La automatización se abre paso para asegurar mayor productividad y competitividad, mientras plantea retos de tipo cultural y psicosocial y también la reducción de horas laboradas e impacto en los índices de desempleo.
La automatización está en el día a día. Cada vez con más frecuencia electrodomésticos y automóviles son elaborados por sistemas automáticos, robots y procedimientos orientados vía inteligencia artificial. Esa situación, que es más evidente en países como Corea del Sur, donde según la Federación Internacional de Robótica existen 531 robots por cada 10.000 empleados humanos, plantea nuevos retos a la sociedad.
Este fenómeno se evidencia cada vez más en naciones que buscan aumentar su productividad; y plantea interrogantes de corte económico, cultural y social, a medida que disminuye la cantidad de horas laboradas y crecen las expectativas respecto a posibles impactos en el empleo de personas en ciertas industrias.
Aparecen también realidades como la verdadera capacidad de aprovechar el tiempo libre en medio de una cultura de la productividad y el rendimiento laboral por cuenta de la flexibilización laboral producida por las tecnologías de las telecomunicaciones.
María Alejandra Gonzalez-Perez, profesora del Departamento de Organización y Gerencia de EAFIT, plantea que “es sobre todo en países desarrollados y con altos ingresos en donde las personas y empresas podrán hacer una transición menos traumática hacia la automatización. Son naciones con recursos para conseguir tecnificación e invertir en procesos de aprendizaje automático (machine learning) e inteligencia artificial”.
Curiosamente, desde el punto de vista de la docente, aunque en los países menos desarrollados hay un número más alto de personas ocupadas en los empleos más susceptibles de ser automatizados (preparación de alimentos, construcción, limpieza, conducción, agricultura, manufactura, entre otros, según el semanario británico The Economist), las empresas o gobiernos que usarían estas tecnologías no tienen recursos para conseguirlas. Por eso, la transición en los países en vías de desarrollo tomará más tiempo.
Si se tienen en cuenta cifras publicadas por la consultora en gestión global McKinsey & Company, Colombia es el segundo país de América Latina, después de Perú, con mayor potencial de automatización: 53% de actividades susceptibles de ser automatizadas, lo que representa un total de 9,3 millones de empleados.
Para José del Carmen Ortega, abogado constitucionalista y profesor de Argumentación Jurídica en EAFIT, la automatización “es un motor de racionalidad de la economía que, evidentemente, busca la eficacia y el aumento de productividad mientras libera, a su vez, horas de trabajo de las personas. Esto se evidencia en los automóviles autónomos, y en las compras por mercados virtuales, que prácticamente harán superfluos los centros comerciales. De otro lado, es obvio que la robotización reemplaza la mano de obra”.
Esa relación viene, de acuerdo con el abogado, de un motor muy positivo: el mejoramiento de los medios de producción, aunque eso conlleve a una serie de reajustes colaterales relacionados con jornadas laborales, mano de obra y capacitación técnica y profesional. Se trata, en su opinión, de un proceso imparable que demandará cambios muy profundos en la configuración social y la redistribución del ingreso.
Optimismo versus pesimismo
En el debate acerca de si la tecnología destruye o no empleos -y que también concierne al derecho laboral y al derecho social- hay posturas anunciando grandes riesgos y otras prediciendo enormes ventajas. Pero, al parecer de Camilo Piedrahita Vargas, decano Escuela de Derecho de EAFIT, durante las tres revoluciones industriales anteriores a la actual no se dio la esperada desaparición masiva de puestos de trabajo, aunque sí una transformación de la mano de obra.
El decano no conoce evidencia clara de conexión entre tecnología y reducción de empleo, sin embargo dice que sí hay una relación muy directa en el tema de nuevas tecnologías de trabajo 4.0 y los índices de productividad, “aunque eso debe ir acompañado de instituciones sociales sólidas y capaces de reducir las afectaciones a otros indicadores de calidad de vida, es decir, a figuras de contratación, acceso a seguridad social y ventajas en términos de impuestos que las nuevas economías disruptivas tienen frente a otras más tradicionales”.
María Alejandra considera que el desempleo puede aumentar, según las predicciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), cuyos reportes muestran que 1 de cada 4 empleos actuales desaparecerá para 2020 debido a la automatización. No obstante, argumenta que este fenómeno no se dará necesariamente en todos los países. “Lo que pasará será que la productividad y la competitividad en donde se adopte la automatización será mayor. En el caso de las naciones en vía de desarrollo, aunque el empleo no se verá afectado por la sustitución de máquinas sí lo será por una mayor productividad de los países desarrollados, y por su capacidad de producir a mejores precios con más calidad”.
Pero, antes de plantear un panorama desolador, los docentes auguran un futuro en el que el tiempo libre, el intelecto y las bellas artes ocupen un lugar más protagónico. De esa manera se lo imagina José del Carmen Ortega, para quien las personas tenderán a desplazarse hacia ocupaciones de otra índole, diferentes a las actividades mecánicas.
El abogado predice, además, una “mayor intensidad en la práctica de actividades como danza, música en vivo, literatura, deportes, entre otras, lo que liberará horas de trabajo. También se dará más importancia a ocupaciones muy personales como la atención de ancianos, bebés y niños, las cuales no pueden ser realizadas por un robot que reemplace la calidad humana de familiares y cuidadores”.
María Alejandra indica que este proceso requerirá de intervenciones con políticas públicas y acompañamiento de trabajo psicológico para quienes pierdan sus empleos o tengan más tiempo libre por la disminución de horas laboradas.
“El trabajo para las personas no solo significa una forma de ingreso, sino también de adquirir identidad social y prestigio. Además, es un tema aspiracional, pues mucha gente va a la universidad con la expectativa de tener un empleo y generar ingresos económicos para alcanzar cierto estilo de vida”, concluye la profesora.
Renta básica universal
Es una propuesta que estuvo vigente en el debate electoral francés de 2017, cuando Emmanuel Macrón fue elegido presidente de Francia. La defendió el candidato socialista llamado Benoît Hamon, quien propuso que el Estado garantizara 550 euros mensuales a todos los franceses por el hecho de respirar y tener la ciudadanía, independientemente de su estrato social.
José del Carmen Ortega, docente de Argumentación Jurídica en EAFIT, ha pensado acerca de las posibles fuentes de financiación de este tipo de mecanismos, con el objetivo de diseñar estrategias para encarar fenómenos derivados de la automatización. “Podría ser a través de la repartición de acciones a toda la población, para que la renta se convierta en el ingreso básico universal sin pasar por el Estado. Otra posibilidad, puede ser un mecanismo mixto, en el que se complementen los ingresos de la gente con un mínimo vital de asignaciones públicas, una renta básica que dé capacidad de consumo a las personas”, afirma el jurista.
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