El mapa de la ciudad latinoamericana tiene trazos muy definidos en la concepción del arquitecto colombiano Luis Fernando Arbeláez. Más que armazones de cemento, los esfuerzos mayores tienen que estar enfocados a formar y educar al ciudadano.
“La ciudad es la forma de hacer y de plasmar la sociabilidad de una comunidad. Tarea que tenemos pendiente –afirma– y que las administraciones de las ciudades deben repensar, en el sentido de que es necesario crear empoderamiento, o sea la forma en que el ciudadano se identifica y es responsable del espacio que lo rodea”.
Especialista en planeación regional en el IRFED (Paris), profesor universitario, conferencista y autor de varias publicaciones, entre ellas “La ciudad, un hecho ético” y “La región metropolitana: una nueva dimensión”, Arbeláez, en diálogo con LA Network, plantea que sin un “urbanismo de cercanía” los ambientes se deterioran, sobre todo cuando las personas se ven inmersas en un contexto que no satisface las necesidades que la convivencia demanda y exige.
—¿Qué es, entonces, lo que hemos hecho mal para haber deformado el espíritu de la vida social en la ciudad, transformándola muchas veces en lugar invivible?
—La ciudad no es un objeto. La ciudad no es un hecho material. La ciudad es un hecho social. Y social quiere decir que la civilidad, o sea la forma de hacer ciudad a partir del ciudadano, se constituye en su marca fundamental. En la ciudad tenemos que hablar del humanismo urbano, o sea de las relaciones del hombre con sus congéneres, que es lo que constituye el punto de partida básico de las ciudades. Entonces, la urbanidad, la educación, el respeto por los demás y el reconocimiento de los derechos, han sido los puntos de gran controversia y que hoy en día son el meollo de la crisis que viven muchas ciudades. O sea que hay que cambiar la óptica, porque no son solamente obras sino ciudadanía lo que es necesario construir en las ciudades.
—¿Por qué el espacio público sigue siendo una víctima en medio de tanto desarrollo urbano?
—En países en desarrollo como los nuestros, la alta tasa de subempleo y desempleo impulsa a muchísima gente a tomar medidas extremas para sobrevivir, como es la apropiación del espacio público. El uso indebido es uno de los puntos que más ha golpeado el espacio público. Pero también hay que anotar que hay otros factores como es el incremento de la inseguridad, la criminalidad, los robos, etcétera, que inciden en los comportamientos sobre el espacio público y han llevado a su deterioro. Eso se atribuye a una falta efectiva de vigilancia y control del territorio, lo mismo que a una falta de programas proactivos que garanticen el bienestar ciudadano.
—Bienestar que se torna imposible con la generalización de la violencia.
—Hubo un momento a partir del cual las ciudades se ven desbordadas por factores externos como las migraciones, muchas de ellas debido, en efecto, a la violencia. Ese fenómeno marcó un punto de decadencia de las ciudades, decadencia en el sentido de que si bien las ciudades se preocupaban por dar a sus habitantes los servicios públicos necesarios para llevar una vida digna, las demandas sobrepasaron las capacidades. Las ciudades hacen parte de un sistema y si el sistema completo no funciona, nada va a funcionar bien.
—Como la provisión de vivienda, por ejemplo.
—El problema de la vivienda es vital en nuestro medio. Pero lo primero que tenemos que pensar es que la vivienda no es un techo, la vivienda no son unos cuantos metros cuadrados que se le dan a cada familia. La vivienda es un contexto, es decir, un espacio donde vivir rodeado de espacialidades públicas como calles, plazas, parques, y dotado de servicios comunitarios necesarios para llevar una vida digna. O sea que construir ciudad no es sólo construir techos: es construir una vivienda integrada con un contexto urbano que satisfaga las necesidades integrales del ciudadano.
—¿Los políticos, que son quienes rigen los gobiernos locales y toman las decisiones, si tienen comprensión del concepto de la ciudad como hecho social?
—Hoy en día existe una gran confusión, porque estamos en una época donde tratamos de cuantificarlo todo. Todo se expresa en cifras y eso no siempre es así. Con esto quiero decir que cuando se afirma que fueron construidas tantas viviendas por año, nos estamos equivocando, porque no es cuántas viviendas fueron construidas sino qué tipo de ciudad se está construyendo. Además, hay que establecer si esas viviendas están cumpliendo las necesidades vitales. Y eso no siempre es así.
—En esa misma línea está el tema del deterioro y la protección de los recursos naturales.
—Nosotros tenemos que partir de un principio: si hay algo que no es negociable en la ciudad es el medio ambiente. El medio ambiente es la estructura natural principal de la ciudad. Y no solamente comprende el agua, los ríos, las escorrentías, etcétera. Comprende también las zonas de protección arbórea, los elementos naturales de algún valor patrimonial, los arbolados de calles y avenidas, y, fundamentalmente, una conducta del ciudadano consciente de la protección del medio ambiente, que sepa manejar los residuos sólidos, que vea en la naturaleza su mayor riqueza y que vea en el entorno de la ciudad la mejor forma de protegerla.
