La reforma de un mercado de Barcelona evidencia el desfase entre los proyectos realizados y las verdaderas necesidades de la ciudad. El proyecto promueve dos elementos clave de la ciudad neoliberal, el aparcamiento y el supermercado, que se oponen a las exigencias tanto sociales como medioambientales de una ciudad basada en el bien común.
Por: Massimo Paolini (Perspectivas Anómalas)
Si tuviéramos que elegir dos elementos de la ciudad cuya eliminación mejoraría la calidad de vida de las personas, una opción, entre las muchas combinaciones posibles, podría ser el siguiente binomio: el aparcamiento y el supermercado.
Aparcamiento y supermercado son dos fundamentos de la ciudad neoliberal que conforman nuestra mente como un molde invisible e inflexible y contribuyen de forma sustancial a obstaculizar la realización de una vida plena tanto a escala urbana como a nivel global: lo visible (cercano) y lo invisible (lejano). La presencia del automóvil privado en la ciudad afecta a la calidad de vida de las personas de una forma tan profunda y generalizada que nos hemos vuelto inconscientes de sus efectos. Y el aparcamiento es el lugar que legitima la presencia del automóvil en la ciudad. Aún más invisibilizados son los elementos que el supermercado legitima: un modelo económico jerárquico, la concentración de poder, unas cadenas de producción largas y anónimas, el fomento de la agricultura industrial, la destrucción medioambiental.
La desaparición de estos dos lugares sería sin duda alguna beneficiosa para los habitantes de una ciudad basada en las necesidades reales de las personas, cuya satisfacción conduce a una vida plena, simple y en armonía con la naturaleza: una ciudad en convivencia. El caso en cuestión: Barcelona, barrio de Gracia, mercado de la Abacería Central. Es uno de los dos mercados de la Vila de Gracia —el corazón del barrio— junto con el de la Libertad, y una de las estructuras de Barcelona que aún no ha sido reformada. La nueva forma que se ha dado a muchos de los demás edificios se adecúa a un molde conocido. El esquema es sencillo: se desmonta por completo la estructura histórica y se vuelve a montarla (o a construir una réplica, perdiendo la estructura originaria, como en el caso de la Abacería Central) alrededor de un nuevo centro. En realidad, se trata de un centro geminado, un parto de mellizos, fruto del útero neoliberal: el supermercado y el aparcamiento son sus elementos constituyentes. Dos óvulos procedente de la misma madre. Uno acompaña al otro, hermanos interdependientes, conformando mente y hábitos de los ciudadanos, amoldándolos al útero (y al cerebro) neoliberal. Ambos lugares están unidos mediante un hilo (in)visible, un cordón umbilical, con tierras y manos lejanas, apartadas de la vista para alejarlas de la consciencia y permitir el expolio, en una relación íntima e íntimamente destructiva.
El supermercado se une con los lugares invisibles (objeto de ceguera voluntaria) de la agricultura industrial, donde manos anónimas de personas sin poder nos ofrecen productos contaminados recibiendo a cambio la supervivencia. La violencia (in)visible conforma el genotipo neoliberal. El aparcamiento se relaciona con los lugares de extracción de los combustibles fósiles y los minerales necesarios para fabricar automóviles, baterías, asfalto, etc. Manos desnudas, naturaleza devorada. La destrucción (in)visible como elemento del fenotipo neoliberal.
Los dos lugares en cuestión legitiman la existencia de otros lugares, lejanos, proyecciones amplificadas de los primeros, fundamentados en la explotación de personas y naturaleza. El supermercado y el aparcamiento son mucho más que edificios de la ciudad, debido a que su influencia se proyecta sobre territorios muy extensos, más allá de lo visible, difuminándose en una dimensión que requiere conocimiento abstracto para ser comprendida en su complejidad.
Como escribimos hace tiempo, es importante “intentar ver, conocer lo que se ha vuelto invisible: éste es el camino arduo, un ejercicio acrobático para entender la abstracción de nuestra economía y convertirla en una economía concreta, para unir las cosas con las manos, los rostros, los materiales, el tiempo, los elementos naturales que las han producido, para entender la ciudad del mercado, vacía, y convertirla en una ciudad para la vida en sus múltiples formas y maneras de vivirla”. La ciudad en convivencia, lugar para vivir una vida plena.
