Por Luciano Floridi
OXFORD – Galileo consideraba a la naturaleza un libro escrito en el lenguaje de las matemáticas, y que era descifrable a través de la física. Su metáfora puede que haya sido demasiado avanzada para su entorno, pero no para el nuestro. Nuestro mundo es uno rodeado de dígitos que se deben leer a través de la informática.
Es un mundo en el que las aplicaciones de inteligencia artificial (IA) realizan muchas tareas mejor de lo que nosotros podemos. Como peces en el agua, las tecnologías digitales son los verdaderos aborígenes de nuestra infoesfera, mientras que nosotros, los organismos analógicos, tratamos de adaptarnos a un nuevo hábitat, uno que ha llegado a incluir una mezcla de componentes analógicos y digitales.
Estamos compartiendo la infoesfera con agentes artificiales cada vez más inteligentes, autónomos e incluso sociales. Algunos de estos agentes ya están delante de nosotros, y a otros se los puede distinguir en el horizonte, mientras que las generaciones posteriores son impredecibles. Además, la implicación más profunda de este cambio de época puede ser que lo más probable sea que estemos solamente al principio del mismo.
Los agentes de IA que ya han llegado vienen en formas ‘soft’, como ser aplicaciones, los oráculos digitales o ‘web bots’, algoritmos y software de todo tipo; y en formas ‘hard’, tales como robots, automóviles sin conductor, relojes inteligentes y otros aparatos. Están reemplazando incluso a los trabajadores de cuello blanco y realizando funciones que hace apenas unos años se consideraban fuera de los límites de la revuelta tecnológica: catalogar imágenes, traducir documentos, interpretar radiografías, volar drones, extraer nueva información de enormes conjuntos de datos y así sucesivamente.
Las tecnologías digitales y la automatización han estado reemplazando a trabajadores en la agricultura y la manufactura durante décadas, ahora están llegando a reemplazarlos en el sector de servicios. Más empleos antiguos seguirán desapareciendo, y aunque sólo podemos adivinar la magnitud de la próxima revuelta, debemos asumir que será profunda. Todos los trabajo en el que las personas sirvan de interfaz – por ejemplo, entre un GPS y un automóvil, entre documentos en diferentes idiomas, entre ingredientes y un plato terminado, o entre síntomas y el diagnóstico de la enfermedad correspondiente – están ahora está en peligro.
No obstante, al mismo tiempo, aparecerán nuevos puestos de trabajo, porque necesitaremos nuevas interfaces entre servicios automatizados, sitios web, aplicaciones de IA, y así sucesivamente. Alguien tendrá que garantizar que las traducciones del servicio de IA sean exactas y confiables.
Es más, muchas de las tareas no serán rentables para las aplicaciones de IA. Por ejemplo, el programa de Amazon Mechanical Turk declara que ofrece a sus clientes “acceso a más de 500.000 trabajadores de 190 países”, y se comercializa como una forma de “inteligencia artificial que es artificial”. Pero, tal como indica la repetición, los humanos “Turk” están realizando tareas que no requieren esfuerzo intelectual, y se les paga céntimos.
Estos trabajadores no están en condiciones de rechazar un trabajo. El riesgo es que la IA simplemente vaya a continuar con la polarización de nuestras sociedades – entre los que tienen y los que nunca tendrán – si no manejamos sus efectos. No es difícil imaginar una jerarquía social futura que sitúe a unos pocos patricios por encima de las máquinas y una nueva subclase de plebeyos por debajo. Simultáneamente, a medida que los empleos disminuyan, también lo harán los ingresos por impuestos a la renta; y es poco probable que las empresas que se beneficien de la IA voluntariamente vayan a participar activamente en el apoyo de programas adecuados de bienestar social para sus ex empleados.
En lugar de ello, tendremos que hacer algo para que las empresas paguen más, tal vez algo así como un “impuesto a la robótica” que grave a las aplicaciones de IA. También debemos considerar la legislación y las regulaciones para mantener ciertos puestos de trabajo “humanos”. En los hechos, tales medidas también son la razón por la que aún son escasos los trenes sin conductor, a pesar de ser más manejables que los autobuses o taxis sin conductor.
Incluso si se considera todo lo antedicho, no todas las implicaciones futuras que conlleva la IA son tan obvias. Algunos viejos trabajos sobrevivirán, incluso cuando una máquina realice la mayor parte del trabajo: un jardinero que delegue el cortado del césped a una cortadora “inteligente” tendrá simplemente más tiempo para centrarse en otras tareas, tales como el diseño del paisaje. Al mismo tiempo, se nos volverán a delegar otras tareas para que nosotros las realicemos (de forma gratuita) como usuarios, como por ejemplo el carril de autoservicio en el supermercado.
Otra fuente de incertidumbre se refiere al momento en que la IA ya no esté controlada por un gremio de técnicos y administradores. ¿Qué sucederá cuando la IA se “democratice” y esté disponible para miles de millones de personas en sus teléfonos inteligentes o algún otro dispositivo?
Para empezar, el comportamiento inteligente de las aplicaciones de IA desafiará nuestro comportamiento inteligente, porque estas aplicaciones serán más adaptables a la futura infoesfera. Un mundo en el que los sistemas autónomos de IA puedan predecir y manipular nuestras opciones nos obligará a repensar el significado de la libertad. Y tendremos que repensar la sociabilidad también, a medida que los acompañantes artificiales, los hologramas (o simples voces), los sirvientes en 3D o los robots sexuales o ‘sexbots’ de tamaño natural proporcionen alternativas atractivas y posiblemente indistinguibles de la interacción humana.
No está claro cómo se desarrollará todo esto, pero podemos estar seguros de que los nuevos agentes artificiales no confirmarán como ciertas las advertencias de los alarmistas, ni darán paso a un escenario de ciencia ficción distópico. La novela Brave New World (Un mundo feliz) no está cobrando vida, y “Terminator” tampoco estará al acecho en un futuro muy cercano. Debemos recordar que la IA es casi un oxímoron o paradoja: las tecnologías inteligentes futuras serán tan estúpidas como vuestro automóvil viejo. De hecho, delegar tareas sensibles a estos agentes “estúpidos” es uno de los riesgos futuros.
Todas estas profundas transformaciones nos obligan a reflexionar seriamente sobre quiénes somos, quienes podríamos ser y quienes quisiéramos ser. La IA desafiará el estatus exaltado que hemos conferido a nuestra especie. Aunque no creo que estemos equivocados al considerarnos excepcionales, sospecho que la IA nos ayudará a identificar los elementos irreproducibles, estrictamente humanos de nuestra existencia, y hará que nos demos cuenta de que somos excepcionales sólo en la medida en la que seamos exitosamente disfuncionales.
En el gran software del universo, seguiremos siendo un insecto hermoso, y la IA se convertirá, cada vez con más frecuencia, en una característica normal.
Traducción del inglés de Rocío L. Barrientos.
Luciano Floridi es profesor de Filosofía y Ética de la Información en la Universidad de Oxford y el libro más reciente de su autoría es The Fourth Revolution: How the Infosphere is Reshaping Human Reality.
Copyright: Project Syndicate, 2017.