Más conocido como docente, conversador de cigarrillo y tinto, José Guillermo Ánjel, comunicador social colombiano, Doctor en Filosofía, columnista y consumado escritor, reflexionó sobre la soledad en los tiempos de la ciudad.
Para usted, ¿qué es la soledad?
La soledad es una enfermedad. Cuando muchas veces una o las dos partes están alejadas la una de la otra durante casi todo el día, entonces no hay el ejercicio de la conversación, el ejercicio de la pregunta, de la historia contada que es lo que le levanta el ánimo a la gente.
Se ha perdido la conversación, el diálogo que se da mirando al otro. Una conversación es muy difícil de realizar por WhatsApp o por los medios virtuales pues la presencia del otro, primero me moraliza o sea, de qué vamos a hablar. Y segundo, el otro me estimula con un gesto, con una mirada -son los otros lenguajes- y lo estoy oyendo y tengo la certeza de que el otro está ahí. Esa es la pregunta de la virtualidad, ¿hay un humano ahí? Incluso ya cuando llenas un formulario digital te preguntan, ¿es un robot?
Entonces todo esto ha ido generando una enorme soledad porque perdemos el nosotros, porque la soledad comienza cuando aparece el yo. El yo es el estado más fuerte de la soledad, ese yo se amplía si hay un nosotros, porque en el nosotros está el que me enseña, el que me confronta, el que coloca en una posición moral.
Desde la prehistoria el humano ha sido un nosotros…
Por supuesto, en la protección, la recolección de alimentos, el hombre es grupal. Más cerca en la historia, los griegos. Los griegos no nacen, florecen y lo hacen cuando se reúnen, cuando pueden discutir y argumentar. Nosotros no somos yo de primera mano, somos yo después de una construcción de otros.
Esa palabra yo es muy peligrosa, peligrosísima e hizo un recorrido muy grande en el siglo XX. En 1974 Konrad Lorenz, Premio Nobel de Medicina, acuña el término ‘Confinamiento Intensivo’ o sea un montón de gente encerrada en apartamentos que no sabe quién es el vecino, que solamente actúan ahí y ven el mundo a través de lo que creen y no de lo que realmente pasa es otro problema de la soledad moderna.
¿Esa es una descripción de nuestras ciudades?
Conocí una ciudad en el sur de Alemania que se llama Passau. Nunca había visto una ciudad tan católica, los santos están en las esquinas, en las calles. Y trabajan mucho juntos en todo. Y cuando van a la iglesia no van para pedir sino para agradecer por lo que hicimos. Es el plural mayestático, que en vez de decir no soy yo, es un nosotros. Me extraña que ya en las misas católicas dicen vayan en paz, que no acoge a todos, la expresión es vamos todos en paz, si no, no vamos para ninguna parte.
¿Las ciudades estimulan la soledad?
Uno de los problemas graves en las ciudades son las anomias. Nadie sabe quién es el otro, ni se interesa por el otro, se pierde el vecindario, no hay vecinos. Es lo que pasa cuando se monta un edificio en un barrio, llegan los que no son vecinos, no lo construyen para vivir los que se conocen sino que de repente aparecen 20 pisos, 80 apartamentos y por decir cualquier cosa, 300 personas que no se sabe quiénes son.
Recuerdo en Buenos Aires las protestas de un barrio que se llama Villa Crespo, iban a hacer un edificio en el barrio y todos protestaron y dijeron no, aquí todos nos conocemos y con el edificio aparece la anomia y eso está generando la ciudad que se verticaliza, como la nuestra, una ciudad para arriba con gente que nunca ha sido vecina, se pierde la seguridad, pierde la tranquilidad se pierde todo.
¿Qué tipo de ciudad puede ser ‘antisoledad’? Ahora hay muchos ciudadanos uniéndose en propósitos comunes…
Claro, sí por supuesto. Es que volviendo a Buenos Aires allí cada barrio tiene un club y por eso hay tanto equipo de fútbol y la gente se reúne: los mayores a jugar, las señoras a tejer, los niños a conseguir novia. Por eso es que en el barrio popular hay cancha de tenis en la que aparece el vecino, el otro, el que está conmigo.
Si uno nació en un barrio tradicional, popular, vos salís a jugar, vos estás ahí en la calle y dicen ‘ve ahí va el hijo de tal vecina y todo el mundo se ve, se protege. Desde ese punto de vista la ciudad aparece y desaparece cuando ya no sabe quién sos vos.
Algo que sostiene la ciudad son los barrios populares. Aunque dicen que son lugares menos seguros, no es así. Allí uno tiene la señora que cose, el zapatero, el que vende cositas; todo el mundo está en la calle y son solidarios con un montón de prácticas donde la gente no está sola.
Allí está presente algo que me parece necesario frente a la soledad y es la vecindad. Un compañero de emisora debe trabajar y su hija está en clases de violín y llega a casa pero él no puede recibirla en casa. Simplemente le da las llaves a su vecina quien la recibe, eso es confianza, eso es vecindad. En un edificio eso es más complejo.
¿Cuál puede ser ese elemento esencial de la ciudad frente a la soledad, a la anomia?
Es la calle. Es lo que decía una mujer muy ‘tesa’ que no fue arquitecta pero sí una de las bases del urbanismo moderno, Jane Jacobs, autora del libro Muerte y Vida de la Grandes Ciudades. Lo único que podemos hacer es ponerle los ojos a la calle, o sea los vecinos. Esos ojos de la calle, el tendero que ve que el niño se cae y llama a su mamá para que lo atienda. La gente se conoce y en medida que se conoce aparece la seguridad, la gente que camina, la gente que baila, reparten la comida, hay solidaridad, es gente que no está sola.
¿Cómo es el ciudadano solo?
Hay algo tremendo cuando uno analiza los fenómenos como la corrupción. Es gente con la vida triste y sus elementos son la envidia, pues lo mejor de la vida lo tiene otro y no yo, yo soy un miserable, La codicia, como la tiene clara Thomas Hobbes en El Leviatán. La codicia cuando no creo en lo que soy capaz de hacer mañana y por ello tengo que acumular, la duda permanente del futuro. Y finalmente el rencor, que es tratar de matar al otro tomándome el veneno yo mismo.
¿Sugiéreme una conclusión sobre este diálogo sobre la soledad?
Recuerdo al actor Robin Williams. Él tenía una frase sobre la soledad: ‘Lo peor del otro no es que me mate, sino que estando frente a él, me obligue a que yo esté solo’. Eso es muy violento. Entonces la soledad no es el que esté ahí solo. Hay personas que se aíslan para crear arte, un proyecto, un libro, pero eso se hace para otros y ahí no hay soledad.
El filósofo Emmanuel Levinas es muy tenaz al decir, ‘en el rostro del otro veo lo que he hecho de él’, eso es tremendo. Entonces por eso la soledad es tan peligrosa, porque la persona sola fuera de que ya tiene una enfermedad que es el miedo y termina por volverse esquizofrénico o enamorándose de sí misma, un narcisismo. El narciso que quiere que todo el mundo haga lo que él hace porque no ve a los demás, solo se ve él, como el tipo que te pone a trabajar 14 horas porque él lo hace, porque estamos llenos de esos personajes solos, enfermos de soledad.