No es posible en el periodismo de hoy la existencia de personas, lugares o historias irrelevantes. Todo se entrecruza con todo. En el plano de la seguridad, por ejemplo, las altivas metrópolis de Nueva York, París o Londres están obligadas a tener los ojos abiertos ante lo que se pueda decidir en la penumbra de una guarida subterránea con localización incierta en el mapamundi.
Igual sucede en la naturaleza. La voz de alarma por la desecación de un arroyuelo o un humedal, en apariencia insignificantes, en algo ha de impactar la supervivencia torrentosa de las majestuosas cataratas del Niágara.
También ocurre que la sequía de un río, impetuoso en su nacimiento, como el Colorado en Norteamérica, esté generando una tragedia laboral que afecta en primer lugar a la población latina, debido a que de esa corriente, con cerca de 2.500 kilómetro de longitud, depende la subsistencia de miles de inmigrantes, tal como lo confirma el periodista español Clemente Álvarez, director de la sección Planeta en Univision Noticias y editor de Ballena Blanca, quien advierte que “una de las cosas más impactante que pasan hoy en Estados Unidos es la sequía de California. Allí, el agua está poniendo en aprietos a todo un estado. Allí, la falta de agua lo puede cambiar todo”.
Luego de un recorrido con un equipo de Univisión Noticias, Álvarez pudo comprobar que “el río Colorado, que baja de las Montañas Rocosas y llega hasta Nuevo México, a medida en que recorre los distintos estados, el agua va quedando repartida. Tan repartida que al llegar a la frontera con México queda menos que un desagüe”.
De esa experiencia, justamente, surgió “Hispanos al rescate del río Colorado”, un especial periodístico que ofrece una radiografía “sobre la forma de cómo el trabajo de miles de latinos depende de mucha de esa agua”.
En torno al trabajo que vienen desarrollando Clemente Álvarez y otros jóvenes periodistas como Joseph Zárate en el Perú, Elaine Díaz en Cuba y Gustavo Faleiros en Brasil, el veterano reportero de guerra norteamericano Jon Lee Anderson, testigo de dictaduras, revueltas populares, conflictos humanos, guerras civiles y confrontaciones entre países, afirma que son ejemplo del periodismo que en Latinoamérica está respondiendo hoy de manera eficiente a las demandas de las comunidades, preocupadas por el desastre medioambiental.
LA Network estuvo presente en el panel “Periodismo ambiental: el debate sobre el bien común y el de la mayoría”, realizado por el Festival Gabo 2016, y allí tuvo la oportunidad de dialogar con Anderson, periodista de The New Yorker y autor, entre otras publicaciones memorables, del libro “Che Guevara. Una vida revolucionaria”.
—Sobre la tragedia del río Colorado usted dijo: “yo lo vi como hace veinte años en la frontera con México y era un mero chorrito de agua, es algo increíble”. Ante tragedias como éstas, ¿qué puede hacer el periodismo?
—El periodismo puede hacer bastante frente a los desmanes y atropellos contra la naturaleza. El periodismo en estos temas tiene un gran impacto, sobre todo a raíz de una catástrofe o una investigación que pruebe algo. El famoso accidente en Estados Unidos de la central nuclear Three Mile Island, Pensilvania, el 28 de marzo de 1979, fue la constatación del efecto dañino de un escape de residuos radiactivos. Todos los políticos y los empresarios y los allegados a la industria y a la economía que habían invertido recursos en esa planta conspiraron de manera habitual para esconder las consecuencias de ese desastre medioambiental en la población. Fue una investigación periodística la que comprobó la conspiración y que desencadenó un canon público, un sentimiento cívico y un movimiento de protesta, informando a la población de lo que había pasado. Esa investigación, que destapó algo silencioso y que se pretendía que nadie lo supiera, generó una campaña cívica y obligó a que se tomaran cartas en el asunto, porque los efectos los padeció gente en un área de 300 a 500 millas alrededor de Three Mile Island. El aborto involuntario creció en varios cientos por cientos y miles de mujeres nunca menstruaron más. Fueron estragos fuertes. Este desastre es un Chernobyl antes de Chernobyl. Sobre este desastre nunca mostraron más.
—¿Y el papel de la ciudadanía?
