Foto de Fernando Cabral: https://www.pexels.com/es-es/foto/hombre-amor-gente-flores-3554376/
El pasado 8 de septiembre de 2022, la Procuraduría General de la Nación alertó al país con respecto a la realidad del suicidio en Colombia. Medicina Legal ha presentado una dolorosa cifra que corresponde a 4.159 personas que se han quitado la vida entre enero de 2021 y julio de 2022.
El Ministerio Público, en su deber constitucional de controlar disciplinariamente al Estado y velar por la garantía de los Derechos Humanos de la ciudadanía, llama la atención a los distintos actores de la sociedad (públicos, privados, familias, académicos y formadores) para considerar el suicidio como un problema de salud pública, pues en promedio, se suicidan 7 personas en Colombia, de las cuales 3 corresponden a adolescentes y jóvenes.
Entre las razones que se asocian a este flagelo, la Procuraduría suscribe la violencia intrafamiliar, el abuso y el bullying como escenarios propensos e indica señales de alerta como los cambios de comportamiento, el bajo rendimiento académico, las autolesiones, el consumo temprano (o en muchos casos abusivo) de alcohol, cigarrillo y otras drogas; en este sentido, exhortan a brindar un acompañamiento integral para el desarrollo cognitivo, emocional, conductual y social de las personas, advirtiendo que no se deben permitir las conductas omisivas y los tratos discriminatorios que invisibilicen los problemas de salud mental. Finalmente, se da por sentado el derecho de las personas a expresar sus opiniones al respecto, recibir atención pertinente y contar con rutas de prevención.
“Ojalá pase algo que te borre de pronto
Una luz cegadora, un disparo de nieve
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte
Para no verte tanto, para no verte siempre”
- Silvio Rodríguez
Para que una situación reiterada pueda considerarse un problema público, y, por tanto, cuente con un espacio en la agenda pública que permita la planeación estratégica y la asignación de recursos para ser atendida, se requiere de un acuerdo de voluntades eminentemente políticas, influenciadas por la cultura, capaces de movilizar acciones positivas para superar los hechos objeto de gestión y mitigarlos a futuro.
El suicidio ha sido también un dilema filosófico; el abuso de sustancias como el alcohol, una dinámica de integración socialmente aceptada; los estigmas, el abuso, el bullying y los trastornos psicológicos, vistos como dimensiones de la tolerancia en el espectro de las relaciones humanas. Actualmente, podemos cuestionar todas estas creencias con criterios de conocimiento mucho más rígidos acerca del funcionamiento de nuestro cerebro y la producción de pensamientos y emociones, sin mencionar novedosas legislaciones que condenan ciertas prácticas de sometimiento sexual.
El valor de cada vida humana es inconmensurable, no obstante, es propio. El flujo de información y el acceso a datos que permiten analizar los patrones comportamentales de la sociedad, abren la puerta a preguntas mucho más profundas sobre los riesgos que cada generación enfrenta y los criterios fundamentales con los que afrontarán la realidad de la que disponen. Enfermedades mentales como la depresión y la ansiedad, los trastornos alimenticios y las obsesiones compulsivas, son cada vez más expuestas en el espacio público y cibernético, al tiempo que apelan a formas de organización y estructuración familiar, social, política y económica, mientras se alimentan de lo mismo para propagarse.
Los movimientos feministas han cobrado alta relevancia durante las últimas décadas por los alcances obtenidos a favor de la igualdad humana, amparadas en la premisa de “lo personal es político” para abrir la discusión sobre los diferentes tipos de violencia ejercidos contra una persona por el hecho de ser. No es menor el detalle que, al igual que en el resto del mundo, el porcentaje masculino de suicidios en Colombia sea mucho mayor y que aún subsistan imaginarios absurdos como “los hombres no lloran”. El suicidio como un problema público subraya una responsabilidad especial de la sociedad en general sobre las causas que lo motivan.
Tristemente, es imposible saber que piensa y que siente cada individuo que toma la decisión de acabar con su vida; sin embargo, tenemos la capacidad connatural de comprender las necesidades básicas (afectivas, materiales, espirituales, racionales) de los otros, la posibilidad empatizar con la vulnerabilidad humana y el don de recordarnos (darnos) entre todos que no estamos solos en esta experiencia, que siempre hay una salida después del miedo, que el mundo puede ser un lugar mejor si todavía estamos vivos, que nos queremos vivos, que juntos somos responsables de estarlo.