—¿Por cuáles otros asuntos deben preocuparse hoy las ciudades?
—Hoy en día la competencia entre las ciudades ya se da por lograr una figuración y una conectividad mundial que les permita proyectarse al mundo como centros de negocios, como centros culturales y patrimoniales, como centro de actividades que interesen a una comunidad global. Hoy juega un papel fundamental la forma como la ciudad se relaciona no solo con su país sino con el mundo y la forma como la comunidad internacional cataloga a la ciudad y la ubica dentro de un contexto de ciudades. Por eso la ciudad latinoamericana debe entender, primero, que desde el punto de vista territorial la ciudad sobrepasó sus límites, ya no tiene límites, son ciudades regionales. Segundo, avanzamos hacia una forma de ciudadanía donde el ciudadano cumple un papel muy diferente al de antaño. Y, tercero, la institucionalidad también ha cambiado porque el gobierno de la ciudad tiene hacerse en colaboración y en concertación con gobiernos vecinos, con el fin de obedecer aquello de la ciudad región.
—E, incluso, con gobiernos de otras latitudes.
—Exactamente. Porque la globalización implica una contínua comunicación con el mundo, comunicación que es de dos vías y comunicación que no es ni información ni es publicidad. Comunicación que se transforma en generar cultura, negocios y en atraer ciudadanos. En realidad, estamos asistiendo a la ciudad global.
—En el pasado de la ciudad hay sitios evocadores donde acudían a conversar los poetas, los literatos, los periodistas, los arquitectos, los académicos y también las personas comunes y corrientes. ¿Por qué languidecieron esos lugares que eran expresión del espacio vital para el diálogo ciudadano?
—El café es el sitio de la democracia, de la discusión, del encuentro. Y los cafés en el mundo entero se han hecho famosos bajo distintas ópticas en distintas ciudades. Yo creo que recuperar la tertulia, recuperar la comunicación en el café es crear civilidad y es crear urbanidad. El café está vinculado directamente a lo público y valoriza lo público. Un café abierto le permite al ciudadano participar del espectáculo de lo público, de la gente en la calle, de la gente que sale a callejear y a sentarse en un sitio a hablar de la ciudad, o hablar de política o de temas variados de acuerdo con la vocación o el espíritu de cada café. En general, los sistemas de comunicación tienen la propiedad de hacer ciudadanía.
—Esta descripción suya del café lo lleva a uno, necesariamente, a pensar en el concepto de barrio.
—El barrio es el fundamento de la ciudad. Tenemos que volver al barrio cuyo origen está en la parroquia, en la plaza, en la escuela. Muchas ciudades han crecido alrededor de los barrios. Y cuando nos preguntan por nuestra procedencia, respondemos con el nombre de nuestro barrio. Hoy tenemos una gran confusión porque hemos importado una serie de normas urbanas que nada nos dicen. Entonces hablamos de polígonos, de zonas, de comunas. No. Yo creo que la ciudad, aún desde la parte normativa, tiene que hacerse a partir del barrio. Tenemos que recuperar el empoderamiento del barrio y el orgullo por el barrio.
—¿Qué le dice a usted la expresión “ciudad inteligente”?
—Las ciudades no son las inteligentes. Los inteligentes son los habitantes que tienen a su disposición una serie de tecnologías para vivir de acuerdo con su deseabilidad, de acuerdo con lo que buscan en la ciudad. Obviamente que la ciudad tiene que tener hoy disponibilidad pública del servicio de internet y demás tecnologías modernas que favorezcan la vida en familia, el trabajo y el estudio, tienen que tener unos sistemas de transporte público que faciliten la movilidad en forma confortable. Pero la inteligencia está es en las personas.
—Hablando de movilidad, ¿qué significa la bicicleta hoy en el entorno de las ciudades?
—La bicicleta es el vehículo económico por excelencia. Es un vehículo de consumo de energía humana. Creo que está llamada a jugar un papel fundamental en la ciudad del futuro. Hoy, a partir de las ciclovías que ya existen, estamos viendo cómo se incrementa su uso. Es que la bicicleta es una forma de relacionarse con un entorno urbano o metropolitano o regional. Es una solución económica, viable y a partir de la cual se pueden generar nuevas zonas de turismo y de esparcimiento.
—¿En definitiva, qué factores son los que definen la identidad de una ciudad?
—La identidad la define la historia, la cultura y la tradición. La identidad la define un pasado. Las ciudades no pueden avanzar sin un muy buen espejo retrovisor que diga de dónde venimos. Y, de acuerdo con ese saber, nos podemos proyectar al futuro. Proyectar una ciudad al futuro no es un acto de creatividad alejado de la realidad. Pero lo importante no es lo que recibimos, sino cómo lo transformamos y los proyectamos.
Nota escrita en 2017 y actualizada en septiembre 2 de 2024