Quito, quedé queriéndote

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Alberto Gonzalez Mascarozf
17 diciembre, 2016 - Cultura

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En mi balance de bienestar personal en 2016, Quito ocupa el sitial. Sobra decir que la visita de una semana en octubre durante la realización de Hábitat III estuvo desprovista de prevenciones, por la razón simple de que para todo colombiano, como lo soy yo, un ecuatoriano es un hermano, no un extranjero. Y no un hermano cualquiera: un hermano del alma.

Quito fue la casa y el lugar de un grato encuentro para cerca de cuarenta mil visitantes durante los días de ONU-Hábitat, entre ellos el equipo de LA Network. Una estancia que perdurará en la memoria porque los ecuatorianos que viven en esta acogedora capital no saben otra cosa que ser amables y estar al servicio de quien llega de afuera, de quien está desorientado en una esquina, de quien quiere saber dónde deleitarse con un buen plato típico de la región, de quien desea apaciguar el cansancio en la zona verde de un parque público, que en Quito todavía abundan.

Los ecuatorianos son promotores, como ningunos otros, de las bondades de su país. Cada ecuatoriano es dinamizador de ese complejo entramado que es la industria  turística, que de por sí genera empleo y riqueza, pero a la que en este país saben agregarle un ingrediente especial cuando al abordar un taxi, en cualquiera de sus calles, el conductor, percatándose de que eres de afuera, te dice: “¿En qué lo puedo ayudar, señor?”. Un interrogante que refleja sentido de solidaridad y respeto. Y la ayuda es efectiva: te lleva de inmediato a la dirección que buscas y en el recorrido te hace una lista rápida de los lugares que en Ecuador no puedes dejarse de visitar. Por supuesto que no faltará quién o quiénes, teniendo un comportamiento abusivo, hagan la excepción.

Y, entre los lugares que en Quito nadie puede privarse de visitar está la casa museo del maestro Oswaldo Guayasamín (http://guayasamin.org), arriba en el borde de la montaña que le da vida al Parque Metropolitano Guangüitagua. En este santuario de arte y de vida hay una placa incrustada en una de las paredes exteriores que sintetiza la esencia que anida en el alma y recorre las venas de los ecuatorianos. Dice: “El ser humano es humano solo cuando en éste existe bondad”.

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Luego de leer el mensaje, uno se interroga: y quién más bondadoso que un ecuatoriano, ya sea recorriendo como ausente las calles quiteñas, o viajando en el transporte público de ida al trabajo y de regreso a casa, o vendiendo esto y aquello aquí y allá para ganarse la vida, o sentado solo o en familia en el tapete verde de un parque, o reconociéndote como lo hace la actual Presidencia el derecho ciudadano a conocer el Palacio de Carondelet, o, como lo hacen con dedicación extrema y sensibilidad al máximo, quienes en la casa museo son los encargados de dar a conocer la dimensión humana de Guayasamín y el por qué afirmaba que “mi pintura es para herir, para arañar y golpear en el corazón de la gente. Para mostrar lo que el Hombre hace en contra del Hombre”.

Allí, en la Capilla del Hombre, y a través del legado de pinturas que hablan, respiran, oyen, sienten, ven, olfatean, palpan, palpitan, y de disertaciones grabadas en audios y en videos, se comprende lo que Guayasamín comprendió a lo largo de su vida: “De pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad fuimos testigos de la más inmensa miseria: pueblos de barro negro, en tierra negra, con niños embarrados de lodo negro; hombres y mujeres con rostros de piel quemada por el frío, donde las lágrimas estaban congeladas por siglos, hasta no saber si eran de sal o eran de piedra”.

Y también allí, en la Capilla del Hombre, con el alma en vilo y la consciencia removida, quienes ingresamos como turistas y saldremos fortalecidos en el respeto por la vida, entendemos que no son de piedra las lágrimas que nublan la vista de muchos. Me incluyo.

Quito, quedé queriéndote. Eres constructor de hermandad y de ciudadanía. Y nada más apropiado para expresarte mi gratitud y mi amistad renacida que el mensaje grabado en otro de los paredones de aquélla que es la casa de todos (el cual, con respeto, tomo en préstamo): “Mantengan encendida una luz que siempre voy a volver”.