La soledad en las ciudades

derecho_1
LA Network
15 abril, 2017 - Cultura

Una sociedad sustentada en un modelo individualista, al aislamiento producto de la tecnología y la cada vez mayor incapacidad de relacionarnos con los otros, son algunos de los síntomas de esta enfermedad urbana.

“Todos estamos solos, como calles sin pasos, escondidos del miedo y del silencio, desesperados de esperar la llegada de otras soledades que acompañen la nuestra”. Así describe la poetisa colombiana Beatriz Rivera, uno de los mayores malestares de la sociedad contemporánea: la soledad.

Asistimos a un mundo con un ejército cada vez más numeroso de personas solitarias. Hombres y mujeres en muchos casos presionados por la competitividad que propone la vida moderna, llenos de desconfianza hacia los otros, aislados en la burbuja del individualismo y con un vacío emocional por cuenta del mercadeo de los sentimientos, de la sublimación del placer.

“Estamos en un momento de una encrucijada en el desarrollo y en la evolución de la humanidad en el sentido de qué tipo de vínculos creamos y qué tan sólidos son esos vínculos con el otro ser humano”, explica el psicólogo Sergio Montoya.

Sin duda, la actual es una sociedad hedonista donde generar lazos de confianza, amistad y amor es cada vez más complejo. “Estamos en una época extraña en la que la mujer está esperando un montón de cualidades en los hombres y los hombres no saben muy bien -por toda la herencia cultural machista que han recibido-, cómo trascender esa herencia y ajustarse al escenario actual, sin querer insinuar con esto que la responsabilidad sea exclusiva del hombre. Lo que pretendo significar es que ese no querer compartir las expectativas mutuas está generando grandes brechas afectivas que tienen como consecuencia la soledad. Pero no es una soledad escogida sino sufrida, obligada y reactiva, propia del estilo de vida que hemos construido”, argumenta Montoya.

Hoy las ciudades son el escenario principal de este fenómeno. Al parecer no sirve de mucho que sean grandes, pobladas, conectadas, que tengan mejores tecnologías de comunicación. Bien lo dice el cantante Bob Dylan en su canción “Marchin´ to the city”: “La soledad tiene una mente propia. Cuanta más gente alrededor, más te sientes solo”

“El hecho de que tengamos más conexión tecnológica no nos hace más conectados. Tenemos una ilusión entre las personas. Sabemos que cada vez que enviamos un mensaje nos damos cuenta que lo pueden leer muchas personas, pero el vínculo “real” que logramos con esas personas es muy efímero, muy superficial. Así que creemos que estamos acompañados, pero no lo es tanto”, advierte el psicólogo Montoya.

Adultos mayores y jóvenes, los más solitarios

Una de las investigaciones más recientes sobre el tema fue publicada en 2016 por científicos de la Universidad de Carolina del Norte, quienes examinaron los efectos físicos de la soledad en cuatro grupos de edad distintos, para determinar por qué las personas solitarias son más propensas a las enfermedades.

Los adultos mayores son el grupo etario más vulnerable a la soledad. Y tiene una causa muy clara, en opinión de Montoya: “En esta aparente posmodernidad, una de las cosas más evidentes ha sido desconocer las trayectorias y los bagajes de los mayores. Y vemos, por ejemplo, a ancianos morir en regiones como Europa y solo ser hallados por sus familiares días después en sus casas.”

En el caso de los adolescentes, los investigadores encontraron que, globalmente, quienes tenían menos amigos durante la adolescencia tenían una mayor tendencia a sufrir de inflamación, presión arterial alta y problemas de peso clínicos durante la adultez. El estudio indicó también que la soledad durante ese periodo vital era peor que la falta de ejercicio.

Montoya reflexiona que en el caso de los jóvenes “la brecha tecnológica y de pensamiento entre las generaciones que son padres e hijos son muy profundas. Los muchachos piensan de una manera distinta, piensan a través de la tecnología. Incluso ven a esos padres obsoletos. A esto hay que añadir un adolescente deprimido, porque no ve garantías de estabilidad ni en la educación ni el trabajo. Y lo peor: no sabe cómo relacionarse con el otro.”

Los investigadores usaron otros conjuntos de datos para mirar a las personas de mediana edad y mayores y se encontraron que entre las edades de 18 a 50 años era la calidad de las relaciones que importaba más que la cantidad. No obstante, la soledad también está ahí “acompañándolos”

El ejemplo perfecto es los Estados Unidos. Se estima que una de cada cinco personas sufre de soledad persistente. Y mientras en los años setenta y ochenta, el porcentaje de estadounidenses mayores que dijeron que se sentían solitarios con frecuencia caía entre el 11 y el 20 por ciento, ese número es hoy de 43 por ciento, según un estudio de la Universidad de California.

¿Soluciones?

Está claro, según Montoya, que “seguimos cargando un peso muy grande en el modelo individual, lo que es una herencia muy propia de la cultura occidental, incluso muy estadounidense. No hemos recogido aprendizajes de otras culturas como africanas o indoeuropeas que están más cercanas a lo colectivo. El modelo individual ha generado muchos niveles de decepción que deviene en frustración”, señala. Ello obliga a tener un acercamiento distinto a esta realidad.

¿Y puede combatirse la soledad? Una de las formas más inmediatas es reinventar los encuentros con el otro. Por ejemplo en los jóvenes, Montoya propone no limitarles el uso de las redes, pero sí generar encuentros más cercanos, más genuinos a través de ella. Además los invita a reconectarse con la calle, con los espacios públicos, con la misma ciudad que poco se recorre, a viajar, de tal manera que vayan teniendo experiencias vitales que produzcan encuentros reales. Lo cierto es que la soledad solo es posible alejarla con el contacto genuino entre los seres humanos, lo que debe motivar a tener como aspiración, como  un imperativo para una ciudad saludable, proponer el encuentro con el otro, la unión de dos soledades que ojalá se desvanezcan. Lo dijo muy bien el poeta uruguayo Mario Benedetti: “A veces no me siento tan solo si imagino, mejor dicho si sé, que más allá de mi soledad y de la tuya, otra vez estás vos, aunque sea preguntándote a solas qué vendrá después de la soledad”.