Solo en 2020, el número de personas que viven por debajo de la línea de pobreza extrema (con menos de USD 2,15 al día) aumentó en más de 70 millones.
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Columna de Pablo Saavedra, Vicepresidente, Crecimiento Equitativo, Finanzas e Instituciones (EFI), Grupo Banco Mundial; y Luis Felipe López-Calva, Director global, Práctica Global de Reducción de la Pobreza y Promoción de la Equidad
La pandemia de COVID-19 marcó el fin de una era extraordinaria de avances en la reducción de la pobreza en el mundo. Entre 1990 y 2015, la tasa de pobreza extrema mundial se redujo más de la mitad, y más de 1000 millones de personas salieron de la pobreza. Los ingresos de las naciones más pobres ganaron terreno.
Desde entonces, la reducción de la pobreza se ha desacelerado, como consecuencia de un crecimiento económico moderado. Las conmociones económicas provocadas por la COVID-19 y la invasión de Rusia a Ucrania produjeron un importante retroceso en los avances. Solo en 2020, el número de personas que viven por debajo de la línea de pobreza extrema (con menos de USD 2,15 al día) aumentó en más de 70 millones. Este es el mayor incremento anual desde que se inició el seguimiento de la pobreza mundial en 1990. Sin embargo, la cifra oculta una realidad más sombría: las personas que ya se encontraban por debajo de la línea de pobreza extrema ahora se empobrecen aún más.
La reducción de la pobreza se ha frenado, dejando claro que el objetivo mundial de poner fin a la pobreza extrema para 2030 no se logrará a menos que se registre una tasa histórica de avances en los próximos ocho años. Al ritmo actual, casi 600 millones de personas —el 7 % de la población mundial— seguirán viviendo con menos de USD 2,15 al día en 2030. Este número es solo un poco menor que el total de personas en 2019, el último año para el que se dispone de datos.
Si se analiza la pobreza en términos más generales, casi la mitad del mundo —más de 3000 millones de personas— vive con menos de USD 6,85 al día, que es la línea de pobreza nacional de los países de ingreso mediano alto. La prevalencia y la persistencia de la pobreza ensombrecen las perspectivas de miles de millones de personas en todo el mundo. Eso debería ser un llamado de atención para los responsables de formular políticas en todos los países.
La actual tendencia de reducción de la pobreza representa un peligro para la estabilidad económica y social a nivel mundial. Sin embargo, la pobreza no es inevitable: la historia lo deja claro.
El informe La pobreza y la prosperidad compartida 2022, publicado a principios de octubre, presenta el primer análisis integral de la pobreza en todo el mundo después de la COVID-19, señalando qué políticas fiscales son más eficaces en una crisis y cuáles deben evitarse.
Las economías en desarrollo gastan un monto sorprendente en subsidios: aproximadamente el 3 % del PIB en promedio. Sin embargo, los subsidios tienden a beneficiar en gran medida a los segmentos más ricos de la sociedad. En las economías de ingreso bajo y mediano, solo el 20 % del gasto en subsidios llega a las personas más pobres.
Por el contrario, el gasto en transferencias directas —especialmente las transferencias en efectivo— es mucho menor en las economías más pobres que en los países más ricos. Las transferencias de este tipo suelen estar mejor focalizadas y también son mucho más eficaces para ayudar a los pobres. Por ejemplo, casi las dos terceras partes de los fondos que las economías en desarrollo destinan a transferencias monetarias benefician, en realidad, a las personas más pobres. Estas transferencias también tienden a apoyar mejor el crecimiento a largo plazo, al permitir a las familias pobres destinar recursos a necesidades en los ámbitos de la educación y la salud.
Cuando se necesiten recursos adicionales para inversiones en capital humano y en capital físico, se deberían movilizar ingresos internos sin perjudicar a los pobres. Esto se puede lograr con la ampliación de la base imponible y la aplicación de impuestos a la propiedad y al carbono, al tiempo que se avanza hacia sistemas más progresivos de impuestos sobre la renta personal y de impuestos sobre la renta de las empresas.
La reducción de la pobreza también está estrechamente vinculada con la acción climática. El cambio climático aumenta la frecuencia de los desastres relacionados con las condiciones meteorológicas, obstaculizando la producción agrícola, perjudicando los medios de subsistencia de las personas en todos los sectores de la economía e impulsando la migración. Los pobres y los vulnerables son siempre los más afectados.
De cara al futuro, en un contexto de espacio fiscal limitado, los países deberán aumentar la eficiencia de su gasto público en todas las categorías y priorizar los recursos de los programas que generen los mayores beneficios en términos de desarrollo y reducción de la pobreza.
Para recuperar los avances en la reducción de la pobreza se necesitará urgentemente adoptar políticas que fomenten el crecimiento económico de base amplia, no solo en las economías más pobres, sino también en las economías de ingreso mediano. Las políticas a nivel de toda la economía dirigidas a impulsar la actividad del sector privado serán fundamentales para generar inversiones y empleos, y reducir la pobreza, especialmente en estos tiempos de incertidumbre.
Si las políticas se diseñan y aplican adecuadamente, pueden ser un buen comienzo para lograr la corrección del rumbo necesaria. Para evitar el peligro de que se produzcan más retrocesos, los responsables de formular políticas deben aportar todo lo que puedan a los esfuerzos para poner fin a la pobreza extrema.