Reflexiones que buscan llevar el activismo a las periferias y trascender del ciclismo urbano a la amplitud del urbanismo en los territorios.
El antropólogo urbano Pablo Felipe Arriagada, activista chileno por el uso urbano de la bicicleta y toda la revolución social y política que lo implica, tiene entre pecho y espalda lo que llama una “utopía”.
Su sueño es tener en una comuna de la periferia de Santiago, exactamente al norte de la capital chilena y con una población cercana a los 150.000 habitantes, un puente peatonal y ciclista que rompa con los paradigmas de los puentes que cruzan el río Mapocho, casi en su totalidad, construidos para los transportes motorizados.
“El río Mapocho tiene aproximadamente 32 puentes a lo largo de toda su extensión, entonces de esos 32 solo cuatro son peatonales, los otros 28 son vehiculares o tienen franjas de acceso, pero su destino oficial es el paso motorizado”, comentó el integrante de las organizaciones ciudadanas Muévete y Bicipaseos que promueven el uso de la bicicleta en Santiago, difunden el patrimonio histórico de la ciudad desde la amiga de dos ruedas y buscan crear una nueva cultura de la movilidad sostenible.
Arriagada cree que la movilidad no motorizada merece un puente que signifique las mismas inversiones que un puente motorizado. Y su criterio se conectaba a kilómetros de distancia con lo que en Medellín (Colombia) afirmó hace poco -durante el Congreso Internacional de Seguridad Vial-, el experto Carlos Cadena Gaitán, director en 2015 del Foro Mundial de la Bicicleta (FMB4), al reflexionar sobre la inversión en esta ciudad donde un solo puente vehicular sobre el río Medellín tenía un costo de US 70 millones. “¿Y si invirtiéramos esa cantidad en soluciones para la bicicleta?”.
El chileno relata que su utopía despertó tras el FMB5 de Medellín cuando luego viajó a Bogotá a conocer cicloinfraestructuras y vio un puente cercano a la Biblioteca Virgilio Barco y pensó que quería eso para su ciudad, en su país.
Posteriormente, “Con la idea Mapocho Pedaleable, el ejercicio nos hizo creer que se puede y es emblemático, si lo hacemos seremos un paradigma. La idea es hacer un puente espectacular para ciclistas y peatones, para la gente que desde ahí va a decir se puede y podemos darles puentes de calidad a las personas”, expresó Arriagada para LA Network en el marco del FMB7 de Lima donde presentó su ponencia “El puente que falta”.
Haciendo un balance de los puentes sobre el río, el antropólogo urbano evaluó aspectos físicos y simbólicos para concluir que algunos de esos puentes peatonales o no, incluso son más barreras que puentes que unan. Por ello piensa que su “utopía”, tiene razón de ser.
“Pero no hay un puente peatonal y ciclista con mayúsculas. Eso me lleva el imaginario europeo, aquí un puente de esas características no existe ninguno”, recalcó.
Sin embargo, su utopía va cargada de mucho contenido y trasciende a otras dimensiones de la vida urbana como la reflexión del papel del activismo por la bicicleta como medio de transporte urbano que según esa reflexión, se ha centralizado y debería jugar un papel mucho más protagónico en las periferias, no solo de su ciudad sino de otras urbes que estén viviendo las transformaciones asociadas a la movilidad sostenible.
Y justifica esa sana ambición, al recordar el caso de tres comunas o distritos (Renca, Independencia y Recoleta) cercanos a Santiago que individualmente tenían planes de construcción de ciclo infraestructura pero nunca se habían sentado a un diálogo para compartir sus visiones y proyectos. Gracias a una oportuna intervención, que da valor a la gestión descentralizada, estos tres territorios se dieron cuenta que sus planes con la bici podrían potenciarse para un desarrollo integral.
“Sin embargo, hay una debilidad con esa descentralización que tiene que ver con cómo generar movimiento social en la periferia cuando tú eres el centro. Es un riesgo político, te pueden preguntar ¿qué vienes hacer tú aquí sí hay distintos movimientos sociales locales? Hay que ser súper creativos en ese ejercicio, la idea es hacerlo no solo desde la bicicleta sino desde las necesidades territoriales, en este caso de Renca”, reflexiona el activista.
De hecho aventura una posible solución para descentralizar, sencilla, práctica y hasta obvia: las alianzas. Pero la verdad no tan fácil de hacer como de enunciar. “En Chile no tenemos una red de colectivos de ciclismo y se ha tratado de darle impulso….”.
Por ahora, la utopía del puente en Renca y lo que ella representa, está planteada y metida en el corazón de Arriagada y otros aliados que esperan trascender desde el activismo, desde la movilidad en la bici, a otros niveles de aporte en la sostenibilidad de las ciudades.
“Hay que ser muy creativos, ser estratégicos políticamente. Desde el urbanismo táctico, presionarlo, aunque eso se haya hecho desde el centro. No tengo la respuesta, pero hay que descentralizar el activismo”, concluyó.
Y Renca sin duda, es una comuna que merece que tal esfuerzo sea hecho, porque ha sido en los últimos años objeto de exclusión y de “sacrificio urbano”, un concepto usado por Arriagada para evidenciar aquellos lugares de la ciudad que son abandonados para las inversiones sociales justamente por su condición periférica. Por eso es imperativo para Arriagada seguir caminando hacia la “utopía”.