Barack Obama llegó en 2008 a la posición más importante de su país con la promesa de cambiar las políticas energéticas y promover avances en la lucha contra el cambio climático. Pero la realidad contrastó con la expectativa.
Esperanza. Ninguna otra palabra representaba mejor el sentimiento que generó la elección de Barack Obama como presidente de los Estados Unidos en 2008. Para los ambientalistas en particular, el triunfo del demócrata era la oportunidad de poner fin a un legado nefasto de George W. Bush en materia ambiental, en el que los combustibles fósiles tuvieron una presencia dominante. El gobierno Bush ideológicamente comulgaba con esta visión de desarrollo, pero además tenía enormes intereses de integrantes del gabinete en la industria petrolera, incluido el propio mandatario.
Obama, en ese entonces, era muy crítico con la política energética del presidente Bush. Como senador afirmaba en abril de 2006 que “Estados Unidos es adicto al petróleo sin tener un plan real para la independencia energética. Esto es como admitir el alcoholismo y después faltar al programa de los doce pasos”.
Asumida la candidatura demócrata, Obama presentó propuestas más ambiciosas en materia ambiental que las de su adversario republicano John McCain. Mientras el veterano senador proponía una reducción del 60% en la emisión de gases de efecto invernadero para el año 2050, Obama hablaba de políticas del 80% de reducción.
En consonancia con esa ambición, en agosto de 2008, Obama presentó su plan energético para Estados Unidos, con medidas que reducirían la dependencia del petróleo extranjero. En esa misma dirección, Obama declaró también que bajaría el consumo de petróleo en 7.64 millones de barriles por día -cifra mucho menor que el nivel de ese momento-, hacia el año 2025.
Asimismo, el candidato Obama prometió invertir ciento cincuenta billones de dólares en el transcurso de diez años para desarrollar energías limpias con el medio ambiente y para “acelerar la comercialización de automóviles híbridos, promover el desarrollo de energía renovable, invertir en plantas de baja emisión de carbón y empezar la transición hacia una nueva red digital de suministro de energía”.
En consecuencia, Barack Obama se comprometió a promover leyes y políticas ambientales que equilibraran la necesidad de salud y un ambiente sustentable con el crecimiento económico de los Estados Unidos.
Pero la realidad al llegar a la presidencia colisionó con las promesas de campaña. “Obama contó con el apoyo del Congreso durante sus dos primeros años en el cargo, momento en el que se introducen las iniciativas presidenciales. Nunca vi ninguna indicación de que él pretendiera pasos sustanciales progresivos.”, afirmó el intelectual Noam Chomsky en una entrevista con el portal de opinión Thruthout, donde fue consultado por el legado del presidente saliente.
Un atenuante para Obama podría ser que en el inicio de su mandato debió enfrentar la peor crisis económica en la historia reciente de Estados Unidos, dos frentes de guerra abiertos en Irak y Afganistán y las batallas políticas y legales para presentar la reforma sanitaria conocida como “Obamacare”. Todo ello lo llevó a posponer u olvidar su compromiso con la sostenibilidad del país y del planeta.
Así las cosas, el primer periodo de su Gobierno estuvo marcado por la perforación petrolera mar adentro, la apertura de tierras a la minería de carbón y el uso intensivo del fracking, aprobado mediante ley de 2005 en el gobierno de George W. Bush. Con el uso del fracking, Obama cumplió su promesa de terminar con la dependencia del petróleo extranjero al colocar a Estados Unidos como el primer productor de petróleo del mundo (alternado en los últimos años con Arabia Saudita), pero utilizando una técnica de extracción cuestionada por los ambientalistas y en detrimento de las condiciones ambientales en muchas poblaciones estadounidenses.
También fue significativo en este primer periodo el fracaso que supuso para Obama la cumbre de Cambio Climático de Copenhague en 2009. Estados Unidos y China, los dos países más contaminantes, no lograron un acuerdo vinculante que permitiera una reducción en las emisiones de dióxido de carbono. La reducción propuesta por Obama, un 4% respecto a los niveles de 1990, era insuficiente y China no estaba dispuesta a que la ONU auditara sus emisiones. Inclusive tal cumbre fue calificada en su momento por el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, como un “desastre increíble”, según consta en los cables confidenciales de la diplomacia de Estados Unidos obtenidos por WikiLeaks y que causaron revuelo mediático en 2010.
Así se cumpliría un primer periodo de Barack Obama, con más sombras que luces en la lucha contra el cambio climático y en la promesa de promover las energías renovables.