—Para que el periodismo funcione necesita de un público que lo acompañe. A veces el periodismo puede provocar ese tipo de campañas, entendidas como ejercicio de la democracia. El periodista no es otra cosa que un ciudadano más, ejerciendo y tratando de fortalecer la democracia. La democracia se avala por la ciudadanía, se avala por la involucración de la gente en los asuntos públicos, exigiendo que los funcionarios públicos realmente representen no a los intereses económicos de turno, sino al bien común, al gran público. Ahora, si el público es apático y ya está acostumbrado a lo malo que sucede en su ciudad, poco puede hacer el periodista en la solución de los problemas. Pero, si la gente se moviliza y está en las calles todos los días, eso crea consciencia y crea periodismo y crea reacción política. También ocurre, en determinado momento, que el periodismo no despierte las fuerzas cívicas y los sentimientos cívicos necesarios para que los políticos le presten atención a la comunidad. A veces los gobiernos, sean municipales o nacionales, tienen que ser obligados a cumplir sus responsabilidades.
—¿Los indicios apuntan a un renacer del periodismo en Latinoamérica?
—Hay una noción creciente de un periodismo de mayores matices. Y yo creo que con esfuerzo y con estímulo, con equipos comprometidos y con el uso de nuevas herramientas tecnológicas, estamos justamente ante una vanguardia de un nuevo periodismo, con un ángulo distinto, con un modo de proceder distinto, pero con una inquietud compartida y buscando matices nuevos para enganchar a la gente. Porque poco hacemos como periodistas si no tenemos público, y en este tema del medio ambiente necesitamos un poco de pasión en el público, sobre todo en los jóvenes, para que tengamos futuro. Debemos salir y romper los moldes que nos han dejado los argumentos polarizados o pueriles. Poco hacemos ahora con los clisés y los estereotipos del bien y el mal. Todos entendemos un poco más, hoy en día, que la realidad está matizada. Sabemos también por dónde nos inclinamos.
—Sin duda, es creciente de los jóvenes.
—Yo creo que los chicos de hoy están muy interesados en estos temas y por eso muchos esfuerzos hay que orientarlos hacia ellos, como es el caso del Festival Gabo de Periodismo. Es necesario despertar interés y responder a las inquietudes que tienen los jóvenes. Los jóvenes hoy en día están muy al tanto de los problemas medioambientales. Y al periodismo le toca responderle a eso, quizás creando nuevos espacios dirigidos a la juventud.
—En un reportero de guerra como lo es usted, es comprensible que haya una muy alta preocupación por el periodismo y los problemas medioambientales.
—Estamos en una coyuntura del mundo donde la sobrepoblación y la destrucción medioambiental están cambiando la Tierra. Ya sabemos que los conflictos venideros, inclusive los militares, van a ser por el agua y por aspectos medioambientales. Esas son las guerras del futuro. Así que hay que prestar atención a eso y hay que prevenir. Yo me doy cuenta de la importancia de ello, al estar en muchos lugares inhóspitos donde la escasez de recursos como el agua y la pobreza son causas que agravan los conflictos.
—¿Qué hacer para que los gobiernos entiendan la gravedad y la urgencia de estos asuntos?
—La gente tiene que reclamar, tiene que haber campañas cívicas para exigir nuevas legislaciones que nos protejan. En las ciudades hay un boom de bienes raíces y todo el mundo dice que son muy bonitas las nuevas construcciones. Pero de aquí a pocos años habrá desaparecido todo el verdor de las ciudades porque nadie lo protegió ni impidió que se convirtiera en canchas de golf y en urbanizaciones exclusivas. Es preocupante que las ciudades no se hayan preocupado en el pasado ni se estén preocupando de la protección del medio ambiente, dejando que mucha gente viva en la miseria desparramada por todos los cerros. Para no vivir en un hoyo de concreto rodeados de más concreto se requiere consciencia cívica y gente reclamando sus derechos. Y punto.
—El periodismo medioambiental no es simple activismo medioambiental que se queda en la mera protesta.
—Hay periodistas en Latinoamérica dedicados al tema medioambiental, cuyas crónicas son de clase mundial. Las cosas han ido cambiando. Hoy hay más cabida para todo esto, sin que sea entendido como un activismo porque se dan cuenta de que hay un interés público. Los jóvenes en el mundo están muy despiertos, muy conscientes. Claro que en esa generación hay una especie de cruce entre el activismo y el periodismo. Lo que ahora toca es que los periodistas tradicionales respondan a esos intereses. Por ejemplo, mi última crónica yo no la llamaría de periodismo medioambiental, pero toca el tema porque se trata de unos indígenas aislados en el Perú. Y, a través de la historia de esa tribu aislada, pude hablar de todos los estragos que están ocurriendo en su entorno. Y lo hice dentro de la convención de una crónica clásica, en una revista ortodoxa como The New Yorker. Así que de esa manera y con esas estrategias podemos avanzar.
—¿Es optimista frente al futuro del planeta?
—Oscilo entre el ultrapesimismo y un optimismo atenuado.