Estratagema de la decadencia

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Maria Camila Chala Mena
18 junio, 2023 - Ética Ciudadana

Por María Camila Chala Mena

Al describir al ser humano como un ser social, se reconoce en él la necesidad de interactuar con otros para garantizar la evolución del pensamiento mediante el proceso cognitivo que se desarrolla a través del lenguaje. En los márgenes del simbolismo, ocurre la confrontación lógica de las ideas, que estructura lineamientos racionales que buscan ajustarse descriptivamente a la realidad, aspirando a la verdad.

La identidad es cultural y se despliega en contexto, la capacidad adaptativa como rasgo de supervivencia característico de los seres vivos, también surtirá efectos en este aspecto. Como especie, básicamente somos iguales, las diferencias estarán adscritas a las condiciones en las que se desenvuelva nuestra historia y tomarán relevancia en la construcción de la persona – interpretaciones subjetivas de la existencia – como connotación moral y en escena del individuo, que distanciará nuestra naturaleza animal del rol ideológico que asumimos dada la particularidad de nuestras experiencias sociales.

El proceso de reconocimiento de los atributos que constituyen plenamente la idea de la persona en sociedad, está atravesado por el derecho, que para este caso no es otra cosa más que una manifestación de poder legitimada racionalmente. La persona – dicha personalidad ideal – estará dotada de derechos, deberes y obligaciones, eventualmente también de libertades. El concepto de persona, en la práctica, supera a la humanidad misma; pues las empresas legalmente constituidas se conciben ante el Estado como personas jurídicas, pero los seres humanos en muchos casos son denigrados para justificar el desconocimiento de su condición jurídica de persona natural, tal como ocurre con determinados grupos étnicos cuyas identidades no son hegemónicas.

Actualmente, pese a la fluctuación de la confianza entre seres humanos (poderosos) de diversas procedencias que ocasionalmente se convierte en guerras; la globalización y el paradigma disruptivo de la transformación digital que implica la conectividad humana, han logrado el reconocimiento de otras culturas tan válidas como aquellas amparadas por el poder institucional moderno, ampliando la dimensión de comprensión sobre lo humano mismo y concientizando sobre los retos que afronta la humanidad ante cataclismos generados por prácticas insostenibles que configuran identidades de casta basadas en el consumo.

No obstante, la Cultura de Paz ha sido una política preponderante para la Organización de las Naciones Unidas de cara a su función en el Siglo XXI, incidiendo desde su papel multilateral en la configuración de una persona que comprenda a casi todos los seres humanos y en la medida de lo posible garantice su dignidad. En este sentido, hablamos también de la participación de ciudadanías glocales que suman sus voces desde múltiples lugares del mundo para promover y activar causas en contra del racismo, el sexismo y la discriminación de grupos subrepresentados en el poder, promoviendo y cultivando el cuidado de sí, el cuidado del otro y el cuidado del planeta.

La radicalidad es más cercana a la identidad que a las ideas, sin embargo, la identidad no está suscrita ni ponderada por la razón, por lo menos no hasta que se confronta con otras. En sistemas que propenden por la consolidación de sociedades democráticas, se busca que las ideas puedan ser debatidas en el campo del respeto, permitiendo argumentar y co-crear las mejores soluciones y respuestas a los dilemas que deberán hallar definición en el poder, enriqueciendo las perspectivas socioculturales en la pluralidad de identidades que vindican su estancia en el debate como personas, por el solo hecho de ser humanos. Es decir, las ideas pueden ser cuestionadas, adoptadas, trasformadas, vencidas, compartidas, incluso hasta censuradas, pero la identidad debe ser reconocida, tolerada y respetada.

La estratagema de la decadencia que han utilizado ciertas campañas de marketing político, apalancadas en ‘bots’ y ‘fake news’, ha sido la de estigmatizar a quienes piensan distinto apelando a la identidad de quienes se indignan, provocando la sensación de amenaza sobre su persona a partir de la degradación de la condición humana del otro, incitando a la aniquilación moral y física de quien no comparte las mismas creencias. Es así como supuestos defensores de derechos humanos y/o promotores de la democracia afiliados a partidos y/o movimientos políticos, utilizan expresiones racistas, homofóbicas, misóginas y demás, para referirse a personas que no militan en sus colectividades, convirtiendo las ideas en proclamas ideologizadas vacías y la conversación para interactuar con el otro en formas de lucha contra el otro.

Esta forma de sugestionar la intención de voto a favor de ciertos sectores políticos y en contra de la civilización misma, no solo descalifica cualquier argumento bajando el nivel del debate, sino que desgarra el tejido social rompiendo con relaciones de amistad, familiares y de convivencia en general, destruyendo mentalmente al individuo mismo.

Si usted es alguien que considera que dos personas militantes en sectores políticos opuestos no pueden ser amigos, seguramente es el momento de preguntarse por sus valores humanos y considerar pedir ayuda psicológica antes de que una estrategia de marketing político lo aísle de personas que realmente le valoran y se interesan por su bienestar, no sencillamente por su voto.