En una ciudad del Mercado global entre las más contaminadas de Europa –el Tribunal de Justicia Europea ha confirmado la condena de Barcelona por superar de forma reiterada los límites de NO2 durante el período 2010-2018–, en un barrio con una densidad excepcionalmente alta (en la Vila de Gracia viven alrededor de 40.000 personas por km²) en que se percibe la naturaleza por su ausencia, con una carencia de espacios libres de edificaciones, la creación de un vacío urbano es una oportunidad particularmente importante para volver a pensar la ciudad. En el caso específico de la Abacería Central, en 2018 se empezó a desmontar la estructura decimonónica –tras construir una estructura provisional a breve distancia, en el Paseo de San Juan–, desmontaje que incluyó la eliminación de la cubierta de fibrocemento que contenía amianto, finalizada en octubre de 2020. Desde entonces la estructura en hierro era el único elemento que permanecía en pie, y el derribo del edificio creó un vacío que la naturaleza llenó rápidamente de vida en forma de plantas pioneras, es decir, las plantas capaces de crecer en condiciones poco propicias para el desarrollo de la vida –ya que la ciudad, tal como está organizada, obstaculiza la vida– y que producen las sustancias necesarias para crear un terreno que permita a las demás plantas vivir. Contemporáneamente al crecimiento de las plantas pioneras, en la valla del mercado han ido apareciendo carteles con ideas, dibujos, propuestas de los habitantes del barrio para imaginar una ciudad centrada en la vida. Representaciones de flores, carteles de protesta contra el omnipresente asfalto y la falta de naturaleza, plantas colgando de la valla, propuestas alternativas al proyecto oficial del Ayuntamiento.
Las instituciones de la ciudad aman hablar de cambio climático, ecología, sostenibilidad, calidad del aire, naturaleza en la ciudad, ciudad porosa, ciudad de los 15 minutos, calidad de vida, salud mental, participación, ciudad de los niños. Sin embargo, cuando llega el momento de los hechos, la verdad es bien distinta. El proyecto del Ayuntamiento para el nuevo mercado sostenible, aprobado a pesar de las protestas de las personas que habitan el barrio, prevé el centro geminado: supermercado (llamado eufemísticamente tienda de autoservicio) y aparcamiento. Para completar el cuadro, una plaza dura, la antítesis de un lugar compatible con la vida, que permanecerá cerrada en horario nocturno. Por un lado, se habla de ciudad porosa, por otro se siguen construyendo plazas prevalentemente minerales. Por un lado, se habla de cambio climático, por otro se siguen construyendo aparcamientos, fomentando el uso del automóvil o incentivando el vehículo eléctrico privado, una falsa solución. Por un lado, se habla de comercio de proximidad, por otro se construye un supermercado. Por un lado, se habla de participación, por otro se imponen proyectos que ignoran las necesidades más elementales de los habitantes, expresadas a través de palabras (los carteles fueron regularmente eliminados) y propuestas de proyectos (desoídos). Un vórtice de palabras vacías envuelve la realidad en una densa niebla, presentando al neoliberalismo como la única forma, natural, de vivir juntos.
Las palabras que los vecinos pronunciaron, las ideas que propusieron reflejan las necesidades reales de los habitantes. La propuesta del barrio preveía la reducción de la superficie del mercado para poder dar vida a un jardín manteniendo la estructura metálica original. Debido a las dimensiones reducidas del solar, nuestra opinión es que se habría incluso podido destinar la totalidad del espacio a un parque —reduciendo la impermeabilización de la ciudad y conservando la estructura original de hierro— y mantener el mercado en la actual ubicación en Paseo de San Juan, convirtiendo la estructura de temporal a permanente con las modificaciones necesarias.
Un vacío es siempre un interrogante. Sobre lo que hubo y ya no hay, sobre lo que podría haber habido y no hubo, sobre lo que podría haber y tal vez habrá. Un vacío propicia la reflexión, y de la reflexión debe surgir la acción. Barcelona necesita una (re)naturalización profunda, a través de la creación de zonas verdes y la reducción de la superficie impermeable de la ciudad, en lugar de un nuevo aparcamiento, un nuevo supermercado y una nueva plaza dura. La ciudad, las ciudades, tienen que transformarse de lugares inhóspitos para la vida a lugares centrados en la vida, garantizando todos los elementos que favorecen su desarrollo: una ciudad igualitaria que desbanque al poder, una ciudad desmercantilizada, unas condiciones climáticas óptimas, una verdadera sostenibilidad, una calidad del aire compatible con la salud, una conexión profunda con la naturaleza que favorezca el bienestar emocional, una ciudad basada en el desplazamiento a pie, una verdadera participación democrática directa que cuestione el poder, una ciudad pensada para los niños y las personas con problemas de movilidad.
Como escribimos hace tiempo, las plantas pioneras son la metáfora de las ideas que, antes de alcanzar su momento de legibilidad, son consideradas radicales por el ambiente cultural inhóspito.
Así como las plantas pioneras que han crecido en el terreno del mercado de la Abacería han sido puntualmente eliminadas, las ideas que surgen para modificar el camino de nuestra cultura —dirigida hacia el abismo— son silenciadas con un herbicida cultural: los medios de formación de masas, el molde que amolda las mentes, la propaganda disfrazada de periodismo para el avasallamiento de las personas al poder económico de una minoría parasitaria. Defender las plantas pioneras, y las ideas consideradas radicales hasta que alcancen su momento de legibilidad, se vuelve un acto necesario para accionar el freno de emergencia y desviar nuestra actual carrera acelerada hacia un destino que propicie la vida: un útero en convivencia.