¿Cómo impacta el uso de internet en el bienestar socioemocional de los jóvenes?

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LA Network Ciudades
23 marzo, 2024 - Derecho a la ciudad

Por: Virginia Queijo von Heideken y Marisol Rodríguez Chatruc

Los datos son alarmantes: una serie de estudios muestran que, en las últimas dos décadas, la salud mental de los jóvenes ha empeorado, convirtiéndose en un problema global. Hoy, uno de cada siete adolescentes en América Latina y el Caribe (ALC) experimenta algún trastorno mental –estamos hablando de casi 16 millones de adolescentes de 10 a 19 años en la región. El suicidio es la tercera causa de muerte entre los adolescentes de 15 a 19 años en ALC, y la ansiedad y la depresión representan casi el 50 % de los trastornos mentales entre los adolescentes de 10 a 19 años, con mayor prevalencia en las niñas (62,6 %) que en los niños (33,8 %).

En paralelo al deterioro de la salud mental de los jóvenes, en la última década se ha disparado el uso de internet, pasando de cerca de 2.000 millones de usuarios mundialmente en 2010 a cerca de 5.000 millones en 2021. El cambio ha afectado especialmente a los jóvenes: el 71 % de las personas de entre 15 y 24 años están conectadas a internet, frente a un 57 % en otras edades. 

En este escenario, comprender la relación entre el bienestar socioemocional de los jóvenes y la exposición a internet se vuelve crucial en cualquier esfuerzo por reducir la incidencia de los trastornos de salud mental y desarrollar políticas y acciones que permitan cuidar el bienestar de esta población. Sin embargo, cuantificar el impacto del consumo de internet en el bienestar socioemocional es complejo, porque ambas variables se determinan mutuamente.

Internet y bienestar socioemocional: una relación compleja

Un mayor consumo de internet puede afectar el bienestar mental a través de diferentes canales. En primer lugar, el uso de internet ha mejorado la eficiencia con la que llevamos a cabo diferentes actividades como acceder y compartir información, comunicarnos, comprar bienes y servicios y encontrar entretenimiento. Esto podría tener un efecto directo o indirecto sobre el bienestar, al liberar tiempo y cambiar los patrones de uso de este.

Un segundo canal se relaciona con que internet ha permitido nuevas actividades que antes no existían. Por ejemplo, el tipo de interacción social remota que se ofrece a través de las redes sociales digitales, la mensajería instantánea, las videollamadas y los juegos en línea. Esto puede tener efectos directos sobre el bienestar (positivos o negativos), ya que las interacciones sociales son una parte clave de nuestro estado emocional.

Además, estas nuevas formas de interacción social ampliaron el grupo de referencia de individuos, alterando potencialmente su autoestima y sus aspiraciones, y afectando así la satisfacción con sus vidas. También podrían sesgar la base para las comparaciones sociales, dado que, como plantean ciertos estudios, las redes sociales en línea se utilizan más para compartir información positiva que negativa. Por último, el acceso ilimitado a información y entretenimiento en línea a bajo costo también podría promover comportamientos adictivos.

Pero, al mismo tiempo, el propio bienestar socioemocional de una persona determina sus decisiones de cuánto y cómo conectarse a internet. De ahí lo complejo de analizar esta relación.

Un estudio reciente del BID resuelve este problema utilizando la expansión de la red de internet por banda ancha que tuvo lugar en la segunda década del siglo XXI en Uruguay y cuantificando el impacto que la probabilidad de acceso a banda ancha en un barrio tiene en el bienestar socioemocional de los jóvenes.

El estudio encuentra que el acceso a internet de alta velocidad tiene efectos mixtos: por un lado, se observa un efecto positivo, ya que reduce la probabilidad de que los jóvenes se sientan solos; pero, por el otro, se observa un aumento en la probabilidad de sentirse preocupados frecuentemente, al punto de no poder dormir. Asimismo, aumentó la probabilidad de realizar consultas médicas, aunque no se observaron efectos en la asistencia al psicólogo o psiquiatra.

El análisis de los potenciales mecanismos por detrás de estos resultados revela que el acceso a internet de alta velocidad disminuye la satisfacción con la propia forma de ser en los jóvenes. Sin embargo, no se encuentran efectos en la participación en actividades grupales (como partidos políticos y centros de estudiantes) ni en la probabilidad de realizar actividades de ocio y de deporte.

El análisis de resultados posiciona a las mujeres como grupo particularmente vulnerable a los riesgos de internet, ya que para ellas no se evidencia una caída significativa en la probabilidad de sentirse solas. Los resultados evidencian además un aumento en la probabilidad de consumo de alcohol y marihuana, lo que muestra que el acceso a internet también puede afectar los comportamientos de riesgo.

¿Qué pueden hacer las políticas públicas para el bienestar de los jóvenes?

Las acciones preventivas en este ámbito son esenciales. Por un lado, las instituciones educativas pueden trabajar con el estudiantado abordando los retos de su relación con el mundo online y reforzando su capacidad para fomentar una relación saludable con el mismo. Las campañas de información y sensibilización son herramientas importantes para fomentar un entorno de apoyo y comprensión, así como para disminuir el estigma sobre trastornos mentales. Además, el sistema educativo puede identificar e implementar intervenciones tempranas en el caso de los estudiantes en situación de riesgo, así como derivar estudiantes hacia servicios profesionalizados cuando es necesario.

Además, y teniendo en cuenta los hallazgos de este estudio respecto a mayores probabilidades de realizar consultas médicas, el contacto con los profesionales de la salud resultaría especialmente relevante para la adecuada derivación a especialistas en salud mental, aumentando la detección precoz, especialmente en el caso de adolescentes y jóvenes mujeres.

Cabe resaltar que el uso de tecnología también representa una oportunidad. En los últimos años un área que se ha desarrollado para combatir problemas de salud mental es el uso de herramientas digitales como aplicaciones móviles, uso de plataformas, teleterapia, o chatbots impulsados ​​por inteligencia artificial, entre otros. Si bien esto podría ser una herramienta costo-efectiva –dada la brecha que existe entre las necesidades de los adolescentes y la oferta en salud mental en la región–, estas intervenciones no se han aplicado a gran escala, por lo que es esencial reconocer sus limitaciones y riesgos potenciales. Asimismo, deben incorporar consideraciones éticas y culturales para garantizar que estas tecnologías contribuyan eficazmente a la atención de la salud mental de una manera responsable y basada en evidencia.

En este contexto, en el BID estamos llevando a cabo diversos proyectos, entre ellos, una cooperación técnica que busca generar evidencia para la promoción de intervenciones digitales que se puedan aplicar para prevenir o mitigar problemas de salud mental en adolescentes y jóvenes. De la mano del Ministerio de Salud Pública de Uruguay, se está desarrollando un sistema de gestión de la demanda en salud mental adolescente, con la inclusión de un triage digital en una muestra de prestadores de salud del país. Y con el Ministerio de Salud de Chile se está trabajando en la implementación de una línea de Primera Ayuda Psicológica para adolescentes a través de un Chat basado en un sistema digital de soporte a la decisión clínica, mediante el procesamiento de lenguaje natural de la atención.

¿Conoces otras intervenciones digitales que se puedan aplicar para prevenir o mitigar problemas de salud mental en adolescentes y jóvenes? Compártelo en los comentarios.

Columna publicada originalmente en el Blog del BID