precios internacionales, principalmente en energéticos y alimentos, así como un mayor número de refugiados y desplazados. Además, las cadenas de suministros, los precios de los transportes, el incremento de la inflación y las tasas de interés, impactarán negativamente al sector cultural.
La crisis global en la cultura requiere una cooperación multilateral coordinada a nivel regional que contemple acciones de gobernanza estratégica para los países, tanto en el sector público como en el privado, alentando colaboraciones integrales e intersectoriales que permitan atender necesidades esenciales y apoyar a los profesionales de la cultura para que se adapten a un mundo con alta incertidumbre y afrontar la fragilidad de sus cadenas de valor.
Foto: TC Energy tomadas por Conecta Cultura en 2015.
Sin embargo, hay una paradoja: los agentes y actores estratégicos poseen un entendimiento de que la cultura es un bien público global, pero no han logrado instalar esta narrativa en esferas políticas ni de inversión ajenas al sector. Por lo tanto, la cultura aún no está en el primer plano y su incorporación a otros sectores se da de manera limitada. Esto más que ser una limitante es una oportunidad.
La actual coyuntura mundial debe ser aprovechada en América Latina, pues se están reconfigurando los espacios de poder en el continente entorno de un asunto fundamental: el valor social de cultura y las formas en que sus comunidades entienden el compromiso con sus territorios y poblaciones.
Foto: TC Energy tomadas por Conecta Cultura en 2015.
Por ejemplo, existen apuestas por parte de los gobiernos de Argentina, Bolivia, Colombia, Chile, Cuba, Ecuador, México, Perú y Uruguay, por una agenda de políticas culturales orientadas a la cultura viva comunitaria, los puntos de cultura, la cultura de paz, el cambio climático, la inclusión y los patrimonios. Además, hay una tendencia en algunos organismos como la Corporación Financiera Internacional – Grupo Banco Mundial, el Banco de Desarrollo de América Latina – CAF, el Banco Interamericano de Desarrollo y algunas empresas transnacionales como Baker McKenzie, ProAntoquia, Caja de Compensación Familiar de Antoquia – COMFAMA, comprometidas al financiamiento de las industrias creativas como polos de desarrollo sostenible y de construcción de la paz. No obstante, aún está pendiente generar canales de comunicación entre gobiernos, organismos internacionales, empresas y agentes culturales.
A siete semanas de que se realice en la Ciudad de México la Conferencia Mundial de Políticas Culturales – Mondiacult 2022, en la que asistirán ministros de cultura del mundo, cabe la posibilidad de construir el diálogo sobre la importancia estratégica de la cultura como un bien público global y emprender una alianza planetaria que apunte hacia la incorporación de un Objetivo 18 dentro de la Agenda post 2030 centrado en la cultura.